jueves, 2 de octubre de 2014

La heteronormatividad al banquillo


Eliana Balzura
Hace unos años, un tiempo tiranamente corto para algunas cosas y escandalosamente lejano para otras, allá por el 2001, publiqué un libro que se llamaba “La iglesia en la sociedad de hoy”. El libro, de algún éxito, reflejaba mi por entonces desvelo por  la eclesiología, y más precisamente, la eclesiología de cara a una sociedad que le exigía renovarse y cambiar, o firmar su acta de defunción. Por entonces yo creía que había muchos modos de ser iglesia, en el sentido —que ya no creo—de que la iglesia institucional podía ser sana o enferma. Ahora, después de mucha agua debajo de mi desvencijado puente, ya no sé dónde buscar aquella antigua libreta sanitaria.

Sigo creyendo, eso sí, que hay muchas otras formas de ser iglesia, iglesia con vos, iglesia con aquél, iglesia con este otro. Siempre que Jesús esté de alguna forma —¿y quién podrá decir cuál es la forma del misterio, de ese Jesús que siempre está y siempre no está, de alguna forma?—, entonces habrá iglesia. En un banco de plaza, a orillas de este mar que amo, bajo los árboles de Camet o en mi lectio divina de los domingos con Gaby. Tampoco desdeño la iglesia que está escuchando un recital de Sabina, o aquella otra, visitando un enfermo, o riendo con algún chiste. Sólo creo ahora en la iglesia como una humana encarnationem. Creo en los jesuses de carne y hueso, en las relaciones horizontales que me elevan el espíritu, en la mirada de Jesús sobre mí con los ojos de mi próximo. Creo en lo sagrado, sí. En lo sagrado que está en el mundo y es humano.

En aquel contexto, cuando la iglesia institucional se me aparecía como carente, escribí ese libro. En él postulo un paradigma que ya he abandonado por completo: el de la iglesia inclusiva. Y lo he abandonado por deficiente y petulante. Si la iglesia se cree en posición de incluir, es que se está colocando en un centro de poder que el mismo Jesús rehuyó constantemente. La iglesia no debe incluir a nadie. No es quién. Todos, los alguien y los nadie, están incluidos per se, porque son personas, y de ahí les viene su dignidad y su inclusión.

En aquel paradigma inclusivo hablé sobre el aborto, el divorcio, la corrupción, el adulterio, las adicciones, y hablé de la iglesia como la ciudad de refugio. Muchos otros también después abrazaron esta bandera que yo he decidido no izar más. Increiblemente, aunque ahora me parecen planteos timoratos, el libro fue muy criticado y hasta prohibido: ¿Cómo me atreví a decir que los suicidas no van al infierno? En fin, cosas del dogmatismo fundamentalista.

Pero el libro hablaba también de la homosexualidad. Y aunque yo no tenía un pleno convencimiento intelectual sobre la postura que adoptaba en él, sin embargo dije lo que se suponía debía decir alguien que tenía ciertas funciones dentro de un contexto como el mío. No fui dura ni condenatoria, al contrario, me cuidé de "parecer" misericordiosa. Pero dije que la homosexualidad era un pecado. Y dije más y sin ningún fundamento. Dije que se podía y debía cambiar. Y no me puse colorada. Qué vergüenza. (Ya ni siquiera creo en aquella antigua, inhumana, asesina y despiadada palabra: pecado. No como dicen que hay que creer. Me sorprendo de que la gente que más habla de pecado es la más mala que he encontrado en estos últimos meses)

Recuerdo que en esa instancia conocí a un querido amigo, Marcelo, que me protestó al email sobre mi postura dogmática. Charlamos mucho y con muchísimo respeto. Pero yo seguía intentando creer que la persona homosexual debía “convertirse”.

Ahora me arrepiento y pido públicamente perdón. Tiemblo de sólo pensar a cuántas personas pude matar con mis afirmaciones, tan lejanas del Jesús en el que creo ahora. ¿Cuántos enfermos, deprimidos, doloridos, condenados, culposos, ayudé a hundir con mis dichos? ¿Cuántos se abstuvieron de vivir porque mi palabra, cruelmente autoritativa, decía que no se podía?

Diez años después y con muchos dolores, escribí “Sabactani: en el final era el verbo”. Y no tuve mejor suerte. El libro fue censurado y prohibido por los que creí mis amigos y mi entorno eclesial. Pero Sabactani soy yo. Es mi manifiesto. Y desde que salió he encontrado muchísima gente que me agradece por poner en palabras lo que muchas veces han sentido.

En este libro queda claro que no hay varón ni mujer (vaya! Qué afirmación de género digna de Judit Butler y a la que nadie hace caso), ni judío ni griego, ni homosexual ni heterosexual.

(La verdad es que me importás vos como persona. No me molesta, ni debería molestarme, a quién amás, con quién te acostás, con quién querés casarte o formar pareja, de quién te enamoraste o quién te gusta. Me importás vos. Y punto.)

Un muchacho alumno mío de hace muchos años se acercó a mí, después de un tiempo de no vernos, y me dijo: Eli, te tengo que decir una cosa: soy homosexual. Y yo le dije: pero no!! Vos sos Juan. ¿O acaso escuchás a la gente yendo por la vida y diciendo: “ buenos días, soy heterosexual”?

No creo en los guetos, ni en las marchas de orgullo, ni en las manifestaciones reivindicatorias. Aunque entiendo que deban existir para que se reconozcan los derechos de todos sin distinción. Creo en la gente, y por otra parte, la gente fue el único foco de atención de Jesús. Y creo en su dignidad y su derecho de vivir su vida amando. Amando y punto. El sujeto del amor se da, cuando dos personas, cualesquiera, se miran a los ojos y saben que se encontraron para siempre. ¿Es tan difícil de entender?

Pido perdón, entonces, por aquel libro. Lo mío, sin atenuantes, es un acto público de contrición.
Les dejo un capítulo de mi Sabactani, un sermón de la montaña dolorido y apaleado:

Sabactani
Bienaventurados

Dichosos. Felices. Bienaventurados. Los pobres, los que lloran, los tristes, los hambrientos, los perseguidos, los discriminados, las mujeres, los putos, las putas, los tullidos, los discapacitados, los carentes, los feos, los torturados, los oprimidos, todos los abandonados, los malamados, los deprimidos, los esclavos, los locos, los presos, y los internados, los desahuciados, los moribundos, los imperdonables, los paqueros, los marginales, los rechazados, los travestis, los transexuales, los fumadores, los fumados, los borrachos y los insultados, los desnudos, los mal vestidos, los iletrados, los débiles, los sin carácter, los manejados, los jóvenes, los sin rumbo, los malgastados, los pecadores, los sin remedio, los acotados, los pacientes, los impacientes, los drogones, los excluidos, los incluidos en listas mortales, los condenados, los claudicados, los rebeldes, los sumisos, los fusilados, los buenos para nada, los inútiles, los descartados, los desaparecidos, sus hijos, los que quedaron, los incomprendidos, los utópicos, los ilusionados, los valientes muertos, los cobardes muertos, los muertos a palos, los de casa de chapa, los de casa de aire, los descasados, los perros de la calle, los vagabundos, los amordazados, los presos en sus celdas, los de arrabales, los atormentados, los lúcidos en su muerte, los in conscientes, y todos los desgarrados, los sidosos, los leprosos, los desbarrancados, los sucios, desgraciados y desamparados, los desnutridos, los violentados, los sin futuro, los perseguidos, los azotados, los ultrajados.
Bienaventurados.

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