ALBERT CAMUS, EL ABSURDO Y EL EXISTENCIALISMO
Víctor Rey
A mediados de los 70 yo vivía y estudiaba filosofía en Concepción, ciudad al sur de Chile y trataba de ponerme al día con los clásicos de la literatura. Había leído a los latinoamericanos, Vargas Llosa, García Márquez, Sábato, Donoso, Cortázar y gracias a ellos descubrí a Jean Paul Sartre, Kafka, Herman Hesse y Albert Camus. Esas lecturas hicieron que viviera esos veinte años convertido en un fervoroso existencialista que venía saliendo del marxismo. Pensaba que la vida era un absurdo y que la verdadera filosofía consistía en saber que cinco minutos después de estar muerto no quedaría nada de mí. Veía lo absurdo y el existencialismo por todas partes, en el cine, las canciones, las conversaciones, la pintura, etc.
He quedado sorprendido que estos libros
que yo leí en mi época de universitario, mis hijos los leyeron en francés en su
tiempo de estudiantes secundarios en la Alianza Francesa. Creo que no tenían la angustia existencial
que yo tenía ni tampoco lucharon con las contradicciones existenciales que me
devoraban.
Me movía entre Sartre y Camus y de
alguna manera quería optar por uno de ellos.
Sartre estaba prohibido en la universidad y de Camus se decía muy
poco. Con algunos compañeros intercambiamos
información y uno que otro libro. Recuerdo que La Náusea de Sartre me pareció
una buena novela, con esas escenas en
las que Ronquentín descubre la
alienación de su propio cuerpo; sin embargo los ensayos de Sartre me parecían
pantanosos y no podía terminarlos. Pero
con Camus me parecía todo lo contrario.
No entendí en mi primera lectura El Extranjero, pero Mersault me
conmovía y me sentía interpretado, y en Los Carnets había momentos de belleza
aterradora. Los mismo que La Peste, que
casi terminé enfermo después de la última página.
Después leí El Hombre Rebelde y El Mito de Sísifo, que se
convirtieron en mis libros de cabecera.
Con ellos descubrí que había diferencias entre el existencialismo de
Sartre y de Camus. El de Sartre no
ofrecía salidas; el de Camus era una suerte de “buen nihilismo”, es decir que
el absurdo no debería llevar al suicidio, sino más bien a la rebeldía. Había que vivir la contradicción de una vida
destinada a la muerte, asumirse como un Sísifo feliz de llevar a la cima una y
otra vez esa roca que inevitablemente volvería a rodar hacia abajo.
Camus había nacido en Argelia, el 7 de
noviembre de 1913, en el seno de una familia pobre – el padre muerto cuando él
tenía apenas un año, la madre muda-, y nunca hizo de esa marginalidad una
bandera. La pasión por el fútbol lo
marca en su niñez, donde fue arquero del Club Racing, de donde dice que sus
primeras lecciones de ética vienen de esos partidos de fútbol. Pensó
de verdad, que Argelia podía tener un
lugar dentro de Francia.
Camus encarnó un modelo de intelectual
que ya casi no existe: el del hombre comprometido con las grandes cusas
políticas y sociales de su tiempo. Luchó
contra el nazismo uniéndose a la resistencia y creando el periódico clandestino
Combat. Fue uno de los primeros en
denunciar las atrocidades del estalinismo, allá en los principios de los 50,
cuando muchos intelectuales de izquierda minimizaban las purgas y el gulag;
ante aquellos que decían que la violencia
era necesaria para lograr la sociedad comunista sobre la tierra, Camus
señaló que ninguna ideología podía justificar la muerte de un solo hombre. Durante la Guerra Fría, esas palabras podían sonar
ingenuas y románticas, pero el tiempo ha demostrado que había lucidez en ellas,
honestidad moral de alguien que supo ver antes que otros que hay valores
humanos más importantes que el triunfo de una ideología bajo la premisa
maquiavélica de que el fin justifica los medios.
El anarquista Andre Proudhommeaux lo
presentó en 1948 por primera vez en el movimiento libertario, en una reunión
del Círculo de Estudiantes Anarquistas.
Camus escribió a partir de entonces para publicaciones anarquistas,
siendo articulista de Libertaire, Le Revolutian Proletairenne y Solidaridad
Obrera. Camus junto a los anarquistas, expresó su apoyo a la revuelta de 1953
en Alemania Oriental. Estuvo apoyando a
los anarquistas en 1956 primero a favor del levantamiento de los trabajadores
en Poznan, Polonia y luego en la Revolución Húngara.
Camus murió el 4 de enero de 1960 en un
accidente de automóvil. Sus restos
fueron enterrados en Lourmarin, pueblo del sur de Francia.
Hoy el contexto es otro. Pero el
ejemplo de Camus sigue vigente y más vivo que nunca. Hay que volver a Camus no con el deseo
nostálgico de que los intelectuales recuperen un lugar privilegiado en la
esfera pública, sino con el deseo de aprender de un escritor para quien no
había divorcio entre las palabras y las cosas. Camus fue un intelectual
comprometido con la Humanidad, es decir fue un gran humanista.
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