Víctor Rey
LA UNIVERSIDAD
Hace unos días en
el barrio colonial de Quito, Ecuador me encontré con un antiguo estudiante en
la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica.
Hicimos recuerdos de aquellos tiempos de estudiantes de post grado. Nos reímos mucho de todas las peripecias que
viven los estudiantes latinoamericanos en especial luchando con la fonética
francesa. Nos recordamos de la forma en
que nos ganábamos algunos francos trabajando en el Restaurant Le Sablon, donde
pasamos casi todos los estudiantes. Me
decía que no debe existir en el mundo un restaurant atendido con un personal
más calificado como en ese lugar, ya que todos eran candidatos a master o
doctorados de todo el mundo. Y muchos
llegaron a ser políticos como el presidente del Ecuador. Esto me llevo a reescribir un antiguo
artículo que había escrito sobre mi experiencia en esta ciudad universitaria
donde viví y estudié Comunicación Social desde 1990 a 1993.
La “Universitas
Lovainensis” fue creada por edicto del Papa Martín V en el año de 1425. En aquel entonces Europa superaba el Cisma de
Occidente, mientras Inglaterra y Francia se batían en la Guerra de los Cien
Años. Hacía algo menos de dos siglos que
se habían creado las primeras universidades, pero faltaban todavía veinte años
para que Guttemberg inventara la imprenta y más de seis décadas para que el
genovés Cristóbal Colón confundiera una isla caribeña con la costa india.
Casi seis siglos
de vida son tiempo suficiente para que ocurran muchas cosas. Por los claustros de la Universidad circularon
Erasmo de Rotterdam (ocupado por entonces en su Elogio a la Locura ) y el célebre
Jansenius. Un obispo acusado de herejía cuyos seguidores pasaron a la historia
como matemáticos y linguistas. También
Mercator, Vésale, Vives, Lemaitre, entre otros. En los convulsionados años que
siguieron a la Revolución
francesa, la por entonces tricentenaria Universidad de Lovaina fue clausurada y
no volvió a abrir sus puertas hasta que los belgas conquistaron su
independencia. En 1834 la institución es
reabierta y funciona durante algo más de un siglo como una universidad bilingüe
en donde confluyen la Bélgica
francófona y la Bélgica
flamenca.
El primero de
julio de 1970 se pone en práctica una reestructuración que da lugar a la
aparición de dos nuevas universidades: la Université Catholique
de Louvain (UCL), de expresión francesa, con su asiento principal en la ciudad
de Louvain-La Neuve (a escasos kilómetros de Bruselas) y la Katholieke Universitet
te Leuven (KUL), de expresión flamenca ubicada en la antigua sede de Leuven.
LA CIUDAD
Louvain-la-Neuve es una ciudad única en el
mundo. Situada en el corazón de la antigua región de Brabante, Louvain-la-Neuve
es la más joven ciudad europea y la primera ciudad construida en Bélgica desde
el siglo XVII. Se encuentra a 30 kilómetros de
Bruselas y su población es de 23.000 habitantes, distribuidos en 700 hectáreas
Su origen tiene
que ver con las peculiaridades linguisticas de un país como Bélgica, que
encierra en sus escasos 30.000 kilómetros cuadrados unos doce millones
de habitantes y dos grandes comunidades linguísticas: los valones que son
francófonos y los flamencos que son neerlandófonos.
Hasta el año 1968
la antigua Universidad de Lovaina funcionó en el territorio flamenco, en la
vieja ciudad de Leuven. Sin embargo, un
agravamiento del tradicional conflicto lingüístico entre ambas comunidades
condujo a una separación de la sección flamenca y la sección francófona, con la
consecuente mudanza de esta última. La Université Catholique
de Louvain encontró su nuevo hogar unos 30 kilómetros al sur,
junto a la villa de Ottignies: un poblado pequeño pero un importante nudo
ferroviario. En ese lugar, el 2 de
febrero de 1971 el Rey Balduino pone la primera piedra fundamental de lo que
será Louvain-La-Neuve. En octubre de
1972 la ciudad recibe sus primeros habitantes, constituidos por un grupo de
estudiantes de ingeniería.
Louvain-La-Neuve
ha sido concebida no sólo como campus universitario sino también como centro
urbano, inspirándose en las antiguas ciudades medievales. Cuatro barrios- cada uno de ellos situado
sobre una de las colinas que dominan el pequeño valle de la Malaise- recuerdan los
nombres de las granjas sobre cuyos terrenos se construyó la ciudad. Sus hermosos cascos de estilo brabanzón se
conservan y han sido reciclados para ser centros de actividades locales y
universitarias. Los cuatro barrios
(Hocaille, Biéreau, Bruyéres y Lauzelle) confluyen hacia el centro de la
ciudad, concebido como lugar de encuentro y animación. El centro está a una altura de tres pisos,
levantándose sobre el valle como un puente que une los barrios. Debajo se sitúan los estacionamientos y una
estación de trenes subterránea ubicada bajo el edificio central de la Universidad- Les
Halles- que es la principal construcción del centro de la ciudad.
Toda la
arquitectura lovainense- siempre coloreada en las gamas naranjas del ladrillo y
las negras de los techos de pizarra- ha sido puesta al servicio de una
concepción urbanística inspirada en las ciudades medievales, guardando siempre
una escala humana. Calles estrechas (cuyos
nombres recuerdan a pensadores y poetas), pequeñas plazas, escalinatas,
constituyen una planta filigranada y compleja, a veces tortuosa para el recién
llegado, pero juguetona y hasta amistosa para el peatón- el verdadero
privilegiado de su urbanismo- que comienza a conocer sus quiebres, y se
dispones a intimar con la ciudad más joven de la vieja Europa.
LA VIDA
Vivir en
Lovaina-La-Nueva se asemeja mucho a viajar a través del tiempo. Los hábitos y rutinas de esa ciudad pequeña.
Por cuyas calles intrincadas apenas circulan autos y en donde casi todo
habitante tiene algún punto de contacto con la Universidad que es su
centro, recuerdan en -efecto- a la vida cotidiana de las ciudades
universitarias del medioevo.
Los parecidos
empiezan a descubrirse desde el momento mismo de la llegada: la pequeña escala en que se mantiene la
arquitectura, el dominio del ladrillo y de los techos empinados, el denso
tejido de calles, pasajes, plazas y espacios verdes que se mezclan con las
construcciones, reproducen el clima de una ciudad nordeuropea de los siglos XIV
o XV. Sin embargo, estas semejanzas se
hacen todavía más palpables cuando se descubre que, tal como ocurría hace
quinientos años, toda la ciudad respira al ritmo de la vida universitaria.
El centro de la
ciudad está definitivamente marcado por la presencia de los estudiantes. Negocios, escuelas para todas las edades,
bibliotecas, mediatecas, oficinas de la Universidad , multicines, teatros, museos,
piscinas, complejos deportivos, un lago artificial, decenas de bares donde se
toma cerveza en grandes cantidades, son los territorios habituales de los
grupos desordenados y bulliciosos que para nada recuerdan a la ordenada y
tranquila Bélgica que sigue su vida a
pocos kilómetros de distancia. La vida
cotidiana de los estudiantes, que abandonan sus familias para residir durante
todo el año lectivo en la ciudad universitaria, recrea (en parte
inconcientemente, en parte de modo deliberado) el folklore de Francois Villon y
los goliardos. En efecto, los cursos y
períodos de exámenes se alternan con las fiestas, las competencias, o la
actividad de los clubes que reúnen a gente extremadamente diversa en torno a alguna pasión común (que puede ir desde la
música hasta los “comics”, ese orgullo nacional de los belgas).
Los estudiantes
pueden alquilar apartamentos, pequeñas casas o “estudios”, pero sobre todo
prefieren los “apartamentos comunitarios”.
En este último caso, un número de estudiantes que puede oscilar entre
ocho y los quince comparte un gran apartamento que tiene en común una cocina,
un comedor común y una serie de baños.
Los “apartamentos comunitarios” reúnen con frecuencia a una población
convocada en torno a un interés concreto.
Existen así “comunitarios” (o “kots” en la jerga lovainense) de
cinéfilos, de amantes de la música coral o de entusiastas de la bicicleta, que
agregan su nota particular a la vida social de la ciudad.
Si se sale del
centro, la vida bulliciosa de los estudiantes tiende a amortiguarse para dar
lugar a barrios más tranquilos, familiares, de casas con jardín, en donde suelen
vivir los profesores, funcionarios, o simples habitantes que han elegido vivir
en Lovaina-La-Nueva. Los traslados desde
estos barrios hasta el centro se realizan a pie o en bicicleta. El auto es un artículo de poco uso al
interior de la ciudad.
Los tiempos de la
ciudad son, a lo largo de todo el año, los tiempos de la propia
Universidad. Al principio del año
académico se realiza la fiesta de iniciación de los cursos, que incluye un
“cortejo” en el que desfila toda la comunidad académica. Cuando los cursos terminan, en cambio, o
también durante los fines de semana, la ciudad prácticamente se vacía, quedando a disposición de la población
estable.
Como toda ciudad o
villa europea, Lovaina-La-Nueva, tiene también su gran fiesta anual. Una carrera de bicicletas: “Las veinticuatro
horas de velo”. En efecto, una vez al
año se realiza en Lovaina-La-Nueva una competencia que consiste en una carrera
de veinticuatro horas alrededor de la ciudad, en donde se enfrenta una multitud
de equipos de ciclistas. Durante esos
días confluyen en Lovaina-La-Nueva
jóvenes universitarios de toda Bélgica y de diferentes países de Europa. La ciudad ve crecer en cuestión de horas una
enorme cantidad de carpas y de puestos de ventas de comidas y bebidas, mientras
las calles son cortadas por grandes fardos de paja que marcan la ruta a seguir
por los competidores. La carrera se
realiza sin interrupciones durante veinticuatro horas, y durante todo ese
tiempo el público sigue los esfuerzos de su equipo favorito. Para combatir el cansancio y el frío se
organizan algunas competencias paralelas (por ejemplo, el premio a la bicicleta
más original y rara) al mismo tiempo que se da cuenta de enormes cantidades de
cerveza.
En este marco de
intensa vida social, de tradiciones muy vivas y de fuerte identidad local, se
desarrolla la estadía de los estudiantes.
En general, todos los estudiantes siguen cursos durante las mañanas y
las horas siguientes del mediodía. A las
cuatro de la tarde (prácticamente de noche, si es invierno) se terminan los
cursos, quedando el resto del tiempo a disposición del estudiante. En general se estudia en la propia casa o en
las bibliotecas, aunque los que realizan estudios de maestría y doctorados,
suelen dispones de oficinas particulares.
Por la noche se hace vida familiar o se asiste al teatro, al cine, a los
centros deportivos, a los clubes o a los bares.
Según el momento del año, la vida social se puede extender hasta tarde
en la noche o, si es tiempo de exámenes, se puede volver casi inexistente.
La relación con la Universidad variará
según las características de cada estudiante.
Si se trata de un alumno que recién inicia sus estudios universitarios,
lo más probable es que deba cursar un alto número de materias y que mantenga
vínculos relativamente distantes con el cuerpo de profesores. Si, en cambio, se trata de estudios de post
grado, el número de cursos se reduce radicalmente y se estrechan las relaciones
de tipo personal con los docentes. En
cualquiera de los casos, el estudiante se ve enfrentado a un etilo de vida
universitario distinto al que estamos acostumbrado en América Latina, en el que
se verá profundamente inmerso durante los años que dure su estadía.
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