Víctor Rey
A cuatro décadas de estos acontecimientos, los protagonistas de mayo del 68 sienten en general un sentimiento de satisfacción: los objetivos se alcanzaron globalmente en las sociedades occidentales. Pero los enemigos de ese proceso no se rinden; consideran que la civilización occidental se vino abajo durante esas tres semanas. De esta manera, durante su campaña, el Presidente Nicolás Sarkozy atacó violentamente la herencia de mayo del 68 acusándola de ser matriz del relativismo moral que se habría apoderado del Occidente.
“Mayo del 68” ha devenido en un movimiento legendario de la historia de Francia: las mujeres se liberaron, el sexo pasó a ser algo normal, la educación se abrió y el centro de trabajo se humanizó. Pero como todos los mitos, éste clama por ser desafiado.
Hoy, los de Mayo 68, son hombres y mujeres con poder en el gobierno francés y en la prensa parisina. Ya son cuarenta años de este hecho que marcó la historia de Francia y el mundo. Los conservadores los han odiado siempre, pero incluso los jóvenes izquierdistas los están atacando. Sus críticos denunciaron su individualismo hedonista, alegando que destruyó el sentido del deber cívico del francés. Culpan a sus excesos por la reacción de la derecha que ahora está creciendo en el país. Se preguntan si los estudiantes que comenzaron sus carreras como los apóstoles del cambio no se han convertido hoy en sus enemigos.
Más allá de estas circunstancias locales, el balance de Mayo del 68 se traduce antes que nada en una transformación considerable de las costumbres de Occidente, de los valores y de las relaciones sociales: en sustancia, una sociedad individualista suplantó a la sociedad jerárquica.
Este individualismo se manifiesta en la vida privada: mayo del 68 fue una liberación sexual que coincidió con la píldora anticonceptiva. Esta liberación sexual llevó, por su lado, a una relativización del matrimonio: otros tipos de parejas se formaron y el divorcio se volvió común.
El autoritarismo también se vino abajo en las empresas donde los modos de gestión más participativos sustituyeron a la jerarquía patronal. Las iglesias cristianas evolucionaron en la misma dirección, amplificación de una liberalización que había sido esbozada por el Concilio Vaticano II.
Las universidades francesas, pero en todos lados también, en diferentes grados en las sociedades occidentales, nunca más reanudaron con la jerarquía mandarina; en todas partes hubo que permitir una enseñanza más participativa y consultar a los estudiantes.
La vida política, por último, recibió el terremoto adoptando un estilo más relajado, más cercano a las preocupaciones cotidianas: el gaullismo, herencia de la tradición monárquica francesa, no sobrevivió a la sacudida de mayo del 68, el mismo De Gaulle se decidió renunciar un año más tarde.
En el mundo ideológico, la víctima más obvia de mayo del 68 fue el marxismo: los líderes de mayo del 68 eran anarquistas y por lo tanto, anticomunistas. Más significativas que este debate teórico, las revueltas de Europa del Este anunciaban también el estado calamitoso del marxismo tanto como ideología y como ejercicio del poder. En la práctica, se necesitarán 20 años para que los partidos comunistas desaparecieran de verdad; pero la semilla de su muerte anunciada había sido sembrada en el 68.
El verdadero problema es que aquellos vociferantes jóvenes de mayo de 1968 han crecido. Encontraron trabajos, iniciaron carreras y compraron acciones y asumieron hipotecas, y se convirtieron en parte de la clase poderosa a la que una vez quisieron destruir. El autoproclamado “portavoz del movimiento revolucionario”, Daniel Cohn-Bendit, conocido como “Danny el Rojo”, es hoy miembro del Parlamento Europeo por los Ecologistas Alemanes. Jacques Sauvageot, ex dirigente del sindicato de estudiantes, es director de la Escuela de Bellas Artes de Rennes. El ex marxista Edwy Plenel es editor del principal diario de la nación, Le Monde.
Los del 68 parecen haber hecho realidad la profecía del intelectual conservador Raymond Aron, hecha pocas semanas después de que las barricadas fueran levantadas: “Todas las revoluciones francesas han reforzado al final al Estado y han deteriorado la centralización de la burocracia”. “Toda la imaginación al poder”, solían decir, pero cuando fueron puestos a prueba, la imaginación les falló. “A finales de 1968, Francia era el país más activo, cambiante y creciente del mundo”, dijo el sociólogo Emmanuel Todd.
Estos acontecimientos de mayo del 68 se apagaron de manera igual de inesperada que como habían surgido: en tres semanas, todo volvió al orden anterior, aparentemente. Los estudiantes volvieron a la universidad, los obreros a sus fábricas, los curas a sus parroquias y el general De Gaulle a la Presidencia. En realidad todo había cambiado. Y no sólo en Francia. Cada país había en efecto vivido mayo del 68 a su manera: en los Estados Unidos, el pacifismo de los estudiantes contra la guerra de Vietnam llevaría tarde o temprano al retiro estadounidense. En Varsovia y Praga, los levantamientos estudiantiles contra la ocupación soviética revelaban hasta que punto el comunismo en Europa del Este no era más que un frágil barniz. En América Latina, estudiantes y obreros y veteranos de Paris 68 volvieron a sus países a fomentar revoluciones sociales.
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