miércoles, 13 de enero de 2016

Porque Joan Manuel Serrat escribio Penelope? 

Joan Manuel Serrat, allá por el año 1969, compuso Penélope junto con Augusto Algueró. Aquel puso la voz y la letra, este último la música.Crearon un clásico, una canción por la que el tiempo no pasa: "Penélope". Es curioso, el tiempo incide de igual manera tanto en la canción como en la protagonista.

Las distintas versiones del mito de Ulises que con profusa insistencia se han hecho inciden en el paso del tiempo. El caminante ha ganado experiencia en sus aventuras, es otro hombre del que antaño se despidiera de Penélope. Ni él es el mismo ni el hogar que dejó es tan siquiera similar. La Odisea cuenta con un Happy end, al igual que en algunas de esas revisiones; en otras, sin embargo, el paso del tiempo ha mellado tanto que no hay vuelta atrás. Pero para Serrat y Augusto Algueró el tiempo se detiene en Penélope, nada fluye y todo es estático. Nada ha de cambiar en su percepción de las cosas.

Pero ¿quién es esta Penélope? Bolsos marrones o bordados peplos, zapatos de tacón o sandalias, vestidos de domingo o ajustados corpiños, qué más da. Andenes o patios interiores de columnas invertidas, trenes o pentecónteras, abanicos o la rueca. El caso, lo verdaderamente importante, es la inmovilidad de Penélope. Por ella no pasa el tiempo y el espacio es siempre el mismo, incluso sus ojos están inmersos en el ayer y no conoce ningún cambio; el Caminante paró el reloj de su vida cuando partió.
Caminante. Decía Kavafis que no hay aventura corta, que cuanto mayor el camino más grandes son los avatares. Un caminante que hace su camino, recabando información y ganando en experiencia. Siempre andando; por él el tiempo pasará, los escasos días de viaje se convertirán en 20 años. El Caminante sí que es activo, su reloj continúa su discurrir en un Tiempo paralelo al de Penélope en donde las semanas pasan como años. Son dos espacios temporales completamente distintos.

Mientras que el Caminante hace su camino Penélope solo teje: sueños, como diría Buero Vallejo. No desteje, no, y no es éste asunto baladí. Si destejiera su engaño (¿los sueños son engaños?) estaríamos hablando de una Penélope cognoscente de su tiempo, perfectamente consciente de ganar o perder días al reloj. Pero la Penélope de Serrat y Augusto Algueró es tan vegetal como los sauces que la rodearon en algún momento y que ya ni siquiera ve, símbolos como eran del regreso. Si los hubiera visto el fin sería otro muy distinto.

El nostos, la vuelta del caminante ya no significa nada. No hay futuro para Penélope, solo pasado. Curioso es que Serrat, contraponiendo la marchitez del mundo que rodea a Penélope, utilice la viveza del verde para referirse al banco, único compañero de Penélope. Ítaca sigue ahí, viva, vibrante, esperanzadora; ya pasó el estío y atrás quedó el invierno. En ciclo vital renueva una primavera que Penélope trunca y de la que sólo conserva el color de la esperanza. Al final, la que no sobrevive al tiempo es ella, ella por la cual no pasaron los días, ella que estaba anclada en un Abril y no fue capaz de sentir el otoño para ver nacer otra primavera. No vio las hojas de los sauces caer, no descubrió que tras la caída llega el renacer, no percibió su propia decrepitud ni la de su huerto. Había visto pasar trenes, o pretendientes... qué más da.

Y ahora, cuando ve llegar al Caminante, no le quiere reconocer. Cualquier tiempo pasado fue mejor, o eso dicen; la Penélope de Serrat es algo que no duda, de hecho no puede dudar... no hay alternativas temporales.

Pero la verdadera fuerza de la canción estriba en Joan Manuel y en su voz, en la música y en el increscendo de la canción. Las notas emotivas están en su interpretación. Así cuando el Caminante acude a la estación, dichoso por el regreso y jubiloso por la perspectiva de la paz, emoción de alegría plena que tan bien nos transmite Serrat, le contesta una ingrávida mujer anclada en su locura que no nos hace sentir más que lástima. El happy end se esfuma, en este caso solo percibimos la cara alelada que se le tuvo que quedar a este Ulises escuchando a la anacrónica mujer melancólica en la que se había convertido su Penélope.


Penélope,
con su bolso de piel marrón
y sus zapatos de tacón
y su vestido de domingo.
Penélope
se sienta en un banco en el andén
y espera que llegue el primer tren
meneando el abanico.

Dicen en el pueblo
que un caminante paró
su reloj
una tarde de primavera.
«Adiós amor mío
no me llores, volveré
antes que
de los sauces caigan las hojas.
Piensa en mí
volveré a por ti...»

Pobre infeliz
se paró tu reloj infantil
una tarde plomiza de abril
cuando se fue tu amante.
Se marchitó
en tu huerto hasta la última flor.
No hay un sauce en la calle Mayor
para Penélope.

Penélope,
tristes a fuerza de esperar,
sus ojos, parecen brillar
si un tren silba a lo lejos.
Penélope
uno tras otro los ve pasar,
mira sus caras, les oye hablar,
para ella son muñecos.

Dicen en el pueblo
que el caminante volvió.
La encontró
en su banco de pino verde.
La llamó: «Penélope
mi amante fiel, mi paz,
deja ya
de tejer sueños en tu mente,
mírame,
soy tu amor, regresé».

Le sonrió
con los ojos llenitos de ayer,
no era así su cara ni su piel.
«Tú no eres quien yo espero».
Y se quedó
con el bolso de piel marrón
y sus zapatitos de tacón
sentada en la estación.




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