lunes, 30 de mayo de 2016


“Este no es el peor de los mundos”

Uno de los más importantes filósofos de la posmodernidad estuvo el 25 de agosto en la Biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá. El francés habló con 'Arcadia' de las Farc y la izquierda, la felicidad y la religión, el desencanto y el papel del intelectual hoy.

POR RODRIGO RESTREPO* BOGOTÁ

Gilles Lipovetsky es un desencantado feliz. O al menos un desencantado que lucha contra el desencanto e intenta alcanzar una frágil felicidad en tiempos del consumo. Fue uno de los primeros autores en hablar de la sociedad posmoderna en La era del vacío (1983), el ensayo que lo convirtió en una celebridad intelectual. En él exponía de una manera fría y cruda el consumismo, el narcisismo y el hedonismo de los individuos contemporáneos, así como la pérdida de sentido de las grandes instituciones sociales y políticas.
Desde entonces ha ejercido como un observador agudo de la sociedad ‘hipermoderna’, como prefiere llamarla. Ha escrito sobre la moda y el lujo (El imperio de lo efímeroEl lujo eterno), sobre la relación del ser humano con las pantallas (La pantalla global), sobre la decepción y la felicidad (La sociedad de la decepciónLa felicidad paradójica) y más recientemente sobre el arte y la estética en la sociedad del mercado (La estilización del mundo: vivir en la era del capitalismo artístico), entre otros temas.
Profesor de la Universidad de Grenoble y Caballero de la Legión de Honor de Francia, Lipovetsky es además doctor Honoris Causa de universidades como la Sherbrook en Canadá, la Nouvelle Université Bulgare o la Universidad Veracruzana en México. A pesar de ser un lúcido crítico de la cultura liberal y capitalista planetaria, este filósofo y sociólogo francés no cree que vivamos en el peor de los mundos. Sin embargo, sostiene que el mercado no tiene todas las respuestas a nuestra profunda decepción posmoderna.
Parece que hoy estamos demasiado decepcionados con las ideologías como para una auténtica acción o confrontación. Sin embargo, la violencia y la política se resisten a salir de la escena. Con todos los problemas que los diálogos entre las Farc y el gobierno puedan tener, implican una apuesta por un debate político e ideológico. ¿Tiene sentido apostarle a este debate y a pensar una izquierda contemporánea, o están definitivamente muertas las ideologías?
Por supuesto que tiene sentido. Toda la pregunta reside, sin embargo, en asegurarse de la factibilidad de estas cosas. Claramente la posición de las Farc es arcaica y privada de cualquier futuro. Pero parece que tienen todo el interés en jugarse la carta de la reconciliación. El asunto del sentido no es tan importante en el caso colombiano. Lo importante es poder establecer una paz duradera, que no sea un artificio.

Permítame formularle de nuevo la pregunta: ¿es posible tener un debate político e ideológico a estas alturas de la ‘hipermodernidad’, como la llama usted?
¿Con las Farc?

Claro.
No creo que con las Farc haya un debate ideológico posible. Puede haber un debate técnico para saber de qué manera se organizará el tema de la justicia, del desarme, etc. Pero la ideología de las Farc es absolutamente inaceptable. Es una guerrilla de bandidos, y no hay debate ideológico con este tipo de posiciones. La ideología de las Farc parece reducirse a asesinatos y acciones de guerrilla en pleno siglo xxi, y eso no es un modelo ni una propuesta para la Colombia del mañana. Hay una multitud de debates ideológicos hoy, sobre el tema de las energías renovables, de las cárceles, del medio ambiente. Pero no hay un modelo ideológico que se pueda debatir cuando es sostenido por un grupo armado que precisamente no entra en un debate, sino en prácticas violentas.

Es que precisamente las acciones de las Farc han perjudicado la existencia de una izquierda inteligente en este país. Entonces, ¿es posible pensar una izquierda contemporánea?
Sí, por supuesto, pero ¿qué izquierda? Mire el caso de la izquierda radical que llegó al poder en Grecia, con un programa claro, pero con un resultado catastrófico. En Venezuela también hay una izquierda radical, marxista, y el país, que es riquísimo, está en bancarrota. Los ejemplos de izquierdas de este tipo dan resultados detestables por doquier: en Cuba, en Corea, en Grecia o en Venezuela, porque son izquierdas ideológicas que no toman en cuenta la realidad. Las ideas, sí, son buenas y hacen falta. Pero no se puede cambiar la realidad solo porque no nos gusta. Hay una ley de los mercados, que puede no gustarnos, pero que es la que tenemos. Se necesita de una izquierda inteligente, creativa, que no aplique medidas mágicas o piense que la redistribución es lo primero, o que bastaría con eliminar a los ricos para salvar a un país. Una izquierda responsable debe, de manera muy concreta, aceptar la realidad del mercado. Ya no estamos en la época de Marx ni de la Guerra Fría. El mercado tiene muchos vicios, claro está, pero no los tiene todos. La democracia, creo, exige una alternancia del poder, por lo cual la izquierda tiene su espacio, pero una izquierda capaz de hacer evolucionar algunos puntos del capitalismo. Porque si solo desea eliminarlo y diabolizar a Estados Unidos, no nos va a llevar a soluciones constructivas para el futuro.


Gilles Lipovetsky, el 27 de agosto de 2003, en el campus de la Universidad de Jouy-en-Josas.

Usted hace explícito que no quiere moralizar, ni juzgar el estado actual de la sociedad. Entiendo que su labor es más la de mostrar un cierto estado de cosas. Pero ¿no es muy fácil, o quizá cínica, la posición del intelectual ‘desencantado’, que se limita a ‘tomar nota’ de la realidad sin arriesgar una postura?
No veo qué tenga de cínico. Spinoza decía que lo que importa primero es entender. Juzgar no es difícil, pero entender es más complicado, porque hay que explicar las cosas. La edad de los intelectuales que pensaban iluminar y guiar a la humanidad, dar el sentido de la vida y decir lo que hay que hacer y no hacer ya pasó. Me parece que esa era una visión religiosa de la vida intelectual y no comparto esta visión. Me siento profundamente laico, no creo en estas grandes visiones. Lo que tenemos hoy son sistemas de inteligibilidad generales. Gracias a la tv, a internet y a los medios, hoy estamos en capacidad de obtener mucha información. Pero el panorama no es tan claro, no es tan fácil atar cabos. Es ahí donde los intelectuales traen visiones globales de las cosas. Pienso que el mundo en el cual vivimos ni es una abominación ni es un paraíso. Creo que es complejo, con aspectos positivos y negativos. El intelectual debe tratar de mostrar este paisaje paradójico, contradictorio, y no simplificar diciendo ‘esto está bien y esto está mal’, porque eso lo puede hacer cualquiera. Es mejor dejar el libre juzgamiento a los lectores, porque no son niños. Yo creo que esta no es una postura cínica, pues se basa en el principio de que los hombres son ciudadanos y que este trabajo es de todos. Creo que la gente a mi alrededor tiene un grado de inteligencia que debe ejercer a partir de lo que lee, escucha y de su propia experiencia.

De acuerdo. Sin embargo, mi punto es: al no juzgar, ya estamos de hecho tomando posición. ¿No está legitimando el intelectual lo que ocurre cuando no toma una posición sobre eso que ocurre?
¿Que si la decisión de no juzgar es ya una posición?

Exacto.
Sí, tiene razón, pero trato de decirle por qué. Porque el mundo en el que estamos no es el peor de los mundos. Tampoco es el mejor. Lo que me incomoda en la posición de los nuevos intelectuales es que tienen pensamientos demasiado catastróficos, apocalípticos, sensacionalistas. Ese es un maniqueísmo radical y fácil. A partir de ahí uno podría decir que está radicalmente en contra del dinero, del mercado, etc. Pero este no es mi punto de vista. Yo creo que hay críticas para formular, pero no críticas absolutas, sino críticas puntuales. Es cierto, no me molesta reconocerlo: no condeno la globalización, ni el mercado, ni el liberalismo. Pero tampoco los acepto integralmente. Tenemos que aceptar los grandes axiomas de la sociedad en la que estamos hoy, pero a partir de esto podemos declinar el capitalismo de muchas maneras: entre el capitalismo brasileño y el sueco hay muchas diferencias. No son el mismo y, sin embargo, ambos son capitalismos. Simplemente creo que ya no tenemos modelos alternos que sean creíbles: es una ilusión creer que hay alternativas globales, al menos por el momento. En los sesenta nos decían: “Elecciones, trampa de tontos”. ¿Y entonces qué vamos a poner en su lugar, el poder de los soviets? La dictadura del mercado puede tener puntos negativos, pero ¿qué vamos a poner en su lugar? La publicidad es mala, ¿y qué vamos a hacer, destrozarla? ¿Cómo vamos a hacer para funcionar en nuestro mundo comercial sin la publicidad? Hay cosas positivas en el mercado: pone a las sociedades en movimiento, derrumba fortalezas. Pero claro, también genera injusticias e inequidades. Es toda esta complejidad lo que hay que tratar de ver. Si me quiere hacer decir que acepto el mundo liberal de nuestra época, mi respuesta es sí, porque para mí esto no es el infierno.

Usted dice en su libro La felicidad paradójica que nunca antes habíamos tenido tantas opciones para estar satisfechos o ‘ser felices’ como en nuestra actual cultura del consumo. Pero desde luego, ni estamos satisfechos, ni somos más felices. Parece que una mayor autonomía individual implica una mayor angustia psicológica. Somos más libres, pero a la vez estamos más vulnerables a la depresión y a la ansiedad. ¿Podría explicarnos un poco más esta paradoja de la felicidad?
Lo que pasa es que la sociedad de consumo nos pintó la puerta de la felicidad, pero no nos pintó una puerta de la tristeza. Hay una razón por la que es importante no sacralizar el consumo, y es que no está a la altura de los ideales humanistas. La edad moderna consagró al hombre como el centro de los valores, pero el consumo no puede ser el objetivo de la existencia. Es bueno como un medio para hacer otras cosas: con aviones se puede viajar por el mundo, con un smartphone usted tiene acceso a informaciones prácticas y está en comunicación con amigos, etc. Pero su ideal debe ser pensar, actuar, la justicia, el amor, la creación, no el consumo. Hay demasiadas personas adictas al consumo, y el fetichismo del consumo no es bueno. Hay cosas más interesantes y nobles. Como profesores, políticos e intelectuales podemos dar herramientas a las personas a fin de que no reduzcan sus vidas a un mero acto de consumo.

Volviendo a la cuestión de la felicidad, estoy convencido de que no hay una solución. Si la hubiera, con los 25 siglos de sabiduría que llevamos en Occidente ya la tendríamos. Somos seres frágiles, y creo que el hombre solo puede pretender una frágil felicidad, como la llamaba Rousseau. Creo que tenemos que confrontar a la ideología del mercado (que dice que cuanto más consumamos, más felices seremos), con otras ideologías más New Age, que solo predican la sabiduría interior y el control de nuestra propia existencia y felicidad, y que me suenan a mí como mágicas. Así entenderemos que los hombres están un poco entre estos dos extremos y que no tienen la solución a la felicidad. El ser humano es complicado: necesitamos saber por qué estamos acá, darle un sentido a nuestra existencia. Por eso la gente se compromete, participa en acciones contra el calentamiento global, a favor de los animales, los homosexuales, la naturaleza… Hay miles de causas válidas que el consumo no le puede dar.

Usted habla de un ‘culto al mercado’. ¿Cree que hemos transferido el sentimiento religioso a las dinámicas del capitalismo? ¿Puede el fenómeno religioso desaparecer o ser ‘consumido’ por el mercado?
En el siglo xix, los librepensadores, los comunistas, los anarquistas, los socialistas, consideraban que el progreso técnico nos llevaría poco a poco a borrar el sentimiento religioso. La realidad es que no fue así. Las ciencias y las tecnologías son cada vez más potentes, pero por ejemplo en Estados Unidos 9 de cada 10 personas declaran que creen en Dios. Todos los indicadores del catolicismo tradicional están a la baja, pero al mismo tiempo el matrimonio se mantiene. Se ven también muchas conversiones: la gente hoy se convierte ya no en respuesta a guerras o invasiones, sino a deseos personales de entrar en otras religiones. Y también se multiplican los nuevos movimientos religiosos, como los carismáticos o las sectas. Pienso que el consumismo no significa la ruina de lo religioso, sino que lleva a su individualización. En Europa, la mayoría de la gente ya no toma posición sobre la cuestión de la existencia de Dios. Dicen: ‘Bueno, sí, de pronto hay algo, no sé’. Hay una especie de incertidumbre, una falta de determinación. Esto conduce a la gente a aceptar unas cosas de la religión, pero otras no. Se declaran católicos pero no practicantes, o no están de acuerdo con el papa, o con el aborto. Es decir, se construyen una religión un poco a la carta. Lo cierto es que la posición atea, radical y dogmática, ya no es hoy la posición dominante.

sábado, 28 de mayo de 2016

El desapego lleva a relaciones sanas

El desapego lleva a relaciones sanas
Para tener una relación sana debemos aprender el desapego, pues no es recomendable estar con alguien por miedo a estar solo o para que nos haga feliz. Al escoger estar con una pareja debemos sentirnos felices y seguros solos o acompañados, así no cargamos la relación con expectativas que no permitirán su crecimiento.
Fuente: www.evolucionconscinte.org

El desapego o ‘soltar’ es una lección esencial de aprender, pero es un concepto difícil de asimilar y entender, por eso comparto algunos puntos que aclaran lo que es y lo que no es:
* Soltar no es mostrarnos indiferentes y actuar como que la otra persona no nos importa, sinohablar con honestidad y una vez expuesto lo que sentimos dejar que la otra persona escoja lo que siente en el momento.
* Soltar no es cortar los vínculos para alejar a alguien de mi vida, sino respetar a los demás como son y tomar conciencia de que no podemos controlar a nadie.
* Soltar no es ser pasivo, sino actuar sin expectativas y aprendiendo las lecciones que los acontecimientos presentan.
* Soltar no es sentirnos impotentes, sino saber que el resultado final está en otras manos y aceptar ese hecho.
* Soltar no es no planear nada, sino tomar el día y lo que nos sucede como se presenta y apreciarlo aunque sea diferente a lo que planeamos.
* Soltar no es abandonarnos y actuar como que nada me importa, sino aceptar que aunque tengamos debilidades y temas por sanar daremos lo mejor de nosotros mismos.
* Soltar no es no hacer nada por nadie, ni hacerlo todo, sino comprometerse con ellos, darles el coraje y el apoyo necesario para que alcancen su potencial, pero honrar lo que finalmente escojan hacer.
* Soltar no es desechar el pasado y lo que hemos aprendido de él, sino crecer en el presente para lograr un mejor futuro.
* Soltar es dejar que cada uno se haga cargo de su propio destino.
* Soltar es aceptar a los demás con sus luces y sus sombras.
* Soltar es aceptar lo que la vida nos trae.
* Soltar es liberar la resistencia a lo que no deseamos experimentar.
* Soltar es liberar las expectativas, tanto las positivas como las negativas.
* Soltar es amar sin imponer condiciones.
Cuando ya hayas logrado el desapego, la vida te regresará a aprender a estar con alguien. Porque, a veces, llegamos a sentirnos tan bien solos que entonces nos da miedo abrir el corazón al amor y volver a sentirnos vulnerables.
Aprender el verdadero desapego requiere asumir el riesgo de estar feliz con alguien y sin ese alguien.

miércoles, 25 de mayo de 2016

La oscuridad de Ernesto Sábato

Seix Barral, Barcelona
126 págs. 1.600 ptas.
 
La reacción contra la modernidad, contra la razón y la ciencia, de manera taxativa, ha tenido aspectos muy diversos a lo largo de nuestro siglo, alcanzando profundidades dignas de ser tenidas en cuenta –no por ello indiscutibles sino todo lo contrario– como las de Heidegger y algunos discípulos– y a veces rozando, cuando no cayendo en la trivialidad, como en el caso de Ernesto Sábato. El escritor argentino es conocido por tres novelas, El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddon el exterminador (1974), y por un puñado de libros de ensayo, entre los que destacan El escritor ysus fantasmas Uno y el universo. El caso Sábato es digno de tenerse en cuenta: se trata de un escritor católico, reaccionario (no es un insulto sino una definición intelectual) que se opone a la ciencia (se doctoró en física) porque no responde a sus ansias de absoluto ni a sus ideas humanistas, a la razón porque no da cuenta sino que –según él– niega la parte oscura, inconsciente, irracional, del hombre, y a la modernidad porque supone la exaltación del lucro, del economicismo y de la soledad e incomunicación actuales. Se entiende que simplifico a partir de simplicidades, pero sin prescindir de lo esencial. Las ideas que Sábato defiende y las que critica son semejantes a las que desarrollan Ernesto Cardenal, Mario Benedetti y Saramago, aunque es cierto que Sábato nunca compartió la ilusión del comunismo porque su ideal es premoderno y porque ha estado siempre en contra de toda dictadura. Hace un año Sábato publicó una especie de memorias (desprovistas de los otros y de lo otro),Antesdel fin, en las cuales no quiero entrar por no ser redundante.
Este librito, La resistencia, está compuesto por cinco cartas y un epílogo que el escritor argentino dirige a sus lectores. La contraportada del libro nos aclara que se trata de un «nuevo humanismo», pero no hay nada de esto: se trata, en su evanescencia conceptual y en su ausencia de datos y argumentos, de un panfleto, por momentos sermón, por momentos propuesta de autoejemplaridad moral, para aprendizaje de quien leyere. El autor se acoge a una buena voluntad y piedad cristianas para hacer una crítica moral de una modernidad (más o menos calculo que Sábato piensa que ésta comienza con el Siglo de las Luces, pero tal vez pueda retrocederse hasta Descartes), a la que ve como un templo de mercaderías, lucro, egoísmo, retroceso de las libertades, idolatría de la técnica, etc. Lo que Sábato vislumbra y propone, además de la buena voluntad, la vuelta a la sencillez y apagar la televisión, es una resurrección de la Edad Media como consecuencia de las contradicciones actuales (ve en la modernidad una suerte de Roma en su momento de decadencia). No quiero ser cruel recordándole a Sábato datos elementales respecto a las libertades y concepción de la justicia y del individuo en dicha época, por lo demás diversa y compleja, sólo señalar que en esta creencia expresa todo su irracional desdén, cuando no odio, por la razón y su elemento central, la crítica, que, al desmontar los absolutos, teológicos y políticos, nos permitió situar el diálogo en el centro de la condición humana. Esa razón crítica es la misma que dudó y desenmascaró las oscuras ilusiones de los totalitarismos del siglo XX , el comunismo y el nazismo, a los que él, hay que reconocerlo, se opuso desde sus primeros escritos. Pero Sábato exalta lo oscuro, el inconsciente y lo que él denomina sin más «los sentimientos», como si los grandes dramas de nuestro tiempo no se hubieran producido, en buena parte, con sentimientos, oscuridad y una gran dosis de pulsiones inconscientes.
Al hacer tabla rasa de la modernidad, Sábato postula un ingenuo «antes» donde al parecer han ocurrido maravillas sin cuento. A veces el «antes» coincide con su infancia (y entonces estamos expulsados los demás); en otras, con tiempos más o menos remotos. Se podría pensar que es la obra de un hombre de cierta edad, pero en realidad, aunque con menos vigor intelectual, dice lo mismo que ha dicho siempre sobre estos temas. Y aparece el mismo personaje: alguien que hace gestos solemnes pero escribe –citándose– cosas como que «la televisión es el opio del pueblo» o que el cáncer es una enfermedad moderna, cuyo crecimiento quizá sea el medio «del que se está valiendo el cosmos para sacudir a esta orgullosa especie humana» (recuerdo que otro irracionalista, Sánchez Dragó, dijo lo mismo respecto al sida). ¿A qué orgullo se referirá? Piénsese en su anatematización de la ciencia, del pensamiento y su defensa de las pulsiones oscuras. El novelista argentino no quiere saber sino que tiene, con un término reiterado en este libro, «ansia» de absoluto. Sábato no ha tenido ideas sino creencias, y los años se las han fortalecido. ¿Cómo se puede afirmar que desde hace varios siglos el inconsciente ha sido negado sin pensar en el romanticismo, en Freud y en el surrealismo? ¿Cómo se puede creer que «antes» el trabajo «reunía a las personas y las incorporaba en la totalidad de su persona»? ¡Pobre Marx y su teoría de alienación! ¡Pobres niños de las fábricas de Manchester que no oyeron a Sábato! ¿Cómo puede tener un cristiano (o cualquier otro teísta), «nostalgia, casi ansiedad de un Infinito, pero humano, a nuestra medida»? ¿Cómo puede afirmar, sin matizar, un pretendido intelectual que «el ateísmo es una novedad de los tiempos modernos»? ¿Cómo decir que «antes» las personas en las ciudades se conocían unas a otras, y eso era maravilloso, cuando ya Tucídides hablaba de que en Atenas no se conocían entre sí? ¿Cómo se puede afirmar que han fracasado la Razón, la Política y la Ciencia (suyas son las mayúsculas)? ¿Cómo, en fin, defender, sin ser un oscuro y ambiguo reaccionario, que vivimos «la crisis de toda una concepción del mundo y de la vida basada en la idolatría de la técnica y en la explotación del hombre»? Pues pasen y vean, y no entro en la vanidad del autor, abusiva enAntes del fin y no ausente en el actual libro, porque no hay páginas, ni ganas. Pero no quiero dejar de decir algo sobre la escritura de Sábato, ya que se trata de un escritor, aunque no pueda ser sino un juicio: este libro, como el anterior, por no remitirme a sus propias novelas, son obras de una artesanía (de la que hace una gran defensa) muy defectuosa, cuando no manifiestamente torpe. Un pintor, un escritor, ha de saber pintar, escribir.

Ernesto Sábato: Vivir es irse desilusionando

Cuarenta años atrás, el escritor argentino publicaba Abbadón El Exterminador, su tercera y última novela. Breve repaso por la vida y obra del autor.
Por: Fernando Araújo Vélez
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Ernesto Sábato: Vivir es irse desilusionando
El muchacho, recordaban tiempo después sus amigos, dejó el libro Uno y el Universo de Ernesto Sábato a un lado, con sus frases y conceptos desarraigados a la vista de todos, se roció el cuerpo con gasolina y se incineró sobre las murallas de Cartagena. En la primera página, aquel estudiante de matemáticas había escrito algo así como “Espero que este libro no te haya hecho tanto daño como a mí”. Sábato supo su historia en octubre del 68, dos días después de haberse salvado de la muerte con el escritor Roberto Burgos, el dramaturgo Sergio Vodanovic y otros tres personajes que viajaban con él en una avioneta, de Manizales a Bogotá.
Pasados muchos años, Burgos Cantor recordaría que “el viaje a Manizales con don Ernesto fue en los tiempos en que a La Nubia apenas llegaban avionetas de 8 u 11 pasajeros. Salimos un sábado de buena luz, esa luz fría de la Sabana. Íbamos Ernesto Sábato, Sergio Vodanovic (dramaturgo chileno) el doctor Fandiño, del Ministerio de Relaciones Exteriores, un arquitecto de Manizales y yo.
El tiempo cambió de manera brusca y quedamos metidos en una tormenta. El piloto estuvo quizá media hora buscando un claro y haciendo piruetas entre las montañas mientras el agua golpeaba el fuselaje y los vidrios del monomotor. Fue imposible aterrizar en La Nubia y en Pereira. Un tiempo tremendo con ventisca y oscuro”.
El silencio era absoluto, tal vez el último de los absolutos de Ernesto Sábato, o el único que vivió en su vida después del de las matemáticas y las ciencias que lo llevaron, antes de ser escritor, a trabajar al lado de madame Curie en su laboratorio en París.
Pero el mundo de los números es ya demasiado perfecto, explicaría luego una y mil veces, y jamás tuvo nada que ver con la realidad de los seres humanos, tan alucinantes, tristes, contradictorios, delirantes, o en últimas, tan humanos. “El ruido del motor era una agonía y los descensos, el vértigo”, contaría Burgos. Fandiño sacó un rosario de camándula. Los demás callaron. El piloto preguntó si alguien tenía una linterna. El arquitecto sacó un yesquero, lo encendió y de la mano del piloto lo acercó al tablero de instrumentos, oscuro y con sus manijas inmóviles.
“Entonces Sábato dijo que bueno, que otro argentino muerto en un avión después de Gardel no estaba tan mal. ‘ Nos vamos a matar, señores, no porque se haya agotado la nafta (gasolina) de la avioneta, sino porque se quedó seco el encendedor’. Enseguida una carcajada general y nerviosa expulsó la angustia contenida”. Sin embargo, la angustia volvió a adherírsele a Sábato una hora más tarde, con uñas y dientes, como siempre. Un anónimo le relató la muerte del estudiante de matemáticas.
Él respondió “¡Qué peligrosa es la literatura!, pero debo decir en mi descargo que en 1960, más o menos, y cuando aún el Che Guevara era ministro en Cuba, yo le escribí una carta por distintos motivos, una carta que él me respondió con otra, hermosísima, que figura en alguna de las recopilaciones de mis obras, que se iniciaba más o menos así: ‘Para mí y mi generación tuvo mucha importancia Uno y el Universo, y fue un libro que en un momento dado yo tenía de cabecera”.
Desde que comenzó a escribir, Sábato fue al autor de cabecera de alguien, generalmente de esos álguienes angustiados, desarraigados, preocupados por el mundo y la vida. “A veces tengo temor de cosas que he escrito ha repetido hasta la saciedad, pues las escribí porque sentía una maldad muy interna, porque sentía la necesidad de decir lo que yo creía que era verdad, y la verdad para mí es horrible, la verdad puede ser espantosa, puede estar mezclada con el incesto y el crimen y la locura y el suicido, pero es esa verdad horrible, también, la que hace de la literatura un instrumento de salvación”. De sus verdades, que fueron las verdades oscuras del hombre, surgió aquel Juan Pablo Castel de El Túnel 60 años atrás, un hombre como muchos que se hizo personaje de libro para susurrar un escueto “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”.
De sus verdades surgió aquella Alejandra sin época de Sobre Héroes y Tumbas. Enamorable, despreciable. Y aquel señor Lipp mann que un día cualquiera le envió una carta al secretario general de las Naciones Unidas en la que le decía:
Estimado Señor:
Le escribo para comunicarle que he decidido renunciar como miembro de la raza humana. Por consiguiente, pueden ustedes prescindir de mí en los tratados o debates que esa Sociedad realice en el futuro. Saludo a usted con atención.
Cornelius W. Lippmann
Sábato visceral, solitario, pensante, irónico, violento y atormentado. Alguna vez, años 30, por los años en los que estudiaba Física y Matemáticas y jugaba fútbol creyéndose back central de Estudiantes de la Plata, le escribió una carta a Roberto Arlt, simplemente para comentarle que su libro Los siete locos lo había tocado de verdad, pero nunca recibió una respuesta.
Durante mucho tiempo Sábato creyó que Arlt no había querido responderle. Un día supo que el desorden del periódico en el que escribía Arlat, La Nación de Buenos Aires, era de tal naturaleza que jamás una carta le habría podido haber llegado. Igual, se juró contestar cualquier mensaje que estuviera remitido a él. Así lo hizo.
Así lo hizo siempre. Respondió cartas como la de aquel “querido y remoto muchacho” que le preguntaba si tenía talento para ser escritor. Sábato le dijo, entre muchas otras cosas: “La verdadera justicia sólo la recibirás de seres excepcionales, dotados de modestia y sensibilidad, de lucidez y generosa comprensión”. “Esa carta cambió mi vida”, confesaría alguna vez Juan Carlos Botero. Cambió la vida de muchos, de todos aquellos que le escribieron, o se atrevieron a tomar un tren y llegar hasta su enrejada casa de Santos Lugares, a una hora de Buenos Aires, para timbrar y hacerle un par de preguntas a ese hombre inmortal que bien podría responderles con su sarcasmo habitual: “A fin de cuentas, un siglo de angustias lo tiene cualquiera”. 

viernes, 13 de mayo de 2016

Las convicciones de Erich Fromm

 

La religión

Fromm escribió varios libros que estuvieron centrados en el tema religioso: “Psicoanálisis y religión”, “El dogma de Cristo”  y  “Y seréis como dioses” son tres de ellos y constituyen una demostración que este pensador le asignaba a la religión una gran importancia en la vida de los hombres. En este capítulo abordaremos su particular interpretación del Antiguo Testamento y del origen del cristianismo, lo que nos permitirá descubrir su visión sobre este trascendental tema.
El Antiguo Testamento muestra una evolución que va desde el autoritarismo primitivo y la mentalidad de clan hasta la idea de la libertad del hombre y la hermandad de los seres humanos. Según Fromm es un libro revolucionario donde su tema es mostrar cómo se liberó el hombre de los lazos incestuosos que lo unían a la sangre y el suelo, de la sumisión a los ídolos y de la esclavitud.
Este libro narra la historia de un pueblo pequeño y primitivo cuyos dirigentes creían en la existencia de un único Dios y rechazaban postrarse ante los ídolos, hasta llegar a una religión que además de sostener la existencia de un Dios sin nombre, también defendió la idea de una Humanidad unida y que los seres humanos pudieran gozar de libertad.(1)
Al comienzo del Antiguo Testamento encontramos un Dios despótico que considera de su propiedad al hombre que ha creado y que por lo tanto puede hacer con él lo que le plazca. Lo arroja del paraíso para que no coma del árbol del saber y se convierta el hombre mismo en un dios, decide destruir a la raza humana con un diluvio del que sólo salva a Noé y su familia. Incluso llega a ordenarle a Abraham que mate a su único hijo Isaac para probar su lealtad con un acto de obediencia.
Pero Dios realiza un pacto con Noé de no volver a destruir la raza humana y en ese convenio se transforma, deja de lado su despotismo para convertirse en un padre capaz de amar y de cumplir con sus acuerdos, a Abraham le promete no destruir Sodoma y Gomorra si encuentra 10 hombres justos. Dios pasa a ser un símbolo de amor, justicia y verdad.
La evolución del concepto de Dios muestra el avance de la Humanidad, en un primer momento cuando más débiles los hombres se sentían con respecto a la naturaleza necesitaban un padre dispuesto a rescatar y vigilar a sus hijos a condición que fueran  obedientes. Pero a medida que el hombre supera su etapa infantil también trasciende aquel concepto. (2)
En la Biblia y en la tradición judía posterior no se le asigna especial importancia al conocimiento acerca de Dios sino a la imitación de Dios, eso quiere decir que se le otorga significación al recto vivir que se puede designar con la palabra halajá que significa caminar y que por lo tanto implica el camino que lleva a Dios. El hombre fue creado por Dios para que creciera y se desarrollara, no como una creación acabada, a partir de ahí el hombre puede optar entre el crecimiento o la decadencia.(3)
Lo más importante para una religión, cualquiera esta sea, debería ser la forma correcta de vivir, las religiones orientales tienden a rescatar esa concepción, tanto el brahamismo, el taoísmo y el budismo consideran que la finalidad de la religión no es la creencia correcta sino la acción correcta. En consecuencia esta forma de pensar conlleva a una mayor tolerancia que no excluye a quienes piensan diferente.
En cambio en el mundo occidental se puso el acento en el pensamiento, constituyendo dogmas que provocaron una mayor intolerancia y realizaron una división de las personas entre fieles y herejes. También se llegó a considerar que lo más importante de la religión era la creencia en Dios, por lo cual aquellos que tenían fe en la existencia de un Ser Superior se asumían por encima de los demás.(4)
Para Fromm la afirmación más importante que se realiza en la Biblia con respecto a la naturaleza humana, es que el Hombre está hecho a imagen de Dios. En la tradición que va desde la Biblia hasta Maimónides, conocer a Dios significa imitar las acciones de Dios y no especular o conocer acerca de la esencia de El. (5)
El tema central de la Biblia es la lucha contra la idolatría, la historia de la Humanidad es la historia de la adoración de ídolos, desde los primitivos de madera y arcilla, hasta los modernos que son el Estado, el líder, la producción, el consumo, las corporaciones, etc. El hombre se debilita transfiriendo sus cualidades y pasiones al ídolo. (6)
Siguiendo el pensamiento de Fromm el objetivo de la Biblia es la independencia y la libertad del desarrollo humano con respecto a los ídolos, la naturaleza y el clan. Adán y Eva eran ciegos pero abrieron los ojos cuando adquirieron el conocimiento del bien y el mal, el hombre dejó de ser parte de la naturaleza y comenzó el proceso de individuación, de esa forma daba inicio a la Historia.
El siguiente paso en la liberación de los hombres se produce cuando Dios le dice a Abraham que abandone la casa de su padre y se dirija al país que le indicará, de esa forma las tribus hebreas se establecen en Egipto, donde su principal objetivo será el de liberarse de la esclavitud.
Fromm no deja de reconocer que sus afirmaciones en el sentido que la Biblia busca la independencia y la libertad del hombre muchas veces se contradice con la obediencia al padre o a Dios, la Biblia está plagada de ejemplos donde se señala a la obediencia como una virtud, lo que no deja de ser un obstáculo para el pleno desarrollo de los individuos. Pero Fromm señala en su explicación que tal vez no existiera otra forma de que el hombre se liberara de las fuerzas primarias del clan y la naturaleza que mediante la obediencia a Dios y sus leyes. (7)
Que el hombre según la Biblia haya sido creado a imagen de Dios lleva al concepto de la igualdad del Hombre con respecto de Dios y aún a la idea de libertad con respecto de Dios, pero también refuerza la convicción humanista que cada hombre lleva dentro suyo a toda la Humanidad. Si bien la idea de “pueblo elegido” puede llevar a una propuesta de nacionalismo judío, con el cristianismo se desarrolló una creencia que dio la posibilidad de inclusión de todos los hombres sin distinciones de raza.
En los primeros tiempos de la historia judía, fueron una tribu que peleaba con otras,  pero a partir del siglo VII después de Cristo fue una pequeña nación amenazada por grandes potencias que buscaban esclavizarla, eso justificó la existencia de un nacionalismo judío.
Los judíos debieron pasar por persecuciones y exilios, fueron sometidos a discriminación e incluso al exterminio ejecutado por los nazis, todo eso puede explicar el nacionalismo judío, nos decía Fromm, pero no puede justificarlo.
La Biblia incluye el amor al extranjero, es decir al que no es hebreo,  no sólo al prójimo, el punto más alto de universalismo se encuentra en los profetas, si bien algunos defendían la superioridad de los hebreos, otros abandonaron el papel de ser los favoritos de Dios.
En las épocas de persecución a los judíos por los romanos y los cristianos el espíritu xenófobo prevaleció sobre el universalista, pero siempre en la tradición judía existió la idea de la unidad de la Humanidad, muchos de los pensadores judíos fueron los más radicales adherentes al internacionalismo y el humanismo.(8) Cabe mencionar que Fromm siendo muy joven adhirió al sionismo pero se alejó casi simultáneamente con su distanciamiento de la ortodoxia religiosa.
El siguiente suceso esencial en la historia de los judíos es la liberación de la esclavitud que padecían en Egipto, esta no es una revolución nacional sino una de corte social, son liberados por su condición de esclavos.
Un tema importante que Fromm intentaba mostrar basándose en los libros sagrados del judaísmo era que Dios no intervenía en la historia humana, eso lleva a un punto fundamental, el hombre construye su propia historia, “el hombre es librado a sí mismo, y nadie puede hacer por él lo que él es incapaz de hacer por y para sí mismo”. (9)
Precisamente consideraba que uno de los principios fundamentales de la Biblia era que Dios no interfería en la historia humana, siendo el hombre el encargado de construirla, tampoco cambia la naturaleza del hombre ni su corazón. Si Dios lo hubiese querido habría evitado la caída de Adán y Eva, o hubiese cambiado el corazón de los hebreos para que no cayesen en la idolatría, la explicación para eso es que debe ser el hombre quién debe elegir el camino pero a su vez debe asumir las consecuencias por sus decisiones.(10)
En el concepto judío del pecado debe haber arrepentimiento y el retorno al buen camino, pero lo que no existe es esa tendencia a remarcar la culpabilidad y a hacer sentir inferior a quién equivocó el camino. Tanto en la Biblia como en el Talmud hay una insistencia en la necesidad de perdonar, de ser misericordioso y de la confianza por el regreso al buen camino. (11)
En su libro “El Dogma de Cristo” realizó un análisis de las condiciones materiales en las cuales surgió el cristianismo, Palestina formaba parte del Imperio Romano y el crecimiento del comercio internacional sólo había beneficiado a una minoritaria clase de comerciantes. Un pueblo hambriento poblaba las calles de Jerusalem, el artesanado se consideraba parte de los sectores empobrecidos que integraban mendigos, desocupados y campesinos.
El proletariado de Jerusalem estaba en peores condiciones que el de Roma pues no participaba del reparto de cereales ni de los espectáculos que brindaba el emperador, la población rural sufría por el peso de los impuestos que empobrecía a los campesinos obligándoles muchas veces a dejar los campos y mudarse a la ciudad, los más belicosos recurrían al pillaje o se sumaban a las rebeliones políticas. Por sobre esas clases empobrecidas a las que Fromm denominaba proletariado, había  una clase media y una aristocracia feudal acaudalada.(12)
Los saduceos representaban a la clase alta, por debajo de éstos se encontraban los fariseos que constituían la clase media urbana. También formaban parte de ese conglomerado los denominados “gente de la tierra” (Am Ha-aretz) que eran los sectores más empobrecidos, es decir aquellos que no tenían nada que perder pues se encontraban al margen de la sociedad judía integrada al Imperio Romano.(13)
Los fariseos mostraban desprecio hacia los Am Ha-aretz y éstos respondía con igual odio, a medida que la opresión romana se hacía más fuerte este enfrentamiento se incrementó y también la penuria de los sectores más pobres quienes adherían a los movimientos revolucionarios que surgían con cierta frecuencia. Esas tendencias que mostraban una evidente disconformidad tenían dos posibles direcciones, o intentos políticos tendientes a enfrentar a la propia aristocracia y a los romanos, o toda clase de movimientos religiosos-mesiánicos, aunque muchas veces se producía una mezcla de ambas corrientes.
El pueblo padecía de la explotación de los agentes judíos que estaban bajo las órdenes del invasor romano, poco antes de la muerte de Herodes en Jerusalém dos sabios farisáicos encabezaron una rebelión que destruyó el águila romana que se encontraba frente al templo, el movimiento concluyó con la muerte de los revolucionarios.
En el año 4 antes de Cristo una gran demostración solicitando la liberación de detenidos y la reducción de impuestos concluyó con una represión sangrienta, pero siete semanas después se volvieron a producir rebeliones contra el poder de Roma que incluso llegó a zonas rurales, se organizaron guerrillas para atacar a los soldados romanos, los agentes del Imperio respondieron crucificando a miles de prisioneros.
Luego del nacimiento de Cristo los fariseos comenzaron a tomar distancia de los levantamientos revolucionarios e intentaron una política de conciliación con los romanos, en tanto las clases bajas tanto urbanas como rurales dieron origen a un nuevo movimiento conocido como los celotes, éstos incrementaron sus adherentes en la medida que el dominio romano en asociación con la aristocracia judía adquiría niveles de mayor opresión.(14)
El ala más combativa de los celotes, conocidos bajo el nombre de sicarios, comenzó a adoptar un táctica terrorista que iba dirigida contra las clases acomodadas, también produjeron saqueos en aldeas donde sus habitantes se negaban a unírseles. En el año 66 después de Cristo estalló una gran revuelta contra Roma donde participaron las clases bajas y medias, al comienzo las tropas romanas fueron superadas, pero los sectores más acomodados tendieron a pactar con el poder romano, las consecuencias no se hicieron esperar en los años 67 y 68 estalló una guerra civil.
Las clases pudientes pasaron a pelear del bando de los romanos, en tanto que los artesanos, campesinos y pequeños comerciantes los enfrentaron a ambos. Jerusalem logró resistir por cinco años pero cuando los romanos obtuvieron el triunfo consolidaron en el gobierno a un grupo de judíos dominantes en tanto que miles de campesinos y artesanos judíos resultaron arruinados.(15)
El movimiento que había liderado Juan El Bautista  años antes también provocó una revuelta popular, la clase alta lo miraba con mucha desconfianza pues quienes seguían su prédica eran los desposeídos, si bien no tenía una finalidad política, predicaba que el reino de los cielos y el día del juicio final estaba cerca trayendo la salvación para aquellos que habían tenido una conducta virtuosa.
Quienes prestaron atención a las creencias del cristianismo primitivo fueron las clases pobres de Jerusalem que eran los principales afectados por las políticas opresivas del Imperio Romano, cuando más se alejaban las oportunidades de tener una solución real en este mundo, se incrementaba la esperanza de lograr justicia por medio de las creencias religiosas, la desesperanzada lucha contra los romanos y la actividad desplegada por Juan El Bautista tenían sus raíces en la desesperación de las clases bajas que se expresaba en la imperiosa necesidad de cambiar las cosas y expresar su odio hacia sus opresores.
Fromm indica lo siguiente: “Al igual que Juan el Bautista, la doctrina cristiana primitiva no se dirigió a los educados y poseedores de propiedades, sino a los pobres, oprimidos y los sufrientes”. Y completaba la idea: “El contenido del mensaje cristiano no era un programa económico o de reforma social sino la bendita promesa de un futuro no lejano, en el que los pobres serían ricos, los hambrientos estarían satisfechos y los oprimidos tendrían autoridad”.(16)
Jesús tuvo expresiones claras que mostraban su cuestionamiento a los poderosos y su compromiso con los oprimidos: “Más difícil es que pase un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (San Lucas 18:24).
También se puede apreciar el odio al recolector de impuestos y a los fariseos, que se extiende en todos los evangelios, en la Epístola de Santiago escrita aproximadamente en el siglo II después de Cristo es posible leer: “¡Ea ahora, oh ricos! ¡Llorad y aullad a causa de las miserias que están por venir sobre vosotros!”  “¡Habéis juntado tesoro para los últimos días! He aquí el jornal de los trabajadores que han segado vuestros campos, el que ha sido retenido fraudulentamente por vosotros, clama; y el clamor de los segadores ha entrado en los oídos del Señor de los Ejércitos”.
Los primeros cristianos fueron hombres y mujeres de las capas pobres y oprimidas del pueblo judío, y más tarde de otros pueblos. Mientras los celotes y los sicarios trataron de canalizar su rebelión por medios políticos, la desesperanza llevó a los primeros cristianos a formular los mismos deseos pero en el plano de la religiosidad.(17)
Jesús fue un hombre que después de muerto fue exaltado al rango de un Dios que regresaría para hacer justicia a los sufrientes y castigar a los dominadores. Los primeros cristianos eran gente desesperada llena de odio por los opresores y sin esperanzas de alcanzar una vida mejor. 
Si los celotes no esperaban otra cosa que morir en una batalla desesperada, para los cristianos no quedaba sino soñar en una meta sustituyendo la realidad por la fantasía del mensaje que satisfacía los anhelos de esperanza y venganza, que si bien no sirvió para saciar el hambre, trajo una satisfacción fantaseada que era de gran alivio para los oprimidos. Los fieles se identificaban con Jesús porque era un sufriente igual que ellos.(18)
A mediados de la segunda centuria comienza el cambio en el cristianismo cuando su prédica llega a las clases medias y altas, incluso comenzó a tener adeptos en el seno de las clases gobernantes. Cuando finalizó esa centuria el cristianismo había dejado de ser la religión de artesanos pobres y esclavos, cuando se convirtió en religión del Estado ya se había impuesto como la religión oficial de la clase dirigente del Imperio Romano.
Luego de 250 o 300 años el cristianismo había dejado de ser la religión de los judíos que creían que el tiempo mesiánico estaba cerca, se había convertido en la expresión  tanto de explotadores como de explotados.
La religión tuvo un cambio radical de tal manera que mutó en un mecanismo de estabilidad social, se pasó a enseñar que los pobres debían contentarse con su situación, obviamente también era necesario ocultar esa transformación, que implicaba que la llegada del reino de Dios que antes estaba próxima a llegar se fue transportando a un futuro cada vez más incierto y lejano.(19)
Pero los cambios no quedaron sólo en eso, en los comienzos el cristianismo tenía rigurosos postulados éticos que nucleaba a los creyentes en una confraternidad de vida santa, ese rigor desapareció para que fuera la Iglesia la encargada de determinar las conductas adecuadas y de otorgar el perdón a quienes pecaran, a medida que se alejaba de los principios primigenios se iba acercando al compromiso con el Estado.
En ese camino pasó de ser la religión de los oprimidos a convertirse en la religión de los dirigentes, de una comunidad de iguales a una monarquía absoluta, de que sólo Dios pudiera perdonar a que la Iglesia asumiera ese don, del desprecio a los ricos a la sumisión  a los poderosos.
En esa multitud de cambios también se transformó la naturaleza de Jesús, no era un hombre que por su conducta consecuente con los preceptos era elevado a la dignidad de Dios. La deificación de María vino después cuando se consolidó la idea del hijo de Dios. Fue la misma Iglesia la que fue cambiando el concepto de Jesús, pues la primera versión podía mostrar cierta tensión entre Padre e Hijo y sobre todo entre los hombres y Dios, al punto que un humano llegara a la dignidad de Dios.(20)
A medida que la Iglesia fue formando parte del poder fue abandonando la idea de una segunda venida de Jesús y la instauración de una sociedad de amor, igualdad  y justicia. Cristo dejó ser el hombre al que Dios había adoptado como hijo, de un hombre que se convertía en Dios, la versión oficial pasó a ser que Dios y Jesús eran idénticos, Dios se manifestó en un hombre que era Cristo.(21)
Un componente muy importante pasó a ser la utilización de la culpa, los creyentes debían asumir su propia culpabilidad, reprocharse a sí mismos si eran desdichados, el sufrimiento personal fue un mecanismo para purgar las culpas y ganarse el perdón que pasó a ser monopolizado por la Iglesia. Las clases acomodadas salieron ganando porque dejaron de ser objeto de cuestionamiento, el catolicismo como gran parte de las religiones asumió el rol de ser garante de la estabilidad social, es decir de evitar los cuestionamientos a quienes dirigen, mientras que entre los cristianos primitivos siempre estaba latente esa esperanza de poder derrocar a los gobernantes.(22)
(1) Y seréis como dioses, pags. 13 y 15
(2) El arte de amar, pags. 71, 72 y 73
(3) Y seréis como dioses, pags. 157, 158 y 159
(4) El arte de amar, pags. 80 y 81
(5) Y seréis como dioses, pags. 61, 64 y 65
(6) Ob. Cit., pags 43 y 44
(7) Ob. Cit., pags. 67 a 70
(8) Ob. Cit., pags. 76 a 80
(9) Ob. Cit., pags. 83, 85 y 86
(10) Ob. Cit., pags. 105 y 106
(11) Ob. Cit., pags. 148 y  149
(12) El dogma de Cristo, pags 28 y 29
(13) Ob. Cit., pags. 29, 30 y 31
(14) Ob. Cit., pags. 33 a 36
(15) Ob. Cit., pags. 38, 39 y 40
(16) Ob. Cit., pags. 41 a 47
(17) Ob. Cit., pags. 47, 48 y 50
(18) Ob. Cit., pags. 54, 55 y 57
(19) Ob. Cit., pags. 63 a 68
(20) Ob. Cit., pags. 70 a 77
(21) Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, pag. 52
(22) El dogma de Cristo, pags. 77, 78 y 79