LAS OPORTUNIDADES QUE NOS
OFRECE EL DIALOGO INTERRELIGIOSO
Víctor Rey
“No habrá paz
entre las naciones sin que haya paz entre las religiones. Y no habrá paz entre
las religiones sin un mayor diálogo entre religiones”.
(Hans Kung)
Si alguien elige ser religioso/a hoy día, esa persona debe ser
religiosa de una manera interreligiosa, es decir, reconociendo que existen
otras maneras válidas de ser religioso/a y reconociendo en mayor medida que las
religiones del mundo están llamadas hoy día a aprender las unas de las otras, a
cuestionarse recíprocamente, y a cooperar mutuamente.
¿Por qué es necesario el diálogo interreligioso, y cuáles son los
beneficios que pueden resultar de ese diálogo?
Creo que la urgencia de un diálogo interreligioso, es decir, la
urgencia de respetar a los creyentes de otras religiones, aprender de ellos y
cooperar con ellos, nace de tres exigencias, o tres imperativos éticos que
nuestro mundo contemporáneo hace a cristianos y creyentes de otras religiones.
El mundo en que vivimos está globalizado e interconectado como nunca antes lo
ha estado, pero éste es también un mundo amenazado y en peligro también como
nunca antes. Los peligros y amenazas nacen de la violencia que los seres
humanos están cometiendo tanto contra otros seres humanos como contra el medio
ambiente. Entonces, sugiero que consideren que este mundo globalizado pero
amenazado está llamando a las personas religiosas a ser: 1) mutuos vecinos interreligiosos, 2) mutuos pacificadores interreligiosos y 3) peregrinos interreligiosos junto a cada uno de
nosotros.
Siempre ha habido diferentes religiones en el mundo. La diversidad
religiosa no es nada nuevo. Pero, en el pasado, esas religiones distintas
permanecían en “su propio vecindario”, es decir, dentro de sus propias
fronteras geográficas y culturales. Hoy día, eso está cambiando. Muchas
religiones diferentes se están mudando a los mismos vecindarios. Aquellos que
creen de manera distinta, rezan de manera distinta, se visten de manera
distinta, ya no viven al otro lado del mundo. Viven en la casa de al lado;
trabajamos junto a ellos; sus hijos van al colegio junto a nuestros niños;
ciertamente, sus hijos podrían casarse con los nuestros.
Esto significa que lo que llamamos “sociedad civil” está tomando
un nuevo carácter. Si durante la segunda mitad del siglo pasado se habló mucho
acerca de una “sociedad secular” donde la religión ya no era un factor de
consideración, hoy día los académicos hablan de una “sociedad post-secular”, en
la cual la realidad de la religión, de muchas maneras distintas, no es sólo una
fuerza cultural sino también geopolítica que debe ser considerada. Actualmente,
la comunidad de naciones y cada nación individual se están convirtiendo, cada
vez más, en sociedades civiles multi-religiosas.
Si la seguridad de una nación depende de sus ciudadanos siendo
“buenos vecinos” de los demás –es decir, vecinos que no sólo viven dentro de
las mismas fronteras sino que trabajan juntos para hacer que su espacio común
sea un vecindario saludable, limpio, seguro, salvador para todos– entonces
tendremos que ser buenos vecinos multi-religiosos de los demás. Se nos pide que
trabajemos con los demás, seamos amigos de los demás, como personas que
encuentran el significado de la vida de maneras muy distintas, basadas en libros
religiosos muy diferentes, siguiendo líderes religiosos muy diferentes, quienes
presentan imágenes muy distintas de lo que es lo Último en la vida. Se nos
llama a formar una sociedad civil, un vecindario funcional, a partir de
diferentes comunidades religiosas. Si queremos ser “buenos vecinos” de los
demás, si esperamos ser “buenos vecinos” de los demás, tenemos que lograr serlo
de manera interreligiosa.
Y aquí viene la parte difícil, el verdadero desafío. Ser buenos
vecinos multi-religiosos requiere de algo más que tolerancia. Por favor
entiendan que no estoy degradando la tolerancia. Dios sabe que necesitamos más
de ella entre las comunidades religiosas de nuestro mundo. Tolerancia significa
que vivamos religiosamente y dejemos que otros vivan religiosamente, que
permitamos que nosotros y los demás seamos religiosos de la manera en la que
queramos serlo. Pero la tolerancia implica que lo hacemos a regañadientes.
Aquello que dejamos que ocurra, desearíamos que no viviera, al menos no en la
casa de al lado.
Por ello, para ser buenos vecinos de múltiples credos, la
tolerancia no es suficiente. Para formar un vecindario o una nación a partir de
diferentes comunidades religiosas tenemos que reconocer y aseverar –en nuestro
pensamiento y en nuestro sentir- no sólo la existencia sino la validez de las otras comunidades religiosas.
Nosotros los cristianos debemos ser capaces de mirar a nuestros vecinos
musulmanes y no solamente reconocer que son musulmanes; debemos
estar contentos de que sean musulmanes. Una sociedad civil
multi-religiosa funcional requiere que cada comunidad religiosa asevere que las
demás religiones tienen un lugar tan válido en nuestro mundo como el propio.
Para ser buenos vecinos interreligiosos, debemos regocijarnos en y celebrar las
diferentes identidades religiosas.
Lo que propongo aquí es que en nuestra comunidad mundial
multi-religiosa y en nuestras naciones multi-religiosas, tenemos que aseverar
la igualdad de derechos de las religiones, y eso
significa la igualdad de validez de las religiones.
Creo que de buen grado reconocemos que una nación que afirma ser una democracia
no puede funcionar sin que haya igualdad de género y de raza. Afirmar que Dios
ha hecho al hombre superior a la mujer, o afirmar que Dios ha establecido a la
raza blanca como superior a la raza negra o a las razas mestizas es socavar las
posibilidades mismas de una democracia funcional. Lo mismo debe decirse de las
religiones: en una nación multi-religiosa que afirma ser una democracia, decir
que Dios ha hecho de una religión –generalmente el cristianismo– la única
religión verdadera o superior sobre las demás es contrario a sus valores
democráticos. No puedo ser un conciudadano de alguien si creo que mi raza es
superior a la suya; sugiero que lo mismo es cierto si pienso que mi religión es
inherentemente superior a la de otra persona.
¿Pueden los cristianos estar de acuerdo con tal entendimiento de
una sociedad civil inter-religiosa? ¿Pueden los cristianos reconocer la validez
de otras religiones?
Nosotros los cristianos, por supuesto, debido a nuestras
identidades mismas, estamos llamados a ser pacificadores. Pero actualmente, en
cierto sentido, eso no resulta suficiente. Debemos ser pacificadores
interreligiosos. Este reto se ha vuelto mucho más apremiante después de los
sucesos del 11 de septiembre de 2001 –y los sucesos de después del 11 de
septiembre-. La violencia de ese día, y la violencia que ha seguido a ese día,
han encarnado y resaltado lo que está ocurriendo en muchas otras partes del
mundo: la religión –que significa creencias y valores religiosos– está siendo
usada para fomentar, justificar e intensificar la violencia de algunas personas
contra otras. Aunque a través de la historia humana siempre ha habido violencia
en nombre de la religión, tal violencia parece ser hoy día más amenazadora que
lo que ha sido. Algunos analistas políticos y algunos políticos en posiciones
de poder sostienen que la religión está alimentando un enfrentamiento entre
civilizaciones, civilizaciones ahora con armas más devastadoras de lo que jamás
se haya imaginado. Con esto no se está diciendo que la religión per se causa
violencia. Pero la religión a menudo es la mecha que enciende las tensiones políticas,
económicas o éticas combustibles; o la religión es la leña que permite que las
llamas de la guerra ardan con mayor intensidad y ferocidad.
Las personas religiosas, sobre todo cuando estas personas
religiosas son vecinas, que ven que su religión es empleada para justificar la
violencia terrorista de estrellar aviones contra edificios, o para justificar
la violencia militar de arrojar bombas sobre otros pueblos, deben ponerse de
pie y hacer algo respecto a cómo sienten que su religión y sus valores
religiosos están siendo explotados y abusados. El rabí Jonathan Sacks, en su maravilloso
libro La dignidad de la diferencia, enuncia el reto que los vecinos religiosos
se plantean entre sí: “...los creyentes religiosos no pueden hacerse a un lado
cuando las personas son asesinadas en el nombre de Dios o por una causa
sagrada. Cuando la religión es invocada como justificación para el conflicto,
las voces religiosas deben alzarse en protesta. Debemos ocultar el hábito de la
santidad cuando es buscado como manto para la violencia y el derramamiento de
sangre. Si la fe es enlistada en la causa de la guerra, debe haber una
contravoz igual y opuesta en el nombre de la paz. Si la religión no es parte de
la solución, ciertamente será parte del problema.”
Sacks sugiere que la tarea de afrontar la violencia en nombre de
nuestra religión es un problema que no podemos manejar nosotros solos.
Necesitamos de la ayuda de otras religiones que nos puedan ayudar, así como
nosotros podríamos ayudarlas, para ver cómo la religión propia está siendo
abusada y por qué es que los líderes políticos se están apropiando de ella.
Se les está preguntando a los cristianos, como se les está
preguntando a todos los creyentes religiosos, si pueden ser pacificadores
interreligiosos. Nuestra respuesta es un entusiasta “¡Por supuesto que
podemos!”. Pero como voy a señalar, tal disposición positiva podría plantearnos
exigencias inesperadas.
La tercera razón por la cual el diálogo interreligioso es
necesario va más allá de las dos razones que hemos considerado hasta este
punto: la necesidad cívica de ser buenos vecinos con los demás y la necesidad
política de ser pacificadores conjuntamente. La tercera razón llega hasta las
profundidades de quienes somos como personas religiosas, como personas que han
llegado a conocer o a confiar, a través de Jesucristo, que hay una Realidad que
tanto nos trasciende en el misterio como nos abraza en intimidad. Esta es una
razón que se vuelve clara a medida que llegamos a conocer otras religiones y,
sobre todo, al hacernos buenos amigos y vecinos de personas que transitan por
distintos caminos religiosos.
Estoy intentando llegar a la conciencia, o la feliz inquietud, que
más y más cristianos están sintiendo. Nosotros los cristianos nos estamos dando
cuenta de que cuando tomamos el pluralismo religioso con seriedad como una de
las apremiantes “señales de los tiempos”, cuando intentamos ser buenos vecinos
y compañeros pacificadores junto a personas de otros credos, encontramos que
somos capaces de experimentar y aprender cosas acerca de Dios y acerca de
nosotros mismos y de nuestro mundo que nunca podríamos haber aprendido solos.
¡Nuestra relación con los demás es una manera de ahondar nuestra propia
espiritualidad!
Como lo expresó Edward Schillebeeckx, estamos llegando a aceptar
el hecho de que hay más verdad en todas las religiones juntas que en cualquiera
de ellas por separado.
El diálogo interreligioso nos ofrece la oportunidad de ser
compañeros peregrinos de los musulmanes, judíos, budistas, hindúes, las
espiritualidades indígenas, al explorar y descubrir cada vez más del Misterio
que llamamos Dios, un Misterio que tiene muchos nombres, y cuya integridad
ninguna religión podrá abarcar completamente.
Entonces, lo que sugiero es la “la urgencia” de un diálogo interreligioso es “la
oportunidad” de profundizar y enriquecer nuestras propias identidades y
comunidades religiosas. Sugiero que tales oportunidades pueden enfocarse bajo
dos enunciados: la oportunidad de una nueva comprensión de lo que significa ser
Iglesia y lo que significa estudiar y enseñar teología.
No hay comentarios:
Publicar un comentario