Religiones en crisis: ¿reforma o refundación?
Por: EL PAÍS |
Por Juan Masiá Clavel
El prelado remata su prédica con la retórica habitual: “¡Tan notorio es , hermanos, el declive de la fe en Europa!”... A la salida, la feligresía ironiza: “Con estas lamentaciones, espanta a la poquita gente que aún venimos los domingos”. Bromas aparte, el declive de la fe es un reto fuerte. Si abren los ojos, las religiones descubrirán raíces de irreligiosidad en su misma institución. No sólo en Europa, ni en las iglesias cristianas; ni sólo es cuestión de números, descenso de afiliación o falta de vocaciones. Dos causas son destacables: el cambio cultural y la resistencia al cambio por parte de las religiones.
Roma, durante el cónclave. Fotografía de Giuseppe Cacade/AFP
En la VIII Asamblea (Kyoto, 2006) de la WCRP (World Conference of Religions for Peace) era unánime el consenso interreligioso en dos puntos:
1) La traición de las religiones a la religiosidad.
2) El desfase entre el mundo actual y las religiones.
El Concilio Vaticano II pidió a la iglesia: “rejuvenecimiento” (ressourcement, retorno a lo originario) y actualización (aggiornamento, adaptación actual). Hoy se respira ambiente de reforma, atribuible al “efecto Francisco”. Pero ¿cómo supera un solo líder la endogamia de su institución?
Cuestionado, a fines del milenio, el futuro de la vida religiosa, la tendencia reformista (Martini) contrastaba con posturas de renovación sin ruptura (Ratzinger). La Asamblea de Órdenes Religiosas (1998) apostaba por la “refundación” (con el título Refundar, editó su Presidente, C. Maccise, sus debates ).
Hoy no bastan remodelaciones de fachada para sobrevivir como museo. Las religiones confrontan su refundación. Como ejemplo, cuatro reconstrucciones:
- reinterpretar mitos,
- reinventar ritos,
- revisar tabúes
- redescubrir la espiritualidad.
“Ni llegamos a destruir viejos ídolos, ni a recrear nuevos símbolos”, formulaba Paul Ricoeur diagnosticando la crisis hermenéutica (De l’interpretation, 1965). Las religiones necesitan recrear su identidad adulta, ya pasados los tiempos pre-críticos. Ni el hinduismo puede seguir hablando de re-encarnación al pie de la letra; ni el judaismo narrar el Éxodo y paso del Mar Rojo como acontecimiento histórico; ni el cristianismo ignorar el carácter simbólico de los relatos bíblicos de revelaciones, milagros, apariciones o exorcismos. Reconocerá el budista lo legendario del relato sobre el nacimiento portentoso del Buda, por obra y gracia del elefante sagrado, y admitirá el católico el sentido metafórico de concepción y nacimiento virginales por obra y gracia de espíritu santo.
Pese a la demanda social de ritos de tránsito, ni la boda sintoísta, ni el funeral budista, ni el bautizo infantil y las primeras comuniones católicas, logran superar la contradicción entre lo significativo y lo obsoleto, lo relevante y lo anacrónico.
Pese a a sus justificaciones religiosas, las circuncisiones hebraicas o las mutilaciones genitales africanas y los tabúes católicos sobre sexualidad exigen revisión radical para desmontar las ideologías que los cimientan.
Estos ejemplos solo son punta de iceberg. Más acuciante es redescubrir la espiritualidad: la búsqueda de lo hondo de la vida y la realidad. Las religiones la iluminan, alimentan y aseguran; pero son ambivalentes. En nombre de lo divino se promovieron abrazos y se fomentaron violencias. En nombre de “un dios” mató el terrorista y en el mismo nombre se justificó guerra injusta para evitar terrorismos.
Buda y Jesús invitaron a la humanidad a desengañarse, salir de sí y cuidarse mutuamente. Era un camino de lucidez cordial y liberación compasiva, común en la pluralidad de las religiones; olvidado luego por ellas a lo largo de la historia, lo anhelado hoy la humanidad, explorando el nuevo paradigma de espiritualidad más allá de las religiones.
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