UNA ESPIRITUALIDAD PARA EL SIGLO XXI
Víctor Rey
En el mes de septiembre
pasado participé en el aniversario 40 de la Fundación kairós en Buenos Aires,
Argentina. En ese encuentro que convocó
a unas 70 personas, se conversaron los desafíos contemporáneos a la misión
cristiana. Según los organizadores uno
de los temas más votado como desafío fue: “Una espiritualidad para el siglo
XXI”. La dinámica para abordar el tema
me pareció muy buena. Nos distribuyeron
por grupos etáreos y nos asignaron dos preguntas:¿Qué entendemos por
espiritualidad? y ¿cómo debería ser la espiritualidad para este tiempo? No hubo
ningún “gurú” que abordó el tema y dio su receta. Las conclusiones fueron elaboradas por los
grupos. Aquí presento mi personal
reflexión sobre el tema y doy gracias por enriquecer mi reflexión con las voces
que se expresaron en ese evento.
En su sentido
originario espíritu, de donde viene la palabra espiritualidad, es la cualidad
de todo ser que respira. Por lo tanto es todo ser que vive, como el ser humano,
el animal y la planta. Pero no sólo eso, la Tierra entera y todo el universo
son vivenciados como portadores de espíritu, porque de ellos viene la vida,
proporcionan todos los elementos para la vida y mantienen el movimiento creador
y organizador.
Espiritualidad es la
actitud que pone la vida en el centro, que defiende y promueve la vida contra
todos los mecanismos de disminución, estancamiento y muerte. En este sentido lo
opuesto al espíritu no es cuerpo, sino muerte, tomada en su sentido amplio de
muerte biológica, social y existencial. Alimentar la espiritualidad significa
estar abierto a todo lo que es portador de vida, cultivar el espacio de
experiencia interior a partir del cual todas las cosas se ligan y se religan,
superar los compartimentos estancos, captar la totalidad y vivenciar las
realidades como valores, evocaciones y símbolos de una dimensión más profunda.
El hombre/mujer espiritual es aquel que siempre p e r c i be el otro lado de la
realidad, capaz de captar la profundidad que se revela y vela en todas las
cosas, y que consigue entrever la relación de todo con la Última Realidad.
La espiritualidad
parte no del poder, ni de la acumulación, ni del interés, ni de la razón
instrumental; arranca de la razón emocional, sacramental y simbólica. Nace de
la gratuidad del mundo, de la relación inclusiva, de la conmoción profunda, del
movimiento de comunión que todas las cosas mantienen entre sí, de la percepción
del gran organismo cósmico empapado de huellas y señales de una Realidad más
alta y más última.
Hoy sólo llegamos a
este estadio mediante una crítica severa del paradigma de la modernidad, asentado
en la razón analítica al servicio de la voluntad de poder sobre los o t r o s y
sobre la naturaleza.
Necesitamos superarlo
e incorporarlo en una totalidad mayor. La crisis ecológica revela la crisis de
sentido fundamental de nuestro sistema de vida, de nuestro modo de sociedad y
de desarrollo. No podemos seguir apoyándonos en el poder como dominio y en la
voracidad irresponsable de la naturaleza y de las personas. No podemos seguir
pretendiendo estar por encima de las cosas del universo, sino al lado de ellas
y a favor de ellas. El desarrollo debe ser con la naturaleza y no contra la naturaleza.
Lo que actualmente debe ser mundializado no es tanto el capital, el mercado, la
ciencia y la técnica; lo que fundamentalmente debe ser más mundializado es la
solidaridad con todos los seres empezando por los más afectados, la
valorización ardiente de la vida en todas sus formas, la participación
como respuesta a la
llamada de cada ser humano y a la propia dinámica del universo, la veneración
de la naturaleza de la que somos parte, y parte responsable. A partir de esta
densidad de ser, podemos y debemos asimilar la ciencia y la técnica como formas
de garantizar el tener, de mantener o rehacer los
equilibrios
ecológicos, y de satisfacer equitativamente nuestras necesidades de forma
suficiente.
La ecología ahora
está en el centro de las discusiones y de las preocupaciones. De un discurso
regional, como subcapítulo de la biología, ha pasado a ser actualmente un
discurso universal, tal vez el de mayor fuerza movilizadora del tercer milenio.
El actual estado del mundo (polución del aire, contaminación de la tierra,
pobreza de dos terceras partes de la humanidad, etc.) revela el estado de la
psique humana. Estamos enfermos por dentro. Así como existe una ecología
exterior (los ecosistemas en equilibrio o en desequilibrio), también existe una
ecología interior. El universo no está únicamente fuera de nosotros, con su
autonomía, está también dentro de nosotros. Las violencias y las agresiones al
medio ambiente lanzan raíces profundas en estructuras mentales que poseen su
ancestralidad y genealogía en nuestro interior. Todas las cosas están dentro de
nosotros como imágenes, símbolos y valores: el sol, el agua, el camino, las
plantas, los minerales viven en nosotros como figuras cargadas de emoción y
como arquetipos. Las experiencias benéficas que la psique humana ha vivido en
su larga historia, en contacto con la naturaleza y también con el propio
cuerpo, con las más diversas pasiones, con los otros como masculino y femenino,
padre y madre, hermanos y hermanas, dejan marcas en el inconsciente colectivo y
en la percepción de cada persona.
La cultura del
capital imperante hoy en el mundo, ha elaborado métodos propios de construcción
colectiva de la subjetividad humana. En realidad los sistemas, también los
religiosos e ideológicos, solamente se mantienen porque consiguen penetrar la
mente de las personas y construirlas por dentro. El sistema del capital y del
mercado ha conseguido penetrar todos los poros de la subjetividad personal y
colectiva, determinando el modo de vivir y de elaborar las emociones, la forma
de relacionarse con los otros, con el amor y la amistad, con la vida y con la
muerte. Así se divulga subjetivamente que la vida no tiene sentido si no está
dotada de símbolos de posesión y de status, como un cierto nivel de consumo, de
bienes, de aparatos electrónicos, de coches, de algunos objetos de arte, de
vivienda en sitios de prestigio. Así la sexualidad viene proyectada como simple
descarga de tensión emocional a través del intercambio genital. Se oculta el
verdadero carácter de la sexualidad, cuyo lugar no es sólo la cama, sino toda
la existencia humana como potencialidad de ternura, de encuentro y de
erotización de la relación hombre/mujer. Otras veces se da satisfacción a las
necesidades humanas ligadas al tener y al subsistir; enfatizando el instinto de
posesión, la acumulación de bienes materiales y el trabajo solamente como
producción de riqueza. Por otra parte la ecología integral procura desarrollar
la capacidad de convivencia y de escucha del mensaje que todos los seres lanzan
con su presencia y de reforzar la potencialidad de encantarse con el universo,
con su complejidad, majestad, grandeza. Busca animar las energías positivas del
ser humano para enfrentar con éxito el peso de la existencia y las
contradicciones de nuestra cultura dualista, materialista, machista y
consumista.
La ecología integral
procura habituar al ser humano a esta visión integral y holística. El holismo
no es la suma de las partes sino captar la totalidad orgánica, una y diversa en
sus partes, articuladas siempre entre sí dentro de la totalidad y constituyendo
esa totalidad. Esta cosmovisión despierta en el ser humano la conciencia de su
misión dentro de esa inmensa totalidad. Él es un ser que puede captar todas
esas dimensiones, alegrarse con ellas, alabar y agradecer a la Inteligencia que
ordena todo y al Amor que mueve todo, sentirse un ser ético, responsable por la
parte del universo que le cabe habitar, la Tierra. Somos co-responsables del
destino de nuestro planeta, de nuestra biosfera, de nuestro equilibrio social y
planetario. Esta visión exige una nueva civilización y un nuevo tipo de
religión, capaz de re-ligar Dios y mundo, mundo y ser humano, ser humano y
espiritualidad del cosmos.
El cristianismo está
llamado a profundizar la dimensión cósmica siempre presente en su fe. Dios está
en todo y todo está en Dios (panenteísmo, que no es lo mismo que panteísmo, que
afirma equivocadamente que todo es indiferentemente Dios). La encarnación del
Hijo implica asumir la materia e insertarse en el proceso cósmico. La manifestación
del Espíritu Santo se revela como energía universal que hace de la creación su
templo y su lugar privilegiado de acción. Si el universo es una intrincadísima
red de relaciones, donde, todo tiene que ver con todo en todos los momentos y
lugares, entonces la forma como los cristianos llaman a Dios, Santísima
Trinidad, constituye el prototipo de ese juego de relaciones. La Trinidad no es
un enigma matemático. Significa entender el misterio último como una
inter-relación absoluta de tres divinas Personas, que emergen siempre
simultáneamente en un juego de interrelaciones hacia dentro y hacia fuera sin
fin y eterno.
Según esta visión
verdaderamente holística y globalizante comprendemos mejor el ambiente y la manera
de tratarlo con respeto. Entendemos las dimensiones de la sociedad que debe ser
sostenible y ser expresión de convivialidad entre los humanos y de todos los
seres entre sí. Nos damos cuenta de la
necesidad de superar nuestro antropocentrismo a favor del cosmocentrismo y de
cultivar una intensa vida espiritual al descubrir la fuerza de la naturaleza
dentro de nosotros y la presencia de las energías espirituales que están en
nosotros y que actúan desde el principio en la formación del universo. Y, finalmente, captamos la importancia de integrar
todo, de lanzar puentes hacia todas partes y de entender el universo, la Tierra
y a cada uno de nosotros como un nudo de relaciones orientado hacia todas las direcciones.
Para llegar a la raíz
de nuestros males, y también a su remedio, necesitamos una nueva cosmología espiritual,
es decir, una reflexión que vea el planeta como un gran sacramento de Dios,
como el templo del Espíritu, el espacio de la creatividad responsable del ser
humano, la morada de todos los seres creados en el Amor, etimológicamente,
ecología tiene que ver con morada. Cuidar de ella, repararla y adaptarla a eventuales
nuevas amenazas, ampliarla para que albergue nuevos seres culturales y
naturales es su tarea y su misión.
Pero en nuestra
cultura olvidamos prácticamente cultivar la vida en el espíritu que es nuestra
dimensión radical, donde se albergan las grandes preguntas, anidan los sueños
más osados y se elaboran las utopías más generosas. La vida del espíritu se alimenta de bienes no
tangibles como el amor, la amistad, la convivencia amigable con los otros, la
compasión, el cuidado y la apertura al infinito. Sin la vida del espíritu divagamos por ahí
sin un sentido que nos oriente y que haga la vida apetecible y agradecida. Solo la vida del espíritu da plenitud al ser
humano. Es un bello sinónimo de
espiritualidad, frecuentemente identificado o confundido con religiosidad. La vida del espíritu es un dato originario y
antropológico como la inteligencia y la voluntad, algo que pertenece a nuestra
profundidad esencial.