sábado, 10 de marzo de 2018

El cristianismo sólo tendrá un significado universal con dos condiciones.
La primera, si todas las iglesias se entienden cómo el movimiento de Jesús, se reconocen mutuamente como portadoras de su mensaje sin que ninguna de ellas pretenda reclamar exclusividad sino en diálogo con las religiones del mundo, valorándolas como caminos espirituales habitados y animados por el Espíritu. Sólo entonces habrá paz religiosa, una de las condiciones importantes para la paz política. Todas las iglesias y las religiones deben estar al servicio de la vida y de la justicia para los pobres y para el Gran Pobre que es el planeta Tierra, contra el cual el proceso industrial lleva a cabo una verdadera guerra total.
La segunda condición es que el cristianismo relativice sus instituciones de carácter occidental y se atreva a reinventarse partir de la vida y la práctica del Jesús histórico con su mensaje de un reino de justicia y de amor universal, en una total apertura a lo trascendente. Mantener el canon actual puede condenar al cristianismo a transformarse en una secta religiosa.
Según la mejor exégesis contemporánea, el proyecto original de Jesús se resume en el Padre Nuestro. En él se afirman las dos hambres del ser humano: el hambre de Dios y el hambre de pan. El Padre Nuestro enfatiza el impulso hacia lo Alto. Solamente uniendo el Padre Nuestro con el Pan Nuestro se puede decir Amén y sentirse en la tradición del Jesús histórico. Él puso en marcha un sueño, el Reino de Dios, cuya esencia se encuentra en los dos polos, en el Padre Nuestro y en el Pan Nuestro Pan Diario vividos en el espíritu de las bienaventuranzas.
Esto implica para el cristianismo la audacia de desoccidentalizarse desmachicizarse, despatriarcalizarse y organizarse en redes de comunidades que se acogen recíprocamente y se encarnan en las culturas locales y forman juntas el gran camino espiritual cristiano que se suma a los otros caminos espirituales y religiosos de la humanidad. (Leonardo Boff)

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