Comunicación y espiritualidad cristiana
“La
visión de Jesús que tienes
Es el mayor enemigo de mi visión:
La tuya tiene una gran nariz
Aguileña como la tuya,
La mía tiene una nariz chata
Como la mía…
Ambos leemos la Biblia día y noche,
Pero tu lees negro donde yo leo blanco.”
(William Blake)
Es el mayor enemigo de mi visión:
La tuya tiene una gran nariz
Aguileña como la tuya,
La mía tiene una nariz chata
Como la mía…
Ambos leemos la Biblia día y noche,
Pero tu lees negro donde yo leo blanco.”
(William Blake)
La comunicación como proceso social, vital para la convivencia, nace con
la humanidad misma y ha sido potenciada modernamente a través de grandes
organizaciones y poderosas tecnologías.
Las comunicaciones humanas pueden ser consideradas como procesos
inscritos en la dinámica personal, grupal y masiva que posibilitan la
convivencia social y, también, como organizaciones sociales que potencian las
interrelaciones humanas a través de los modernos medios de difusión. Pero en
ambas perspectivas el término y el fin de la comunicación es el ser humano, a
quién deben someterse todos los medios y técnicas cuyos usos son a veces
ambiguos y aún nefastos para la humanidad.
La espiritualidad cristiana, entendida como un “estilo de vida”,
comprende el mundo de las relaciones humanas. Jesús, la referencia primera de
este “camino espiritual”, vivió con intensidad los contactos humanos. Prueba de
esto es el valor que dio a la “mesa” no sólo como lugar para la comida, sino
también como espacio de diálogo y de encuentro, de acogida y de la
manifestación del amor de Dios.
Es imposible vivir la espiritualidad cristiana sin relaciones humanas.
No es auténticamente cristiana la espiritualidad cerrada en sí misma o
enclaustrada en la relación yo-Dios. Jesús se acercaba a hombres, mujeres,
jóvenes y niños con respecto y amor. Además, el primer mandamiento, condición
para ser su discípulo, comprende el “amor” que se extiende en tres direcciones:
a sí mismo, a Dios y a los demás. San Juan llega a afirmar que, “el que dice: ‘Yo amo a Dios’, y odia a su hermano, es un
mentiroso.” Y hace una pregunta: “¿Cómo alguien
puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano, a quien ve?”
(1Jn 4,20).
Tratar la espiritualidad cristiana, desde la perspectiva del otro, nos
lleva necesariamente a abordar la comunicación, pues “quien ama se comunica”.
Vivimos en una época marcada por el desarrollo de los medios de comunicación
electrónicos e informáticos. Los instrumentos técnicos, tales como la prensa,
el teléfono, Internet, la televisión, la radio, etc., facilitaron los flujos de
informaciones y cambiaron la noción de tiempo y espacio.
Los aparatos tecnológicos de la comunicación, desarrollados
especialmente en la segunda mitad del siglo XX, no pueden, sin embargo, ser
vistos como fenómenos aislados en nuestra sociedad. En verdad, un nuevo
contexto social fue creado. Una nueva cultura fue engendrada, en la cual la
comunicación “instrumental” pasó a ser una de las necesidades fundamentales.
La comunicación “instrumental” es importante pero no puede hacernos
olvidar que la comunicación es sobre todo una experiencia humana. Comunicar
consiste en intercambiar con el otro. Es siempre la búsqueda del otro para
compartir. El uso de los diferentes medios facilitó los contactos y los
intercambios de informaciones, pero no hay ninguna prueba de que haya mejorado
la calidad de la comunicación entre las personas. La comunicación continúa
siendo un gran desafío.
La comunicación de persona a persona exige un esfuerzo continuo de
superación de bloqueos internos y externos. Es un proceso donde hay avances y
fracasos. De hecho, no existe comunicación sin
malentendidos, sin ambigüedades, sin traducciones y adaptaciones, sin pérdidas
de sentido y surgimiento de significados inesperados.
La calidad de las relaciones interpersonales depende de la calidad de la
comunicación y para avanzar en este camino es necesario un esfuerzo continuo.
Podemos también decir que la calidad de la espiritualidad depende de la calidad
de la comunicación o “interacción” con los demás. Esto no siempre es fácil,
especialmente, en una sociedad donde prevalece fuertemente el individualismo.
Ponerse en el camino de la espiritualidad cristiana es entrar en una
dimensión que va más allá de nosotros mismos. Es hacer un camino donde, desde
nuestras relaciones interpersonales, aprendemos a amar a las personas,
haciendo un movimiento contrario a lo que intenta imponer la sociedad, que es
“amar cosas y usar personas”. Jesús, el comunicador, muestra que la
espiritualidad pasa por un camino de “humanidad” que parte del amor, de la acogida
y de la creación de lazos fraternos que empiezan a partir de las relaciones con
las personas que viven cerca de nosotros.
El mensaje de Jesús tanto en palabras como obras deja muy claro que el
reino de Dios es radical e inclusivo. Como sabemos Jesús disfrutó de sentarse a
la mesa con prostitutas y borrachos, y así trasladó la espiritualidad del
templo a la mesa del compañerismo y la reconciliación. Confirma y
responde a la fe de los gentiles representados por romanos, sirofenicios y samaritanos.
A sus seguidores les llevó un buen rato entender a dónde iba a parar todo eso,
pero al fin se dieron cuenta de que en el reino de Dios ya no pueden catalogar
a las personas con etiquetas vetustas como masculino/femenino, judío/gentil,
esclavo/libre, rico/pobre, bárbaro/escita, etc. Deben ver a la gente en
una luz nueva, deben aprender a ver de otra forma. Cuando ven a todas las
personas como criaturas de Dios, amadas por el Rey y bienvenidas al reino,
deben abrir su corazón a todos, así como sus hogares, sus mesas y sus círculos
de amigos, sin considerar las antiguas distinciones. Esto es algo radical para
todos, pero especialmente para los compatriotas judíos de Jesús, cuya identidad
y devoción únicas les hacían sospechar de cualquier iniciativa que incluyera la
posibilidad d mezclarse con no judíos.
Por esto, para los cristianos el único modelo de espiritualidad que
tenemos es la vida de Jesús. Ahí está el desafío que tenemos por delante: vivir
y encarnar ese estilo de vida. Un autor contemporáneo lo dice mejor:
“Jesús no vino para darnos una moral más estricta. Los judíos entre los cuales
él vivía eran las personas más rigurosas moralmente de todo el imperio romano.
Pero Jesús vino con un mensaje mucho más radical. Con un mensaje que no
consistía en que Dios ama a las buenas personas sino a las malas, que Dios
desea que su familia vuelva con él, que regresemos. Y es para nuestro bien por
lo que nos fue dado el evangelio. No es algo que nos aleja del bienestar, es
realmente el camino que da sentido a la vida. Jesús dijo: Yo he venido para que
tengan vida en abundancia.” Philip Yancey, El Jesús que nunca conocí. (1991)
Editorial Vida, página 127.
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