lunes, 18 de agosto de 2014

LA DIVINIZACION DE JESUS 

Antonio Piñero

“La divinización” de Jesús. El enunciado mismo de la cuestión, que espero suscite el interés de los lectores, presupone un punto de partida doble:
1. Que a partir de un estudio de las narraciones evangélicas parece traslucirse que Jesús de Nazaret es un ser meramente humano, no un ente divino, y
2. Que tras su muerte y resurrección –todo desde el punto de vista de la historia de las religiones- su figura fue divinizada por sus seguidores. En principio este punto de partida parece un a priori porque en nuestra civilización occidental se nos ha enseñado desde siempre lo contrario –en una tradición de diecinueve siglos- a saber que Jesús es al mismo tiempo Dios y hombre (con base en los decretos de los Concilios de Nicea, 325 d.C. y Calcedonia, 451). Por tanto, el cometido, en apariencia al menos muy aventurado y azaroso de nuestro intento, sería intentar mostrar que los Evangelios mismos nos presentan un ser humano, Jesús de Nazaret, que luego en esos mismos texto se nos muestra como una persona divina. Para abordar este tema son necesarios enunciar una serie de prenotandos básicos y elementales por los que pido disculpas a aquellos que los consideren innecesarios: A. Damos por supuesto que el personaje Jesús ha existido realmente. La existencia histórica o no del personaje es objeto, hasta hoy día, de debate pero de momento vamos a dar metodológicamente por zanjado este problema. En el apartado de obras que comentaremos en su momento, abordaremos la presentación la y el análisis del libro “¿Existió Jesús realmente? El Jesús de la historia a debate”, publicado por la editorial Raíces, Madrid 2008, del
que es editor literario quien esto escribe. Así pues, a falta de un debate ulterior, damos por supuesto que Jesús de Nazaret ha existido realmente, pero que es posible que la interpretación de su figura y misión haya podido ser otra cosa diversa a cómo fue él en la mera realidad histórica, si es que ésta no es accesible a través del estudio de los textos. B. ¿Cómo accedemos al estudio de un personaje de la antigüedad? La historia antigua y la filología, como método de análisis, posee diversos instrumentos para acercarse a la realidad histórica de un personaje, cuya figura se nos ha transmitido por tradición. Éstos son a) los restos arqueológicos por él dejados entre los que se incluyen monedas o inscripciones, y b) textos sobre el personaje compuestos por él mismo o por otros a su alrededor. Parece evidente que en el caso de Jesús de Nazaret sólo poseemos textos escritos acerca de su figura y que no fue un personaje lo suficientemente importante como para haber dejado tras sí restos arqueológicos. Es bien sabido que Jesús no escribió nada sino que otros escribieron sobre él. Ahora bien, un primer y somero análisis de los escritos acerca de su persona, los evangelios, ponen en evidencia que se trata de textos de propaganda religiosa. Un análisis aun superficial descubre de inmediato que son escritos que defienden la fe en su persona y misión como un salvador religioso, en realidad como el salvador universal. Pero el mismo análisis descubre rápidamente que tal propaganda religiosa está imbricada en una serie de relatos que nos presentan dichos, hechos, personajes, acciones, atmósfera y ambiente que corresponden a lo que sabemos de Israel y Palestina en el siglo I de nuestra era y, en concreto, de Galilea. Es decir, presentan a la vez hechos, personajes y acciones que son presumiblemente históricos porque encajan bien con el ambiente, la atmósfera, la realidad sociológica o religiosa de lo que conocemos del Israel del siglo I por medio de otras fuentes. Un inciso: es usual escribir sobre el país en el que Jesús de Nazaret ejerció su actividad pública utilizando la denominación de “Palestina” o bien de “Israel” . Propiamente hablando, ambas denominaciones son relativamente incorrectas. La primera, “Palestina”, porque era sólo –y no siempre- la denominación usaban los romanos sobre todo a partir del año 135 (época del emperador Adriano) después que la Segunda gran revuelta judía contra Roma acabara en una catástrofe tal de los judíos, que Jerusalén fue aniquilada, arrasada a ras de suelo, se fundó sobre ella una nueva ciudad romana, denominada Aelia Capitolina, y se prohibió a los judíos acercarse al perímetro de la ciudad bajo pena de muerte. Ese estado judío fue de tal modo aniquilado que sus consecuencias duraron hasta 1947. Desde 135 los romanos, para fastidiar a los judíos, comenzaron a denominar usualmente el territorio de Israel con el nombre de uno de sus más odiados enemigos en el Antiguo Testamento: los filiteos/pilisteos. “Palastina” será la tierra no de los judíos sino de los filisteos. Israel sería también relativamente incorrecto porque en tiempos de Jesús la dominación romana, y la de Herodes Antipas (hijo de Herodes el Grande) sobre Galilea, empleaba usualmente la designación de las provincias: Galilea, Perea, Samaría, Judea, etc. En nuestro caso empleamos indistintamente las tres posibles denominaciones. 
Abordar históricamente los textos considerados sagrados no debe ser una dificultad especial para el historiador, pues éste da por supuesto que debe tratarlos igual que otros escritos legados por la antigüedad. A la hora de analizarlos debe prescindirse metodológicamente del elemento de sacralidad de estos textos. Ahora bien, prescindir no significa negar explícitamente su sacralidad. Por el contrario, algunos creyentes opinan que al ser el Nuevo Testamento un libro “inspirado”, no se le pueden aplicar las técnicas utilizadas para la interpretación de otros textos antiguos, no sagrados. El argumento que sustenta esta noción es sólo uno en verdad: tales libros sólo pueden y deben ser leídos desde la fe. En concreto sobre el Nuevo Testamento, que presenta la “oferta definitiva de salvación para la humanidad, se afirma que solamente la fe es capaz de desentrañar el contenido sustancial de ese corpus de escritos, su "misterio casi insondable". O también: sólo teólogos profesionales y creyentes pueden extraer de ellos la profunda verdad que contienen. Pienso que algunos lectores expresarían así tal concepción: ¿cómo puede pretender un autor que sólo considera el Nuevo Testamento desde un punto de vista histórico, racionalista y filológico escribir sobre la divinización de Jesús que es pura materia de fe? ¿Cómo va a enseñar a entender quien en realidad no entiende nada, pues no trae en consideración el elemento sobrenatural? A tales críticas, más que posibles, respondería: el proceso de divinización de Jesús tiene una base histórica en cuanto que es un proceso humano: pueden rastrearse en los textos llegados hasta nosotros una concepción de partida –un Jesús humano-, una de llegada –un Jesús divino- y el proceso por el que se pasa de una concepción a otra. Utilizar para el Nuevo Testamento o para cualquier materia de estudio basada en textos antiguos las categorías de “misterio casi insondable” o “verdad profunda alcanzable sólo por la fe” sería renunciar al uso de la única facultad que tenemos para conocer, nuestra razón. En principio no parece lógico que la divinidad, que ha otorgado -según hipótesis- la razón como instrumento
único de conocimiento, exija luego en materia tan importante como es conocer los instrumentos de salvación, prescindir de ella. Además, estas afirmaciones arriba transcritas no nos parecen correctas, porque si intentáramos fundamentarlas estaríamos razonando en círculo. La base de semejante pretensión sólo podría ser el argumento arriba expuesto: estos libros no pueden ser examinados críticamente por ser sagrados. Ahora bien, ¿por qué son sagrados? Porque son la palabra de Dios. ¿Quién lo afirma? La Iglesia con todo su poder sobrenatural. ¿De dónde obtiene la Iglesia este poder? Naturalmente, de haber sido fundada por Jesús tal como afirman estos libros, que son sagrados. Por tanto estos libros apoyan su sacralidad en la voz y autoridad de la Iglesia, y ésta fundamenta su poder en que así lo afirman los libros sagrados y en lo ocurrido con Jesús tal como en ellos se cuenta. El razonamiento es un círculo perfecto: el carácter sacro del Libro se fundamenta en la Iglesia, y ésta obtiene su autoridad del Libro. Queda, pues, claro que desde el punto de vista de la historia no podemos admitir este tipo de razonamiento. No es sólo la teología o la fe las que tienen una voz competente para presentar ante el lector del siglo XXI la plenitud de sentido de estos textos religiosos cristianos, sino sobre todo la investigación literaria, la filología y el conocimiento de la historia de la época. Las afirmaciones teológicas entran también de lleno en el campo de la investigación de la historia antigua, en concreto de la historia de las ideas, y por ello no se escapan de las leyes científicas que rigen una indagación estrictamente histórica. Esta es la razón por la que las obras contenidas en el Nuevo Testamento –y en nuestro caso preferentemente los Evangelios- pueden y deben ser estudiadas sin necesidad de pensarlas obligatoriamente como "inspiradas" y portadoras de una revelación. Son en primer lugar documentos informativos de una época en la que los mensajes religiosos (y de otro tipo) se transmitían no con la asepsia científica de hoy día, sino de acuerdo con los maneras de aquellos momentos. ¿Qué fuentes tenemos a nuestra disposición para esta tarea? Los textos de los que disponemos son fundamentalmente los Evangelios tanto canónicos como apócrifos. Los Evangelios canónicos son cuatro: tres que van muy unidos: Marcos, Mateo y Lucas (con una precisión: también hay que considerar los llamados “Hechos de los Apóstoles porque en origen esta obra es simplemente la segunda del Evangelio llamado de Lucas) y el Evangelio de Juan, que camina por derroteros propios. Los Evangelios apócrifos son muchos más: unos 70 y se dividen grosso modo en Evangelios de tonalidad más o menos ortodoxa y evangelios claramente gnósticos. La fiabilidad de las fuentes de las que nos servimos para obtener los datos sobre el proceso de la divinización de Jesús que precisamos es muy variada.
A. Los datos ofrecidos, directa o indirectamente, por los evangelios más antiguos, los llamados “sinópticos”, Mateo, Marcos y Lucas son relativamente fiables. Dijimos que son obras de propaganda religiosa, y por tanto sospechosos de sesgar los datos o de exageración, pero su talante es fundamentalmente histórico: están empeñados en ofrecer a sus lectores los datos básicos, históricos y reales, de la vida del héroe principal de la historia, Jesús de Nazaret. Con paciencia, ayudados por las herramientas y criterios de la crítica que se han ido desarrollando durante los últimos doscientos años, es posible obtener algunos datos para enmarcar la vida de Jesús. Aunque algunos, o bastantes, de tales datos sean deducciones hipotéticas, en líneas generales puede decirse que los resultados corresponden al nivel medio de lo que la investigación actual considera como razonablemente seguro. Se puede saber qué dichos y hechos de los que aparecen en ellos pueden adscribirse con rigor y exactitud al “Jesús de la historia” -un judío muy religioso y entregado a su fe, que vivió en Judea y Galilea en el primer tercio del siglo I de nuestra era- y lo que, por el contrario, debe atribuirse al que se ha llamado el “Cristo de la fe”, el ungido o mesías en el sentido anteriormente dicho, que manifiesta lo que los creyentes en él confiesan en el credo. B. La fiabilidad de los evangelios apócrifos es muy escasa y en algunos casos nula. Éstas son obras muy posteriores en años a los evangelios sinópticos, es decir, están mucho más alejadas cronológicamente a los hechos que narran (la mayoría proceden de los siglos III al X), por lo que sus autores se dejan llevar a menudo por su fantasía e imaginación. Una mera lectura comparativa entre estos apócrifos y los evangelios sinópticos basta para percibirlo. Salvo unos pocos datos de los evangelios no canónicos más antiguos, el papiro Egerton 2, el papiro de Oxirrinco 840, el Evangelio copto de Tomás, y algunos cuantos más, las noticias sobre la vida de Jesús han de considerarse con gran cuidado y someterlas al escrutinio de la crítica. ¿Son los Manuscritos del Mar Muerto fuente para estudiar a Jesús de Nazaret o los orígenes cristianos? La respuesta puede ser rotunda: no entran en consideración para nuestro estudio los textos conocidos como manuscritos del Mar Muerto por la sencilla razón de que la inmensa mayoría de estos textos son anteriores al cristianismo y por tanto no podemos utilizarlos para estudiar la figura de Jesús. Después de que se han editado ya prácticamente todos los manuscritos de interés descubiertos en el Mar Muerto con un cuidado filológico extraordinario podemos decir sin temor a equivocarnos que no existen entre esos textos de Qumrán o del Mar Muerto pasajes o fragmentos del Nuevo Testamento. Tampoco hay en ellos alusiones a Jesús, a sus discípulos ni a nada que se refiera al cristianismo. Las afirmaciones en contrario son fantasías de escritos pseudocientíficos o ganas de llamar la atención para obtener ganancias pecuniarias con noticias sensacionalistas. Los
Manuscritos del Mar Muerto son pura y exclusivamente judíos, en nada cristianos, y en el caso que nos ocupa, la divinización de Jesús, ofrecen sólo una ayuda indirecta, a saber: presentar la atmósfera intelectual, religiosa y teológica sobre todo, pero también social, del judaísmo del siglo I en el que se inserta la figura de Jesús. Nos iluminan, pues, sobre el tiempo y pensamiento del judaísmo en el que se incardina Jesús –que es mucho y muy valioso- pero sólo eso. No valen para estudiar a Jesús directamente.
Antonio Piñero , catedrático de filología griega en la Universidad Complutense de Madrid (extracto de su blog )

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