domingo, 4 de octubre de 2015

"La cultura ha de acreditarse como una forma de comunicación. Su objetivo no es dificultar la comunicación sino enriquecerla. De ahí que no puede presentarse como una imposición, como una tarea desagradable, como una forma de competitividad o como una manera de adularse a sí mismo. No debe manifestarse como una esfera separada de la vida, ni convertirse en un tema más; la cultura es el estilo de comunicarse que hace del entendimiento entre los seres humanos un auténtico placer. En una palabra, la cultura es la forma que espíritu, carne y civilización se convierten en persona y se reflejan en el espejo que son los demás." Dietrich Schwanitz.

Cultura es algo que todos tenemos. Mejor dicho, lo que todos tenemos es un cierto grado de cultura. Todos tenemos creencias, damos por hecho una serie de conocimientos, poseemos gustos (desde la comida y la forma de vestir, hasta para la música y el arte), mantenemos supuestos generales (filosóficos) sobre el mundo, y a través de un lenguaje aprendido somos capaces de comunicar a nuestros semejantes nuestras creencias, costumbres, prejuicios, anhelos, miedos, etc. (y ellos a nosotros).

Sin embargo, aunque todos tenemos cierto grado de cultura, no cualquiera puede llamarse a sí mismo "culto." ¿Qué significa ser culto? ¿Por qué debería importar saber de mitología, historia, literatura, teatro, filosofía, arte, ciencia, lenguaje, activismo social y gustos estéticos? El difunto filólogo y ensayista alemán Dietritch Schwanitz nos respondería que debe importarnos todo esto "para enriquecer nuestras vidas y ayudar a conocernos mejor." Su última obra La Cultura. Todo lo que hay que saber, es un monumental libro que pasa revista a todos los temas que el llamado hombre cultodebe conocer.

Aunque suena impactante, no hay que juzgar un libro por su portada, pues corremos el riesgo de, o decepcionarnos con el autor al no cumplir con nuestras expectativas o de acabar poniéndolo en un altar y adorándolo como vaca sagrada. Schwanitz hace una introducción básica a la cultura, sí, pero la cultura europea  (y un poco de la cultura estadounidense), concentrándose en la cultura de Alemania. Latinoamerica, Asia, África y Oceanía quedan básicamente excluidos. También es evidente el conocimiento profundo del autor en materia de historia, literatura y teatro, pero se aprecia una carencia en ciencia, presentando casi de pasada algunas de las grandes ideas de la ciencia, tales como la evolución y la teoría de la relatividad (e incluyendo pseudociencias como el psicoanálisis en el apartado de "Concepciones científicas del mundo").

 Muy probablemente cualquier hispanohablante sentirá como que "le falta" algo al libro, un sentimiento que no es excusa para rechazar su invitación a conocer de aquellos países de los que no nos ponemos a pensar qué tanto conocemos su influencia en el mundo moderno. Es cierto que el libro realmente no trae suficiente material de "todo lo que deberíamos saber", pero conforme lo pienso más, comienzo a convencerme que ese era justamente el objetivo de Schwanitz a la hora de hacer su obra. No se trata de una obra a la que le resolverá los problemas al mayor ignorante del mundo, conteniendo cada una de las cosas importantes de las que está conforma la cultura, sino de una invitación introductoria y limitada por los conocimientos del autor, a profundizar sobre sus temas, a cuestionarnos cómo es que antes no nos habíamos cuestionado sobre dichos temas.

Schwanitz identifica a la rica cultura griega (comenzando con la Iliada y la Odisea, de Homero) y a la tradición bíblica hebrea como los dos grandes pilares en lo que descansa toda la cultura occidental. A partir de ahí nos da un emocionante paseo por la historia en busca de las razones del mundo actual, llegando hasta la Revolución inglesa de 1688, acontecimiento que el autor afirma (y lo sustenta) es el verdadero inicio del mundo moderno. Las ideas liberales, los cambios en la política pública, la concepción de la libertad de pensamiento y de expresión, la noción de igualdad y la búsqueda de conocimiento del mundo para conocernos mejor a nosotros mismos, nacen en este período y después es heredado a la Ilustración y a los ideales de la Revolución francesa.

Continuamos el viaje por la historia desde la Ilustración hasta el inicio del siglo XXI, en donde nos bajamos del velero de la historia, para subirnos al viaje aéreo de la Literatura europea, en la que conocemos las formas literarias, así como las grandes obras de grandes literatos como Petrarca, Bocaccio, Shakespeare (de quien habla maravillas en todo el libro), Molière, Lessig, Schiller, von Kleist, Goethe, Dickens, Dostoievski, Austen; miramos esos extraños y maravillosos mundo llamados historia de la música, historia del arte e incluso disfrutamos de una obra de teatro en un manicomio con algunos esquizofrénicos que piensan que son los grandes dramaturgos G. B. Shaw, Luigi Pirandello, Bertolt Brecht, Eugene Ionesco y Samuel Beckett, y con un mensaje sobre el sentido del teatro.

Por fin llegamos al tour en camión que nos guía por el camino de los "Grandes filósofos, ideologías, teorías y concepciones científicas del mundo", revisando la filosofía tradicional de Descartes hasta Heidegger, analizando detenidamente el panorama teórico y el mercado de opiniones que representan el marxismo, el liberalismo, el comunitarismo, el fascismo, la teoría crítica, la teoría del discurso, el deconstruccionismo, el feminismo, el multiculturalismo y lo políticamente correcto. La calle de las concepciones científicas del mundo es bastante pequeña, apenas logramos saludar a Darwin y Einstein, con Freud colándose en donde no lo llaman, y recordando la estructura de las revoluciones científicas de acuerdo a Thomas Kuhn. Por último, el tour nos lleva a la historia del debate sobre los sexos y su inimaginable influencia en la creación del mundo actual.

Nuestro primer viaje finaliza, terminamos la primera parte del libro (más de 500 páginas de recorrido), titulado sencillamente Saber. Pero es hora de dar un paseo en un último modelo a través del capítulo que se titula Poder. Es aquí donde nuestro guía Dietrich se pone bastante reflexivo al cuestionarse qué es la cultura, qué es lo que sabe la gente culta, qué debería saber y qué no debe saberse. Así es como damos un visita a la casa del lenguaje, pasándonos luego al mundo de los libros y la escritura, cruzando la calle para conocer brevemente las costumbres de la gente en Alemania, EEUU, Gran Bretaña, Francia, España, Italia, Austria, Suiza y Holanda.

Luego de un breve descanso nos preparamos para ir a la controvertida calle donde se analizan los conceptos de inteligencia, talento y creatividad, dando un repaso por los primeros estudios del IQ (y sus controversias), pasando por la teoría de inteligencias múltiples de Howard Gardner y llegando a averiguar el secreto de la creatividad. Schwanitz nos advierte sobre la vulgaridad de la cultura popular, representada por los reallity shows, los deportes, los chismes de famosos y demás basura de la televisión, las revistas de opinión y otras tonterías que la gente inculta se preocupa por observar.

Es aquí donde nuestro autor-guía arroja sus más controvertidas afirmaciones. La cultura, aunque es maleable y cambia su contenido con el tiempo, es incompatible con el mundo pop al que la mayoría se encuentran acostumbrados. Si bien reconoce que en algún tiempo cosas tan valoradas en la actualidad por la gente culta, como el cine, fueron en su momento vistas como vulgaridades y conocimientos tabú. Una afirmación que quizá escandalizará a más de un lector de este sitio, es la que nos dice que, si bien alguien que no conoce Hamlet puede ser tildado de inculto no sucede lo mismo con aquel que ignora la segunda ley de termodinámica, la estructura del ADN o la relación (mejor dicho, la controversia) entre la gravedad y el electromagnetismo. La ciencia, nos dice el autor, no es usualmente de conocimiento o interés de la gente culta.

Al principio molesta tal afirmación, pero luego de masticar un poco más la idea, somos capaces de tragarla y digerirla: Schwanitz nos está describiendo lo que significa ser actualmente alguien "culto." La cultura, más allá de ser la comprensión general de nuestra civilización, nos dice Schwanitz, es una clase de juego. Un juego en el que los que compiten lo hacen con elegancia y tolerancia en un café, entre risas y comentarios sobre obras de teatro, sucesos que cambiaron el mundo y grandes obras de la literatura universal, acompañado con bella música creada por genios de influencia incalculable para nuestros tiempos. En este juego no está permitido ni la presunción ni la sumisión. Es un juego que llega a dividirse en "dos culturas" (tal como nos diría C. P. Snow, a quien Schwanitz nos recuerda), pero que cada vez la línea divisora se va disolviendo más.

Probablemente, el principal mensaje que debemos rescatar de este libro y de la reflexión en torno a la cultura, es que: el conocimiento de los logros, descubrimientos, eurekas, calamidades, errores, sentimentalismos y creaciones de la humanidad, o sea, el conocimiento de nuestra cultura, va más allá que el solo presentarse ante los demás como alguien "culto." Ser alguien culto no tiene nada qué ver con nuestra clase social, nuestra vocación o nuestro IQ (no se trata de pertenecer a una élite de poder desconectada del resto del mundo), sino con nuestro deseo de comprendernos mejor a nosotros mismos, mirando atrás nuestro pasado, planeando nuestro futuro y concentrándonos en el presente. Solo porque hoy existan los estereotipos de la gente culta, no significa que estos deban ser mantenidos. La cultura está en constante cambio, el cual no puede realizarse si nosotros no lo hacemos. Un cambio importante tal vez sería el considerar tan valioso comprender (aunque sea de forma básica) la termodinámica o la genética tal como la gente culta conoce y admira Hamlet o reconoce un Rembrandt. Después de todo, al mirar a nuestro al rededor, ¿no nos encontramos primero frente a los logros de la tecnología y la aplicación del conocimiento científico?

Schwanitz es creador de una excelente obra de cultura, pero no contiene todo lo que debemos saber. Es solo el punto de partida a lo que idealmente el ciudadano con cultura debe saber. Es hora pues, de comenzar nuestro bello viaje turístico por la cultura, el patrimonio de todos.

Por Daniel Galarza Santiago.

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