EDUARDO GALEANO Y SU RELACIÓN CON CHILE
Víctor
Rey
Tuve la oportunidad de escuchar y conocer dos veces a
Eduardo Galeano. La primera vez fue en
Santiago de Chile en el año 1988, meses antes del plebiscito que derrotaría a
Pinochet. Fue en una sala de la Universidad ARCIS ,
que estaba llena donde la capacidad del lugar fue sobrepasada y todos estábamos
habidos de escuchar a este escritor que
lo habíamos comenzado a leer a través de la revista Análisis que fue justamente
el medio que lo trajo a Chile para participar
en unas jornadas que se llamaron: Chile Crea y recibir el premio José
Carrasco. La segunda oportunidad fue el
año 1995 en México. Ahí fue el expositor
que cerró el Congreso de la Asociación Mundial de Comunicadores Cristianos
(WACC). Su charla sobre la realidad
latinoamericana y el periodismo, ha sido para mi uno de las exposiciones que
más he valorado. Justamente en ese país y en esa ocasión un
amigo mexicano me regaló el libro: Las venas abiertas de América Latina. Considero que Galeano ha sido uno de los
intelectuales más influyentes del final del siglo pasado y de este siglo. Su humor, la facilidad de su lectura, la
ironía y la contextualidad son las características que a muchos nos han
cautivado.
Su muerte A los 74 años nos golpeó a muchos por lo
prematuro de su partida. Deja un gran
vacío en la literatura latinoamericana, ya que ha sido uno de los escritores
más relevantes del último tiempo. Su
obra fue traducida a una veintena de idiomas y su muerte causó diversas
reacciones en el mundo. La política y la cultura también lo unieron con Chile,
país que visitó por última vez en 2013.
“Quiero dedicar esta lectura a un gran amigo mío, y
creo que de todos ustedes, que se llamó y se llamará por siempre jamás,
Salvador Allende”. De este modo comenzaba Eduardo Galeano la presentación de su
último libro, Los hijos de los días (2011), el 9 de enero de 2013,
ante una repleta sala Antonio Varas, cuya capacidad fue ampliamente sobrepasada
por la cantidad de personas que querían escucharlo.
Esa fue la última visita a Chile del escritor
uruguayo, falleció el 15 de abril del 2015, debido a complicaciones de salud
derivadas del cáncer de pulmón que se le diagnosticó en 2007.
Eduardo Germán María Hughes Galeano nació el 3 de
septiembre de 1940 en Montevideo y su obra ha sido traducida a una veintena de
idiomas. Entre sus libros más influyentes se encuentra Las venas abiertas
de América Latina, publicado en 1971, y censurado por varias dictaduras
latinoamericanas, entre ellas, la chilena.
Ese es uno de sus vínculos menos felices con Chile, un
país que visitó en repetidas ocasiones y con el que mantenía lazos más
perdurables. Los comenzó a construir cuando era un veinteañero, dirigía el
diario Época y se hizo amigo de Salvador Allende, quien incluso lo visitaba en
las oficinas del medio.
Fue el periodismo, de hecho, su primer contacto con la
escritura. Cuando era un adolescente le vendió una caricatura al diario El Sol
y en sus planes no estaba dedicarse a la literatura: “Siempre creí que iba a
ser dibujante. También creí que iba a ser jugador de fútbol, santo, miles de
cosas quise ser y no pude, pero jamás se me pasaba por la cabeza la idea de ser
escritor, nunca. Eso ocurrió tarde en la vida, a partir del periodismo”, dijo
al programa Vuelan las Plumas, durante esa última visita a Chile.
“Empecé a ejercer el periodismo como una manera de
entrar en la realidad. Me apasionaba meterme en las noticias, de carne y
hueso”, añadió en esa ocasión.
“Yo podía hacer
una crónica policial o de deportes -muchas veces hice de fútbol- y me
apasionaba ese contacto directo con la realidad que te puede dar el periodismo.
La ficción no me lo daba. Hice algunas tentativas de escribir ficción, pero no
me entusiasmaba como esto, que provenía de la realidad. Era la realidad contándote
sus secretos, sus misterios, desafiándote”, relató.
En 1973, luego del golpe de Estado en Uruguay, Eduardo
Galeano se estableció en Argentina, donde fundó otro medio de comunicación,
Crisis. Tres años más tarde, nuevamente la represión lo llevó a España. Solo
volvería a Uruguay en 1985, con el retorno de la democracia en ese país.
Tres años después estuvo en Chile para recibir el
premio José Carrasco Tapia, que concedía la revista Análisis. El 19 de enero de
ese año, en su discurso, dijo palabras que bien podrían servir ahora para
despedirlo: “Este es un homenaje a la pasión de vivir, iluminada por la viva
memoria de un compañero asesinado, y ésta es una celebración de la alegría de
creer en ciertas cosas que la muerte no puede matar”
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