martes, 22 de diciembre de 2015

COMO VIVIR LA NAVIDAD EN UNA SOCIEDAD DE CONSUMO


Víctor Rey


Hoy la navidad sufre una gran distorsión en su real sentido.  Cuando pensamos en la navidad inmediatamente vienen a nuestra mente Santa Claus o el Viejito Pascuero,  los regalos y toda la fiebre consumista que se forma en torno a esta festividad.  Todo esto nos produce una carga alta de estrés y también angustia.  Es necesario encontrar el verdadero sentido y compartirlos entre tantas personas que en esta fecha se encontrarán solos y deprimidos. Por otro lado hay que vivirlo con los más empobrecidos, los más vulnerables y los que se encuentran sin esperanza.

Seguimos viendo que la realidad en nuestras ciudades se van empeorando, las expectativas y la realidad de nuestro pueblo, siguen estando marcadas por los signos de la anti- vida.  Las profundas desigualdades sociales, las contradicciones socioeconómicas y la desesperanza están marcando el paso en la vida cotidiana.

La experiencia de los pastores en la fría noche de navidad vuelve a convertirse en una realidad.  Nuestro mensaje y acción debe estar cargada de mucha esperanza.  La gente desea escuchar buenas noticias, noticias que construyan, estimulen e impulsen la vida plena.  Queremos escuchar las buenas noticias que sean de gozo para todo el pueblo.   

Esta buena noticia no es sólo un sistema de ideas que se contrapone a los sistemas de ideas de hoy vigentes en el mundo.  No es una ideología más en el supermercado intelectual y religioso del momento.  Es un poder, es una forma de vivir y plantarse frente al mundo, es una comunidad que trasciende barreras.  Para recuperar el sentido vigoroso de un estilo de vida cristiano hay que sacar el Evangelio de manos de los vendedores profesionales que lo han vuelto un  inocuo producto comercial que se ofrece al mejor postor y de los religiosos de turno que han sacado del centro de la navidad a Jesús.  Dondequiera un ser humano que invoca el nombre de Cristo se atreve a vivir por él; se esfuerza por practicar sus demandas de amor, justicia, servicio y arrepentimiento; alza sus ojos con esperanza y vence el temor, allí es donde está avanzando el Evangelio.

La Navidad nos recuerda y nos hace reflexionar sobre la vida de Jesús y el estilo de vida que vino a inaugurar.  Este hecho nos pone en guardia contra los apetitos económicos erigidos en deidad.  Con él aprendemos a sospechar también: “Dónde ustedes tengan sus riquezas, allí también estará su corazón”, “No se puede servir a Dios y al dinero”. 

Vivir el Evangelio y el espíritu de la navidad es primero vivir la libertad de la idolatría materialista de los apetitos económicos.  Es hacer de Jesús el modelo de vida y entrar a un género de vida que ve lo económico como un campo en el cual se pone en práctica la obediencia a Dios, el dador de todo lo que el humano posee.  Cuando nos damos cuenta que nuestros propios apetitos invaden nuestros pensamientos y palabras, relativizando lo justo y auténtico de nuestros proyectos más amados, descubrimos también que Jesús puede renovar nuestras vidas y purificarlas para que den fruto.  El hombre nuevo con su hambre de sed y justicia ya empieza a manifestarse en la disposición a cambiar nosotros mismos para que el mundo cambie.

Rescatar el verdadero sentido de la navidad, es vivir el Evangelio, no cayendo en la trampa del mercado y de la sociedad de consumo.  El problema con la ideología del libre mercado es que nos hace aceptar su utopía como un axioma que no necesita demostración.  Es decir como el único camino que es aceptable hoy es el de la Economía de Libre Mercado.  Nuestra vida y nuestra acción no sirven para nada a menos que estén al servicio de esa ideología.  Con ese mismo criterio se juzga la historia de la Iglesia, la historia del mundo y aun Jesús mismo. 

No caer en esa trampa, no aceptar esa utopía, esa idolatría del mercado, como un axioma ni tampoco aceptar como “científico” un análisis, que por un lado se alimenta de la opresión de los más pobres y por otro reduce al hombre y la mujer a seres que solo sirven para consumir.  Por lo tanto debemos proclamar en primer lugar que la norma que juzga la vida y la acción de los hombres y las mujeres no es el éxito, ni la cantidad de cosas que se posean, sino el designio de Dios revelado en Jesús.  Descubrimos también que para tener valor y eficacia las acciones humanas no necesitan ser exitosas.  La vida es mucho más que la economía.  La fidelidad a Dios se da dentro de una variedad inmensa de marcos de servicio.

Una buena noticia para el mundo de hoy que trae la presencia de Jesús en esta navidad, es que se acaba el temor.  Hoy vivimos bajo el signo del miedo y esta parece ser la característica más notoria de esta época.  La mentalidad de los hombres y mujeres del siglo I estaba plagada de temores: a las potencias espirituales de los aires, a los principados y potestades, a los espíritus elementales.  En medio de ellos el Evangelio era el anuncio de la victoria cósmica de Dios, que ponía en evidencia la debilidad de estas fuerzas que aterrorizaban a los hombres y mujeres. 

Hoy en día los temores tienen otros nombres, pero son muy parecidos en sus efectos sobre el corazón de los hombres y mujeres.  Los medios de comunicación modernos han  desarrollando una jerga que conjura el temor y la sensación de un fatalismo frente al cual el hombre y la mujer parecen impotentes.  Hoy se tiembla ante las fuerzas oscuras que dominan el mercado de valores, ante los sistemas políticos-militares, ante las mafias de todo signo que parecen obrar con impunidad y crecer como pulpos infernales.

El Evangelio que Jesús nos ha traído y que recordamos en navidad sigue siendo el Evangelio de la victoria de Dios sobre todo aquello que se opone a su designio que es el amor, la justicia, la paz y la vida abundante para los hombres y mujeres.  Cierto que esa victoria pasó por el sufrimiento de la cruz, por la agonía, la soledad y lo que a todas luces parecía el fracaso y la impotencia del justo contra la maldad del mundo.

La buena noticia del Evangelio es negarse a permitir que los temores que sobrecogen a la humanidad nos atemoricen también a nosotros.  Es poner la mira en Dios, alzar la vista y vivir en obediencia a su ejemplo, con gozo y confianza en la victoria final, cualquiera sea el curso de la peripecia del hoy.  Jesús y Pablo y Pedro nos enseñaron que esta manera de vivir el Evangelio no es la arrogancia insultante frente al verdugo ni la búsqueda casi masoquista del sufrimiento. 


En nuestro tiempo implica la desmitologización de todas las idolatrías modernas y poderes terrenos, en el entendimiento de estas fuerzas dentro de su limitada dimensión humana, o quizás aun en su exageración demoníaca.  Pero esto implica también el propósito de seguir haciendo aquello que entendemos que es el bien, aunque ello acarree la persecución o la amenaza.  Por esto la buena noticia de la navidad y lo que le da sentido, es nada nos puede separar del amor de Dios y ese amor ha triunfado para siempre.

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