ERNEST SCHUMACHER:
LO PEQUEÑO ES HERMOSO
Víctor Rey
Descubrí la economía budista cuando cayó en mis manos
el libro, “Lo pequeño es hermoso”, del economista E. F. Schumacher. Este libro
lo leí, cuando estaba estudiando Ciencias Sociales en la Universidad Alberto
Hurtado, en Santiago de Chile, allá por el año 1988, en uno de los cursos de
Economía. Es uno de los 100 libros más influyentes desde la Segunda
Guerra Mundial. Me atrajo de inmediato su título, que ya decía mucho de su
contenido y me ayudó mucho para entender la economía y poder apreciar esta
ciencia desde una perspectiva más amigable y no tan técnica como se suele
presentar. También a adentrarme en la filosofía budista y su propuesta
económica. Schumacher nació en Bonn, Alemania el 16 de agosto de 1911 y
falleció el 4 de septiembre de 1977 en Suiza.
Schumacher visitó Birmania como miembro del consejo de
carbón británico para aconsejar al país en la adopción de un crecimiento al
estilo oriental. Tras pasar un tiempo conociendo las costumbres del país, y
estudiando sus máximas, se dio cuenta de que la economía occidental podría
incorporar ideas del budismo para promover un crecimiento más sostenible y respetuoso con la naturaleza,
que a la vez pudiese brindar al ser humano el completo desarrollo de sus
facultades.
Una de las propuestas que me resulta más interesante
es la economía budista, sobre todo porque tiene en cuenta las necesidades
humanas y sus limitaciones, proponiendo un control sobre el ansia de querer
siempre más. La finalidad es alcanzar un verdadero desarrollo del ser humano en
todas sus dimensiones, como ser individual cuya acción va mucho más allá del
mero consumo, que actúa en
comunidad y se hace responsable
de su entorno.
La economía occidental se centra en el interés individual. En cambio la
economía budista desafía este concepto con la idea de la inexistencia de un ego
permanente. Esto quiere decir que todo lo que uno percibe con sus sentidos
trasmite una falsa idea de un “yo” inherente y real. Esto deriva inevitablemente
en que se desarrolle una idea de “lo mío”, siendo esta la base del
comportamiento egoísta.
El egoísmo no se considera producto de la maldad sino
que es un error consecuencia del desconocimiento de la esencia real de las
cosas. Es por esto que el ser humano tiene que desapegarse de este sentimiento.
La economía basada en el interés personal y con un enfoque oportunista y
materialista está condenada al fracaso. En contrapunto proponen promover la
generosidad, ya que el ser humano es un actor cooperador motivado por mejorar su entorno. Los
individuos y colectividades que cooperan sobreviven, prosperan y funcionan.
El segundo factor que diferencia ambos conceptos es la
búsqueda de maximización de beneficios, mientras que la budista enfatiza la
importancia de minimizar el
sufrimiento. La manera de minimizar el sufrimiento es promoviendo la
simplificación de los deseos, de manera que se calme el ansia consumista y
materialista y la frustración que conlleva el querer siempre más y lo mejor.
Una vez las necesidades básicas del hombre están cubiertas (comida, ropa,
refugio, medicinas) el resto de necesidades materiales debe ser minimizado.
La visión del mercado y el crecimiento también dista
en ambas visiones. Los enfoques occidentales tienen como objetivo maximizar los
mercados hasta el punto de saturación mientras la economía budista tiene como
objetivo minimizar el daño.
Tienen en cuenta actores primordiales como las futuras generaciones, el medio
ambiente y los pobres, que no están correctamente representados porque no gozan
del mismo poder que los actores más poderosos y ricos. Es por ello que el
mercado no es imparcial y no es representativo de la economía. El concepto
de Ahimsa (no cometer acciones que puedan ocasionar daño a uno
mismo o a los demás) urge a encontrar soluciones de una manera colectiva y
participativa.
Desde el punto de vista budista, no hay nada negativo
en el progreso económico, a
no ser que ese progreso económico promueva el apego a los bienes materiales y
la avaricia. El crecimiento económico que conlleva una reducción de sufrimiento
es bienvenido, ya que alivia los efectos negativos de la pobreza. Lo que
importa en este caso es la manera en que se genera la riqueza, si ésta se
genera a través de un trabajo digno y respetuoso donde se fomenta la confianza,
permite a los individuos tener una seguridad económica y poder estar libres de
deudas, cuidar de sí mismos y de su comunidad. Esto lleva a desincentivar la
maximización de beneficios como fin en sí mismo e impulsar la importancia de la
producción a pequeña escala, local, adaptable y sostenible.
Una economía budista considera que el consumo es un
medio para el bienestar humano. El objetivo se trata de maximizar el bienestar con un consumo mínimo.
El trabajo debe ser debidamente apreciado y darse con
unas condiciones dignas, de manera que impulse al hombre a producir, dar lo
mejor de sí mismo y desarrollar su personalidad. La liberación que supone para
el hombre dejar de estar enfocado exclusivamente a maximizar sus ingresos y
destinar su tiempo a largas jornadas laborales, le permite tener más dedicación
a actividades que repercutan en el bienestar de la comunidad. La persona que se
puede ganar la vida con un trabajo digno, puede invertir su tiempo también a
fortalecer los lazos que lo unen con el resto de individuos de su comunidad.
Está demostrado que la inversión
en las relaciones interpersonales tiene un impacto positivo en el
bienestar.
El concepto de Producto Nacional Bruto (PIB),
incompleto para medir el bienestar, es sustituido por la Felicidad Nacional Bruta (FNB).
Este indicador mide el bienestar y la felicidad a través de varios factores
como el bienestar económico, el ambiental, la salud física y mental y el
bienestar laboral, social y político.
Teniendo en cuenta la época en que las ideas de
Schumacher fueron planteadas, se puede considerar que transmiten propuestas que
en su mayoría son totalmente vigentes hoy en día como la importancia de las
energías renovables, pensar más allá del PIB, promover el comercio local y una
producción eficiente. En una economía budista se busca pues el consumo óptimo, no el máximo.
La manera en que experimentamos e interpretamos el
mundo depende mucho del tipo de ideas que tenemos. Si las ideas son
principalmente débiles, superficiales e incoherentes, la vida parecerá también
insípida, aburrida, insignificante y caótica. La economía budista defiende la
idea de una economía que permita al hombre desarrollar sus facultades y
liberarlo del deseo de querer siempre más. Para el desarrollo de estas
facultades se requiere una revalorización
de lo que verdaderamente satisface al hombre y una limitación de los deseos sin sentido,
donde la óptima asignación del trabajo permita estar en un equilibrio y gozar
de un nivel de bienestar con lo que se tiene. Creo que la propuesta de
Schumacher tiene hoy más vigencia que nunca es una alternativa real para
aplicarla en América Latina.
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