miércoles, 12 de agosto de 2015

La función del teólogo


 “Los bienes del cuerpo los administran los médicos; los bienes del alma, los tratan los teólogos” (Antonio del Corro, teólogo protestante del siglo XVI)
No son pocos los que denostan la tarea de los teólogos. Circulan, incluso, chistes que tratan de infamarles con chascarrillos como ese de que “los teólogos son individuos que dan respuestas a preguntas que nadie se formula”. Por lo regular adoptan esa postura personas ácratas en temas religiosos, ayunas por otra parte de un mínimo nivel de cultura, sobre todo de la necesaria dosis de sensatez. Veamos, pues, cuál es la función de un teólogo.
Máximo García RuizUn teólogo es una persona que, haciendo uso de determinadas herramientas intelectuales, se ocupa de estudiar todo aquello, cosas y hechos, que hace referencia a Dios (theos, Dios y logos, estudio). Se trata, por consiguiente, de un saber íntimamente relacionado con la filosofía, que busca ayudarnos a establecer vínculos de relación con la divinidad. El término tiene raíces antiguas; Platón ya lo utiliza en La República, y Aristóteles hace uso de él en variadas ocasiones, referido siempre al estudio de los “principios primeros”, por lo que también se denomina, especialmente por sus discípulos, metafísica, es decir, lo que se encuentra más allá de lo que podemos controlar mediante los recursos físicos.
San Agustín (354-430) esclarece el concepto cuando establece una distinción entre teología naturalteología sobrenatural, al incorporar la presencia de la revelación, desligando así el pensamiento teológico de la metodología filosófica. Otros pensadores, como es el caso de G. W. Leibniz (1646-1716), introducirían el término teodicea para referirse a cualquier investigación cuyo fin fuera explicar la existencia del mal y justificar la bondad de Dios. Precisamente su metodología de la transcendencia hace afirmar a Agustín: “Christus solutio omnium difficultatum” (Cristo es la solución a todos los problemas), haciendo uso más que de un razonamiento filosófíco que de un recurso espiritual.
Por impulso natural, el creyente se siente atraído a buscar las razones de su fe y ese encuentro entre la fe y la razón, da paso a la teología, cuyo objeto es desentrañar los misterios que rodean a Dios. Y si se trata de una teología cristiana, el objeto de ese encuentro es explicar “el Dios de Jesucristo”, más allá del Dios-Jehová de la Torah o el Dios de la filosofía. Una fe que procura entender, “fides quarens intellectum”, en palabras de Anselmo de Canterbury (1033-1109), uno de los filósofos más relevantes de la tradición agustiniana, que trata de aproximarse tanto como sea posible al conocimiento de la Verdad. El teólogo es el agente encargado de bucear en esos mares ignotos e ir poniendo al alcance de los demás el fruto de su búsqueda.
Se sirve el teólogo de ciertas herramientas instrumentales, como pueda ser la filosofía, que le brinda el método de reflexión y, en cierto modo, se sirve también de la sociología, que le permite observar científicamente las manifestaciones religiosas de los seres humanos, pero su campo de investigación debe sobrepasar los límites que estas ciencias le ofrecen, para penetrar en el terreno de la trascendencia metafísica; en el caso del teólogo cristiano, ese recorrido lo hará sirviéndose de la revelación, la fides quae, la fe que se hace lenguaje inteligible, mediante la cual Dios se autocomunica con los hombres. No pasa por alto el teólogo el alcance de la fe, que no es tan solo una vivencia personal, sino una experiencia comunitaria, una experiencia eclesial, acumulada o ratificada a través del tiempo en la comunidad de creyentes. Jehová deposita su legado, a través de Moisés, en el Israel que comienza a formase en el desierto; Jesucristo confía su herencia a la Iglesia, que tiene el mandato de transmitirla y compartirla con toda la humanidad.
El teólogo está llamado a desbrozar el camino a fin de que el pueblo pueda alcanzar elconocimiento de Dios, entender el plan de salvación. Ahora bien, se trata de un conocimiento experiencial de Dios, que el individuo debe hacer suyo de forma personal, por lo que la labor del teólogo es de facilitador, de pedagogo, de guía, “para que el mundo crea”. El filósofo inglés John Loocke (1632-1704) decía: “No habiendo creencia no hay persona”. Creencia o conocimiento experiencial que ha de servir para conducir al creyente a un encuentro directo con Dios que propicie el compromiso cristiano.

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