lunes, 30 de noviembre de 2015

Occidente ha escogido el peor camino: la guerra

Leonardo Boff


Ciertamente son abominables y totalmente rechazables los atentados terroristas perpetrados el último 13 de noviembre en París por grupos terroristas de extracción islámica. Tales hechos nefastos no caen del cielo. Poseen una prehistoria de rabia, humillación y deseo de venganza.
Estudios académicos realizados en Estados Unidos han evidenciado que las continuadas intervenciones militares de Occidente con su geopolítica para la región y a fin de garantizar el abastecimiento de sangre del sistema mundial que es el petróleo, rico en el Medio Oriente, acrecentadas por el hecho del apoyo irrestricto dado por Estados Unidos al Estado de Israel con su notoria violencia brutal contra los palestinos, constituyen la principal motivación del terrorismo islámico contra Occidente y contra Estados Unidos (véase la vasta literatura firmada por Robert Barrowes: Terrorism: Ultimate Weapon of the Global Elite en su sitio:www.WarisaCrime.org ).
La respuesta que Occidente ha dado, comenzando con George W. Bush, retomada ahora vigorosamente por François Hollande y sus aliados europeos más Rusia y Estados Unidos es el camino de la guerra implacable contra el terrorismo, ya sea interno en Europa o externo contra el Estado Islámico en Siria y en Iraq. Pero este es el peor de los caminos, como criticó Edgar Morin, pues las guerras no se combaten con otras guerras ni con el fundamentalismo (el de la cultura occidental que se presume ser la mejor del mundo, con el derecho a ser impuesta a todos). La respuesta de la guerra, que probablemente será interminable por la dificultad de derrotar el fundamentalismo o a los grupos que deciden hacer de sus propios cuerpos bombas de alta destrucción, se inscribe todavía en el viejo paradigma de pre-globalización, paradigma enclaustrado en los estados-naciones, sin darse cuenta de que la historia ha cambiado y ha vuelto colectivo el destino de la especie humana y de la vida sobre el planeta Tierra. El camino de la guerra no ha traído nunca la paz, a lo máximo alguna pacificación, dejando un lastre macabro de rabia y de voluntad de venganza por parte de los derrotados que nunca, a decir verdad, serán totalmente vencidos.
El paradigma viejo respondía a la guerra con guerra. El nuevo, de la fase planetaria de la Tierra y de la humanidad, responde con el paradigma de la comprensión, de la hospitalidad de todos con todos, del diálogo sin barreras, de los intercambios sin fronteras, del gana-gana y de las alianzas entre todos. En caso contrario, al generalizar las guerras cada vez más destructivas, podremos poner fin a nuestra especie o volver inhabitable la Casa Común.
¿Quien nos garantiza que los terroristas actuales no se apropien de tecnologías sofisticadas y empiecen a usar armas químicas y biológicas que, por ejemplo, colocadas en los depósitos de agua de una gran ciudad, acaben produciendo una destrucción sin precedentes de vidas humanas? Sabemos que se están preparando para montar ataques cibernéticos y telemáticos que pueden afectar a todo el servicio de energía de una gran ciudad, los hospitales, las escuelas, los aeropuertos y los servicios públicos. La opción por la guerra puede llevar a estos extremos, todos posibles.
Debemos tomar en serio las advertencias de sabios como como Eric Hobswbam al concluir su conocido libro La era de los extremos: el breve siglo XX(1995:562): «El mundo corre el riesgo de explosión e implosión; tiene que cambiar… la alternativa al cambio es la oscuridad». O la del eminente historiador Arnold Toynbee, que después de escribir diez tomos sobre las grandes civilizaciones históricas, en su ensayo autobiográfico Experiencias (1969:422) nos dice: «Viví para ver el fin de la historia humana tornarse una posibilidad intrahistórica, capaz de ser traducida en hechos, no por un acto de Dios sino del propio ser humano».
Occidente ha optado por la guerra sin tregua. Pero nunca más tendrá paz y vivirá lleno de miedo y rehén de posibles atentados que son la venganza de los islámicos. Ojalá no se haga realidad el escenario descrito por Jacques Attali en Una breve historia del futuro (2008): guerras regionales cada vez más destructivas hasta el punto de amenazar a la especie humana. Entonces la humanidad, para sobrevivir, pensará en una gobernanza global con una hiperdemocracia planetaria.
Lo que se impone, así nos parece, es reconocer la existencia de hecho de un Estado Islámico y luego formar una coalición pluralista de naciones y de medios diplomáticos y de paz para crear las condiciones de un diálogo para pensar el destino común de la Tierra y de la humanidad.
Temo que la arrogancia típica de Occidente, con su visión imperial al juzgarse mejor en todo, no acoja este camino pacificador y prefiera la guerra. En ese caso, vuelve a tener significado la sentencia profética de M. Heidegger, conocida después de su muerte: «Nur noch ein Gott kann uns retten: entonces solo un Dios puede salvarnos».
No debemos esperar ingenuamente la intervención divina, pues nuestro destino está bajo nuestra responsabilidad. Seremos lo que decidamos: una especie que prefirió autoexterminarse antes que renunciar a su voluntad absurda de poder sobre todos y sobre todo, o bien forjamos las bases para una paz perpetua (Kant) que nos conceda vivir diferentes y unidos en la misma Casa Común

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Cuatro reflexiones a propósito de los atentados de París

José Luis Gordillo
1) El retorno del derecho penal de autor
Los execrables atentados de París, del pasado 7 de enero, han sido calificados como el 11 de septiembre europeo. No es poca cosa denominarlos así. Por otra parte, los dirigentes occidentales los han tomado como excusa para profundizar en las medidas de control policial de las poblaciones, así como para proponer reformas de su legislación penal que encaminan los sistema punitivos europeos hacia el “derecho penal de autor”.
El derecho penal de autor es aquel que castiga a las personas por lo que son (por su ideología, religión, identidad étnica, status económico, preferencias sexuales, estilos de vida, hábitos, relaciones de amistad, etc.) y no por lo que hacen. Se legitima presentándose como un derecho preventivo que actúa antes de que se cometan los actos punibles neutralizando riesgos y peligros potenciales. Para ello impone sanciones o medidas de seguridad a personas que todavía no han delinquido, pero que las policías sospechan que pueden hacerlo en el futuro debido a determinados rasgos de su personalidad.
El derecho penal de autor es un viejo conocido de la cultura jurídica europea porque tuvo mucho éxito en los años veinte, treinta y cuarenta del siglo pasado en países como la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler, la Unión Soviética de Stalin o la España de Franco (con el antecedente, nada alentador, de la Ley de Vagos y Maleantes de la II República).
Ejemplo característico de ello sería la Ley de Peligrosidad Social, promulgada en España en 1970, que preveía la imposición de medidas de seguridad a vagos habituales, rufianes, proxenetas, homosexuales, prostitutas, productores y traficantes de pornografía, mendigos habituales, ebrios habituales, toxicómanos, quienes protagonizasen actos  de insolencia, brutalidad o cinismo, miembros de bandas o pandillas que manifestasen una predisposición delictiva, menores de veintiún años abandonados por su familia o rebeldes a ella y los moralmente pervertidos, entre otros. En 1979, 1983 y 1989 la ley fue objeto de sucesivas reformas mediante las cuales se consiguió la eliminación de varios de estos supuestos, aunque su derogación definitiva no se consiguió hasta 1995. El actual ministro del interior, Jorge Fernández Díaz, con gusto la volvería a introducir en el ordenamiento jurídico español.
La forma más extrema de derecho penal de autor es el llamado “derecho penal del enemigo” teorizado por Günter Jacobs. Según este penalista alemán, los enemigos serían aquellos individuos que generan la expectativa de un incumplimiento sistemático y permanente de las normas jurídicas. Eso, dice Jacobs, les sitúa fuera del “contrato social” y les coloca en pleno “estado de naturaleza”. En ese inhóspito lugar, sobre todo si se ve con los ojos de Thomas Hobbes, no hay derechos, ni juicios con garantías, ni penas resocializadoras. Lo único que hay es la represión pura y dura porque al enemigo ni agua, ya se sabe. Obviamente, las instituciones encargadas de evaluar qué personas generan dichas expectativas son los gobiernos y sus policías. Los penales de Guantánamo, Bagram, Camp Bondsteel o las decenas de barcos-prisión estadounidenses que surcan los siete mares, son lugares repletos de “enemigos” de esa clase.
2) ¿Terrorismo islamista y bombardeos judeocristianos?
Al cabo de tres días de los atentados de París, todos los grandes periódicos europeos publicaban sesudas reflexiones sobre el islam y su difícil inserción en las sociedades modernas. Eso tuvo que ver con la unánime calificación de los repugnantes asesinatos como actos del terrorismo islamista o yihadista. Pero ¿aumenta una calificación así la eficacia de nuestra comunicación?, ¿la hace más precisa y menos equívoca?, ¿estamos transmitiendo realmente información cuando los caracterizamos con esos adjetivos?
Para pensar en las posibles respuestas podemos hacer un par de experimentos mentales.
El primero sería ampliar todavía más el campo semántico y sustituir islamista o yihadista por religioso. Al fin y al cabo, el islam es una religión que, como todas las religiones, sostiene dogmas de fe. Quienes creen en ellos a pies juntillas son un poco fanáticos, y del fanatismo al crimen sólo hay un paso que es muy fácil dar.
Así pues, todas las personas que sostienen creencias religiosas deberían dejar muy claro que ellas no tienen nada que ver con los crímenes de París, que son decididas defensoras de la libertad de expresión y que se sitúan en primera fila en el combate contra el terrorismo religioso. No hacerlo los convertiría en sospechosos de, al menos, complicidad ideológica con los asesinos de los caricaturistas del Charlie-Hebdo y de los clientes del supermercado kosher. Los ateos, en cambio, estaríamos exentos de esas obligaciones (¡ventajas del ateísmo!).
¿Parece disparatado? Personalmente creo que lo es tanto como hablar de terrorismo islamista o yihadista, culpabilizando con ello a las creencias religiosas practicadas por más de mil millones de personas.
El segundo experimento mental consistiría en promover una nueva convención acerca de la adjetivación de las acciones militares de los ejércitos occidentales y del ejército israelí. Cada vez que se informara de sus bombardeos, asesinatos selectivos o torturas, se debería añadir el calificativo de judeocristianos. Y si alguien afirma que eso no se puede hacer porque en Occidente hace ya mucho tiempo que Dios murió en el imaginario colectivo, pues lo podemos cambiar por agnósticos o ateos ¿También parece disparatado? Sí, lo es, pero de momento ya nos hemos sentido como se han sentido los musulmanes europeos en las últimas semanas.
A los aparatos de propaganda del ejercito israelí (sobre todo después de la última masacre en Gaza que provocó 2.000 muertos) y de los ejércitos de la OTAN les viene muy bien la islamofobia. Con ella consiguen el apoyo social que necesitan para sus intervenciones militares, matanzas, invasiones y ocupaciones en Oriente Medio, Asia Central y África.
A quien también le viene de perlas la islamofobia es a la nueva extrema derecha europea (al Frente Nacional de Marine Le Pen, por ejemplo) la cual, si algo tiene en común, no es ya el antisemitismo, como en los años treinta del siglo XX, sino la fobia a todo lo musulmán. Las versiones gubernamentales sobre la autoría de algunos de los atentados ocurridos en las metrópolis occidentales en los últimos catorce años han contribuido decisivamente al crecimiento de esa nueva xenofobia.
3) Sobre conspiraciones y teorías de la conspiración
En la historia de la humanidad han existido tantas conspiraciones que la mayor parte de los códigos penales incluyen un delito llamado “conspiración para delinquir”. Su definición jurídica es fácil de recordar: hay conspiración cuando dos o más personas se conciertan entre ellas para cometer un delito y toman la firme decisión de ejecutarlo.
La expresión teoría de la conspiración alcanzó una gran popularidad en los años sesenta en EE.UU. gracias a los esfuerzos que hicieron la CIA y otras agencias gubernamentales para contrarrestar las críticas a la Comisión Warren, esto es, a la comisión creada para establecer la verdad sobre el asesinato de John Fitzgerald Kennedy. Como todo el mundo sabe, dicha comisión concluyó que dicho asesinato fue ideado y ejecutado por una sola persona; en consecuencia, jurídicamente hablando, no se podía aludir a ninguna conspiración al no haber sido planificado y ejecutado por dos o más personas, que era precisamente lo que sugerían los críticos de la Comisión Warren.
La CIA, una organización que sabe bastante de conspiraciones, acompañó el uso de la expresión con una serie de chistes y chascarrillos tendentes a ridiculizar y a presentar como personas psíquicamente desequilibradas a los que querían seguir discutiendo sobre la autoría del magnicidio. Era una manera de zanjar la discusión: el estado había establecido “su” verdad y quien dudara de ella sólo podía ser un loco. Desde entonces, entre las élites de Washington, teoría de la conspiración se convirtió en un lugar común para desacreditar toda acusación de juego sucio, corrupción, acciones ilegales o crímenes cometidos por el gobierno de los EE.UU. o por alguna de las muchas agencias de seguridad a su servicio.
La expresión fue recuperada por George W. Bush poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Aprovechando su intervención anual ante la Asamblea General de la ONU, el 10 de noviembre del mismo año, el presidente designado por el Tribunal Supremo debido a los muchos líos registrados en las votaciones en Florida, afirmó de forma muy tajante ante todos los jefes de estado y todas las televisiones del mundo: “¡No toleraremos indignantes teorías de la conspiración concernientes a los ataques del 11 de septiembre!”.
La frase era manifiestamente absurda, pues era evidente que esos atentados no los podía haber cometido una sola persona, sino varias. Dicho de otra forma: el 11-S sólo podía ser el resultado de una conspiración en el sentido jurídico explicado más arriba. De hecho, la misma administración Bush ofreció el 14 de septiembre de 2001, tres días después de los atentados, una versión muy redonda y completa de la conspiración que, en su opinión, había dado origen al 11-S (la protagonizada por Bin Laden y los diecinueve suicidas de Al Qaeda).
En relación con el 11-S o con los atentados de París preguntarse si son o no el resultado de una conspiración es estúpido: es obvio que ésta ha existido porque si no los atentados no se habrían producido. La pregunta relevante sobre ellos es quiénes han sido los conspiradores, quiénes los han perpetrado y quiénes han dado la orden de llevarlos a cabo. Y, por lo demás, toda investigación sobre una conspiración comienza siempre con alguna clase de especulación o teoría.
4) Una regla metódica para analizar y pensar sobre los atentados de París y cualesquiera otros de características similares
Los asesinatos de París han provocado en muchas personas al menos tres tipos de sentimientos. El primero, un profundo asco moral ante actos tan deleznables. El segundo, un sano sentimiento de solidaridad con los familiares de las víctimas. El tercero, un inevitable déjà vu.
Muchos hemos tenido la sensación de que esto ya lo habíamos vivido antes varias veces. La masacre ciega o la matanza indiscriminada, la inmediata reivindicación yihadista, la prueba "evidente" —el DNI perdido— que señala a sus autores, los cuales resultan ser personas estrechamente vigiladas por la policía, el final trágico de los mismos por suicidio o disparos de las fuerzas del orden, la sobreactuación de los dirigentes políticos que convocan manifestaciones para exigir unidad frente al enemigo, la movilización del ejército y las policías, el envío inmediato de tropas para participar en alguna guerra de agresión, reformas legales en caliente (¡claro que en caliente, para poderlas aprobar sin oposición!) que recortan o suspenden derechos fundamentales, el circo mediático promovido por las televisiones globales, etc.
Pues bien, el déjà vu debería, como mínimo, inducirnos a adoptar una simple regla metódica para analizar y pensar acerca de acontecimientos de esta naturaleza. Entre otras cosas, porque es bastante probable que se repitan en el futuro.
Ante acontecimientos así conviene siempre separar analíticamente los hechos luctuosos considerados en sí mismos, de las decisiones políticas que toman los gobiernos aprovechando el momento maccartista generado por el ambiente de conmoción y duelo.
Esas decisiones nunca se pueden concebir como obligadas o determinadas mecánicamente por los atentados. En Europa, por desgracia, tenemos una larga experiencia al respecto y sabemos bien que los gobiernos no reaccionan siempre de la misma manera.
Sin ir más lejos, el 22 de julio de 2011, en Noruega, setenta y siete personas murieron y más de un centenar resultaron heridas como consecuencia de unas bombas que estallaron en Oslo y del ametrallamiento de decenas de jóvenes que asistían en la isla de Utoya a un campamento de las juventudes del Partido Laborista Noruego. El asesino se disfrazó de policía y ordenó a los jóvenes que por razones de seguridad se concentraran en una explanada de la isla. Los chicos, obedientes y respetuosos del principio de autoridad, lo hicieron, y el falso policía los estuvo ametrallando sin piedad durante cuarenta y cinco minutos.
La matanza de Utoya fue reivindicada por el grupo islamista Ansar al-Jihad al-Alani (que se puede traducir como “colaboradores de la yihad global”). La policía noruega, sin embargo, no le dio mucha credibilidad porque en su perspicaz opinión esa matanza sólo podía haber sido obra de grupos “antisistema”. Finalmente se detuvo a Anders Behring Breivik, un fundamentalista cristiano pro-israelí e islamófobo que fue juzgado y condenado como autor solitario de la masacre.
Si Breivik hubiese conseguido matar a tres personas más, estaríamos hablando de una cifra de víctimas cuatro veces superior a la de París. Breivik era representativo de esa nueva extrema derecha de la que hablábamos antes y que, a diferencia del extremismo islámico, está organizada políticamente en casi todos los países de la Unión Europea. Como síntoma trágico de la amenaza que representa esas nuevas formaciones políticas, la matanza de Utoya era muy significativa.
Pues bien, aparte de condenar los hechos, los gobernantes europeos ¿hicieron algo más?, ¿convocaron inmediatamente una cumbre antiterrorista como han hecho ahora?, ¿propusieron crear un registro europeo de todos los militantes de esos partidos?, ¿situaron el combate contra la amenaza parda en el primer lugar de sus prioridades? No, no hicieron nada de eso, pero lo hubieran podido hacer. La gravedad de los sucesos, por tanto, no determina nada. Lo que hacen los gobiernos siempre es el resultado de su libre albedrío y su libre actuación.
Con mucha frecuencia, además, lo que hacen los gobiernos es aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid para intentar colar reformas que hacía tiempo que pretendían impulsar. Así ocurre con el registro de los pasajeros de los aeropuertos, que tiene que ver con una vieja pelea entre la Comisión y el Parlamento de la UE. Su inconsistencia con lo sucedido es palmaria: ¿para qué quieren un registro de todos los pasajeros de todos los aeropuertos de la UE si el registro de detenidos y condenados por delitos de terrorismo no les ha servido para evitar los atentados de París?
Como hemos leído en la prensa, tanto los hermanos Kouachi como Amedy Coulibaly, presuntos autores de los asesinatos, habían sido vigilados por los servicios antiterroristas franceses hasta poco antes de cometer sus crímenes. Coulibaly, incluso, fue condenado en 2013 por ayudar en la evasión de un salafista argelino, y hasta mayo de 2014 llevaba una pulsera electrónica que permitía controlar todos sus movimientos (El País, 13-1-2015). Tal vez ya es hora de decir que los instrumentos jurídicos y policiales existentes son más que suficientes para combatir ese tipo de amenazas, siempre y cuando se recurra a ellos. Si no se utilizan, no sirven, eso está claro.
Sobre la autoría de los crímenes que desencadenan estas reacciones, lo único que debe importar son los hechos y pruebas fiables que permiten afirmar con veracidad que han sido cometidos y planificados por estos o aquellos sujetos. No debe importar, desde luego, los prejuicios de cada cual ni la “verdad” más conveniente para el poder.
La instantaneidad de los medios de comunicación, su omnipresencia y, a veces, la espectacularidad de algunas “pruebas” machaconamente difundidas, crean la sensación de que al cabo de pocos días ya lo sabemos absolutamente todo sobre el quién, el cómo y el cuándo de los atentados. También de que esa es una “verdad incuestionable” de la que no se puede dudar. Pero eso es sólo un espejismo: como mucho se tiene conocimiento de algunos indicios más o menos racionales que apuntarían a tal o cual hipótesis o, si se prefiere, a esta o aquella teoría de la conspiración.
El caso de los asesinatos de París es paradigmático en ese sentido: las investigaciones policiales, judiciales, parlamentarias y periodísticas apenas han comenzado, y sus conclusiones no se conocerán hasta dentro de meses o años. En cambio, para la mayoría de gobernantes, tertulianos y creadores de opinión ese es ya un caso cerrado.
El hecho de que los gobiernos no esperen al resultado final de dichas investigaciones para tomar decisiones políticas que vulneran los derechos más básicos, es indicativo de su voluntad manipuladora e instrumentalizadora. Y eso ya es suficiente para rechazarlas.

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Dalái lama llama a la unidad religiosa
El dalái lama, líder espiritual de los tibetanos, hizo hoy un llamamiento a la unidad religiosaante los recientes atentados terroristas en Túnez, Francia y Kuwait, durante la inauguración de un centro budista en Inglaterra.
“Matar en nombre de la religión es una equivocación. Ahora tenemos la responsabilidad de preservar nuestras tradiciones y armonía religiosa”, defendió el líder espiritual tibetano.
El dalái lama inauguró hoy en la localidad de Aldershot, en el condado de Hampshire (sur de Inglaterra), un centro budista, donde se encontró con una multitud que protestaba por el rechazo del líder tibetano a los practicantes del buda de la sabiduría Doryhe Shugden.
Al ver la multitud, el dalái lama se defendió afirmando que se había alejado de ese budismo porque anuló su “libertad religiosa”.
“Alrededor de 1970, dejé de practicar ese budismo y obtuve libertad religiosa, cuando seguía a Shugden no la tenía”, defendió el líder espiritual.
Dorje Shugden es una emanación del Buda Manjushri y está asociado con las escuelas de budismo tibetano gelug y sakia.
Vía: EFE

jueves, 12 de noviembre de 2015

 Woody Allen cumple 80 años
“¿Tiene algo de bueno vivir para siempre? A veces, en las noticias, veo reportajes sobre cierta gente muy alta, que vive hasta los 140 años en villas cubiertas de nieve.  Por supuesto, lo único que comen es yogur, y cuando finalmente mueren no los  embalsaman.  Los pasteurizan”. (Woody Allen)
Víctor Rey
Si todo sale de acuerdo al plan, el próximo 1 de diciembre Woody Allen, debería festejar su cumpleaños 80 en la sala de montaje, editando su película número 47.  En la recta final hacia sus ochenta años, el director de “Interiores”, “Zelig”, “Celebrity” y tantas otras no se da tregua.  Allen trabaja al mismo ritmo que hace más de medio siglo y, aunque sus películas de hoy palidecen frente a las antiguas, nos hemos acostumbrado a verlas año tras año.  Como si fuera a ocurrir para siempre.
La primera película que vi de Woody Allen fue por allá por 1975  en el cine de la Universidad de Concepción.  Inmediatamente me atrajo este director-actor multifacético que combinaba el humor, la reflexión psicológica, la religión, la relación de pareja, la crítica a la sociedad contemporánea, y la filosofía como en “La última noche de Boris Grushenko” (1975), se suceden diálogos tipo: "Todos los hombres son mortales. Sócrates era mortal. Por tanto, todos los hombres son Sócrates. Lo que significa que todos los hombres son homosexuales".
 De esa época también se incluyen “El dormilón” (1973), “Bananas” (1971), censurada en varios países en su momento por su contenido político -Allen interpreta al líder revolucionario de una imaginaria república suramericana-, y “Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo (y nunca se atrevió a preguntar)” (1972), estrenada con retraso, por la censura de nuevo. Podrá conocer también sus guiones e interpretaciones de sí mismo en películas como la muy premiada “Annie Hall(1977), con cuatro oscares: al mejor guion original, mejor director, mejor película y mejor actriz principal (Diane Keaton); y “Hanna y sus hermanas(1986), también galardonada con tres estatuillas de Hollywood: guion, actor secundario (Michael Caine) y actriz secundaria (Diane Wiest).
También sus películas más de culto, “Sombras y niebla(1992) e “Interiores” (1978), inspiradas en sus idolatrados cineastas europeos Fellini y Bergman. También se destacan en el cineasta Allen con todas sus obsesiones y en su constante viaje entre la comedia y el drama, sus eternas dudas, risas e incertidumbres en “Delitos y faltas(1989), con la culpa como gran protagonista, o “Alice” (1990), donde Mia Farrow es una excusa para tratar la personalidad femenina.
“Zelig” (1983) o “La rosa púrpura de El Cairo” (1985) son otros de los títulos  que nos acercan al multifacético y premiado Allen.
En España lo admiran tanto, que el Ayuntamiento de la ciudad  de Oviedo le ha construido una escultura en bronce, 15 centímetros más alta que él, realizada por el artista asturiano Santarúa. "Es como yo, ha captado mi angustia vital", dijo, atónito, el cineasta cuando conoció su réplica en bronce. Su otro yo, al que todas las noches le roban las gafas, rememora los paseos del cineasta por la ciudad "deliciosa, exótica, bella y peatonalizada" que piropeó Allen, quien, con "su irónica sensibilidad", dijo el jurado, "ha establecido un puente de unión entre las cinematografías americana y europea, en beneficio de ambas".
Su vida ha estado permanentemente desenfocada. Se empeñó en ser artista y de culto, se le metió en la cabeza escribir historias raras y jugar con los tabúes de una manera un tanto malabar, cambiarse el nombre y elegir uno más en concordancia con su espíritu de clown que de rabino. Así fue como Allen Stewart Konigsberg pasó a ser Woody Allen, el icono que en lugar de calmarnos los males nos los evidencia, si no con un ataque de hipocondría histérico, desnudándonos las vergüenzas con retratos descarnados de la especie, con ese sistema milimétrico de trabajo que tiene, y que alterna magistralmente el drama y la tragedia con su don innato para la comedia.
Por ambos caminos, por el trágico y el cómico, Allen ha conseguido su sueño, aunque éste delate un aspecto más de su estado de traspié permanente: "Por fin soy un cineasta europeo". Sus tres últimos títulos componen la etapa londinense. En “Match Point” y en “Cassandra's dream” ha desarrollado la tragedia de aroma shakesperiano, mientras que en “Scoop”, ha dado rienda suelta a su vena cómica para contar la historia de un periodista que hace un alto en el camino en su viaje al otro mundo y regatea a la muerte para dar una exclusiva, de la que se entera después de su entierro, a una joven colega que debe aprovecharla. En la refrescante “Scoop”, todo un catálogo satírico sobre los tics británicos más dignos de guasa, vuelve a aparecer Allen como actor -interpretando a un mago- junto a la bellísima Scarlett Johansson. La actriz, en pleno auge de su carrera, le ha cogido gusto al estilo Allen y repite con el director después de su arrebatadora aparición en “Match Point”. Ambos se entienden bien. "Me apetecía hacer una comedia con Scarlett", asegura el cineasta.
Antes de comenzar su etapa londinense, Allen hizo dos películas más con productores independientes en Estados Unidos. Una de ellas, “Melinda y Melinda”, fue una auténtica vuelta de tuerca en su carrera. La historia de dos mujeres idénticas, una de ellas muy feliz y otra tremendamente desgraciada, representaba un alucinante desnudo creativo arriesgado, un experimento del que está orgulloso y que presagiaba la obra maestra posterior, la genial “Match Point”; otra etapa, otro camino que además le saca de donde no había salido en décadas. "Melinda y Melinda lleva dentro lo que para mí es una batalla creativa constante entre la comedia y la tragedia". Pero no es la única dicotomía que todavía no ha resuelto. Otra es su identidad. Quizá por eso, su fascinación va en aumento, porque a los 77 años sigue sin encontrar respuestas. "Le decía que he conseguido lo que soñé, ser un cineasta europeo. Pero yo me siento al tiempo muy norteamericano. Me gustan los Hermanos Marx, el béisbol y el baloncesto, y también el jazz".
Esa contradicción, otro de sus aspectos desenfocados, le convierte en una especie de marciano universal que nos observa y nos retrata con una precisión de rayo extraterrestre, a la altura de otros genios que él admira y que persigue, como Fellini o Ingmar Bergman -en “Scoop” hay un homenaje a El séptimo sello nada más empezar, cuando un muerto quiere sobornar a la dama de la guadaña-, o como Luis Buñuel, que también fue genial en su exilio mexicano. "Les admiro porque su arte es universal. La gente es la gente, y puedes hacer Match Point en Nueva York, en Londres y en París. Al fin y al cabo, las personas de hoy no son tan diferentes; sobre todo en las grandes ciudades, que tienen teatros, restaurantes, museos, donde viven a toda velocidad, son cosmopolitas, sofisticadas, como en Barcelona. Por eso intento que mis historias cuadren en todas partes".
Los grandes honores, los merecidos reconocimientos, no se crean que alteran mucho la forma de vida tranquila y alejada de los bullicios que lleva Woody Allen desde siempre en Manhattan, esa isla que él ha retratado como un pintor expresionista y un poeta, como un escritor y un psicoanalista con habilidades para las descripciones sutiles, convirtiendo su ciudad en un fetiche y en una especie de meca para sus admiradores. Le cuesta vivir sin los lugares a los que acude regularmente, sus templos favoritos: "El Madison Square Garden, donde voy a ver el baloncesto; Central Park, el West Village [donde Allen, de joven, se ganaba la vida como cómico en los bares], la avenida Madison”.
Sea como sea, en Nueva York y fuera de allí, él siempre se ha sentido borroso, como ese personaje suyo que interpretaba Robin Williams en Desmontando a Harry, un poco fuera de lugar y como de otra época, fantasmal. "Todo el mundo que conozco desea haber vivido en otro tiempo y ser otra cosa de la que realmente es. Yo ahora pienso que hubiera sido un gran novelista en otro siglo", dice el artista, sin que ese hecho tampoco parezca que le preocupe mucho.
Su estilo no es de esta época tampoco.  El cine que hace, para que se comprenda bien la auténtica dimensión que lleva encima, hay que verlo más de una vez.  “Entiendo eso, asumo que mis películas son muy densas.  Tienen mucho diálogo, los personajes son auténticos neuróticos, las relaciones entre todos son muy complicadas”, afirma.  Es algo que ha tenido presente y que le ha marcado desde siempre o más, desde que pasó de sus hilarantes películas de gags y parodia, las de la primera época de “Toma el Dinero y Corre”, “Bananas”, “El Dormilón” o “La Ultima Noche de Boris Grushenko”, hasta la segunda etapa de su carrera, con “Annie Hall” y “Manhattan”, junto a esas películas de sombra oscura, como “Interiores”, “Septiembre” y “Otra Mujer”, y aquellas en las alcanza el climax de su estilo, como en “Hannah y sus Hermanas” o “Maridos y Mujeres”, para después renegar un poco de si mismo y buscar algo más en la mezcla de géneros, algo en lo que deslumbra y fascina con filmes como “Balas Sobre Brodway”; la tiernisima y desarmante “Poderosa Afrodita”, donde, donde juega con el teatro griego, o la gamberra adaptación de su estilo al mundo del musical, en todos dicn I love you.
Se acaba de estrenar su última película en Argentina y en solo cuatro días 150.000 espectadores vieron “Blue Jasmine”.  Este film se inscribe en la línea de volver a su venerado Ingmar Bergman.
Si en Interiores, la crisis de un matrimonio maduro pone en cuestión los valores de las tres hijas adultas, en “Septiembre”, a lo largo de un fin de semana en una casa de campo, el reencuentro de una madre avasallante con una hija apocada, desnudará un secreto guardado por años.  La verdad tan temida se cuela por resquicios inesperados en “La Otra Mujer”.  Alguien escucha lo que no debe y comprueba que su delicado equilibrio se derrumba.  La protagonista de “Blue Jasmine” es hora Cate Blanchett, una mujer de fortuna perteneciente a la clase alta neoyorkina, quien de pronto deberá enfrentar su bancarrota y el fracaso de su matrimonio.
En “Crímenes y Pecados”, Allen va más allá.  Se encarga de mostrarnos que en la vida real un asesinato puede quedar impune.  Un célebre oftalmólogo, apremiado por su amante embarazada que amenaza con contarle todo a su esposa, contrata a un matón para que la despache.  Nadie lo descubre y el profesional sigue su vida como si tal cosa.  Antes, en diálogo con el personaje de Woody – un cineasta que pierde en todos los frentes- le ha subrayado que en la vida de todos los días, no llega la caballería para ordenar los tantos como en el cine.
Más de una vez, Allen ha apelado a la magia (Alice, Sombras y Niebla) para preservar a sus criaturas o a esa magia que es el cine, como en “La Rosa Púrpura del Cairo”. Más allá de sus travesuras habituales, cuando Woody Allen deja por un momento ese muñeco neurótico que le sale tan fácil y se sitúa detrás de la cámara para hablar en otro registro, lo que de veras muestra es el paraíso perdido y un entorno que no conoce la piedad.

Jasmine vuela de Nueva York a San Francisco y esas idas y venidas se narran también como un viaje en el tiempo.  En el transcurso de ese itinerario la protagonista cambia y nadie mejor que Cate Blanchett para denotar esas inquietantes mutaciones.  Es fácil asociar el cine de Allen con la comedia.  Pero, en realidad, todo lo que expone en sus deliciosos divertimentos, es muy serio y va al fondo de la condición humana.  Cuando abandona la sonrisa, claro, se nota más.  Por ahora seguimos esperando su última película “Irrational Man”.  El filme nos narra la historia de un profesor de filosofía en la universidad de una pequeña ciudad que atraviesa una crisis existencial.  Pero todo cambia cuando a su vida una joven estudiante con la que mantiene una relación sentimental.  Tenemos expectativas de disfrutar esta nueva apuesta del este cineasta octogenario.  

lunes, 2 de noviembre de 2015

Las caricias son tan necesarias como la comida o la bebida

Steiner cree que los hombres todavía tienen que aprender a decir
Interesante entrevista el psicólogo Claude Steiner, protagonista del Congreso Internacional de Inteligencia Emocional y Bienestar, defiende la importancia de identificar y controlar las emociones para obtener efectos positivos de ellas. Anima a las personas a acariciarse, con el tacto y con las palabras, y a expresar sus sentimientos sin miedo para ser felices.
Claude Steiner nació en Francia, pero su familia es de origen austriaco, estudió en Estados Unidos y vivió durante mucho tiempo en México. Considerado uno de los padres del análisis transaccional y de la psiquiatría radical, Steiner ha estudiado en profundidad la relación entre la información racional y las emociones, y cómo éstas influyen en la vida de las personas. En sus conferencias, es capaz de conseguir que el público intercambie “caricias” en forma de halagos.
Pregunta.- ¿Qué es la inteligencia emocional?
Respuesta.- La inteligencia emocional está basada en la capacidad de entender nuestras propias emociones y las de otros. Eso significa no sólo identificar qué emoción sentimos en cada momento -rabia, amor, tristeza, miedo, alegría-, sino además conocer su intensidad y su causa, porque las emociones no son caprichosas, siempre tienen una razón. Una vez capaces de entender las emociones propias y también las ajenas a través de la empatía, es importante aprender a controlarlas de forma que tengan efectos positivos, incluso si son emociones negativas, para que nos beneficien no solo a nosotros mismos sino también a las personas a nuestro alrededor.
Steiner cree que los hombres todavía tienen que aprender a decir “te quiero”
P.- Llevemos ese concepto a la práctica. En España, uno de los problemas sociales más importantes actualmente es la elevada tasa de paro. ¿Cómo podría un desempleado controlar sus emociones de rabia y desesperación para sacar algo positivo?
R.- Cualquier persona desempleada atraviesa un proceso tremendamente doloroso, sobre todo si lleva mucho tiempo sin trabajo y llega a pensar que ya nunca lo encontrará. Estas emociones pueden aliviarse en parte pero son muy reales y es posible que no desaparezcan. Uno puede sentirse mejor al reunirse con otras personas que tienen el mismo problema. Puede compartir con otros desempleados la rabia hacia el Gobierno, la tristeza de no poder mantener a su familia o el miedo de no volver a trabajar. Estas emociones se pueden comunicar para que no sean tan pesadas, pero a fin de cuentas son reales y no se pueden evitar.
Caricias y nuevas tecnologías
P.- Usted propone que todas las personas vivimos en un estado continuo de hambre de caricias. ¿Puede ocurrir que los mensajes de móvil y las redes sociales acaben sustituyendo a las caricias reales y recurramos a ese tipo de comunicación para saciar ese apetito de estímulos?
R.- El apetito de caricias es igual que el de comida, lo tenemos y no lo podemos cambiar. Si no comes, vas a morir de hambre. Si no tienes bastantes caricias, te vas a deprimir e incluso puedes morir de depresión. Las caricias son tan necesarias como la comida y la bebida. Qué va a pasar con toda la gente que esta sustituyendo caricias reales por virtuales es una pregunta importante y no sé la respuesta. Da miedo. Si no aprendes a comunicarte personalmente, cuando llegue el momento de casarte o tener hijos, no sabrás como manejar relaciones reales en lugar de virtuales. Porque virtualmente no puedes estar casado ni tener niños. Podemos anticipar problemas debidos a este cambio, aunque no sé cuáles serán.
P.- Igual que tenemos hambre de caricias, dice usted que tenemos hambre de información. ¿Deberíamos marcarnos algunos límites para no consumir toda la que hay disponible hoy en día?
R.- Está claro que uno necesita aprender a filtrar la información de Internet porque existe tal cantidad que podríamos pasarnos toda la vida viendo videos de Youtube y nunca terminaríamos de verlos todos. Además hay que tener cuidado, porque incluso yo he descubierto que algunas de las cosas que Wikipedia dice sobre mí no son ciertas. Aunque la verdad es que es imposible corregir todo lo que pueda haber mal, y ni siquiera es necesario.
Emociones universales
P.- Desde su experiencia como psicoterapeuta en países diversos, ¿cree que las emociones son diferentes según el lugar en el que viva cada persona?
R.- Las emociones son universales. Todo el mundo tiene emociones y son las mismas, pero es cierto que ciertas culturas enfatizan unas sobre otras. Hay países donde la gente es más amorosa, otros donde la gente tiene miedo, donde la gente odia… Son preferencias que pasan de generación en generación. Pero las emociones son las mismas. Otra cosa es la forma de expresarlas, y eso sí que puede variar mucho.
Steiner es uno de los padres del análisis transaccional
P.- En sus libros define a las mujeres como eternas guardianas de las emociones. En el siglo XXI, ¿los hombres ya dicen “te quiero”?
R.- Más que antes pero no tanto como deberían. El problema clásico entre hombres y mujeres es que ellas dan amor y ellos lo reciben, pero a la inversa no es tan fácil. Así que todavía queda mucho camino por recorrer, pero estamos en ello.
P.- Cuando hablamos de educación emocional, ¿nos referimos a algo que se puede enseñar en el colegio?
R.- Los maestros pueden tener mucha influencia, en el sentido de que pueden enfatizar las emociones que tienen los niños y animarles a expresarlas. El problema es que si en casa reciben la educación contraria, no sirve de nada. Por eso hay que educar emocionalmente a los niños, pero también a los adultos.
P.- ¿Cómo ve el futuro de la inteligencia emocional?
R.- Cada vez hay un entorno más acogedor para permitir a las personas que expresen sus emociones, aunque sean difíciles, como la tristeza, el miedo o el amor, que también es una emoción muy difícil de expresar. Se va incrementando la facilidad y el permiso que damos a las personas para compartir emociones; estos es un síntoma muy positivo y creo que seguiremos por este camino.

domingo, 1 de noviembre de 2015

¿Quiénes eran las brujas?

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Las brujas no eran personas malas y feas, como las ha descrito la literatura universal, sino mujeres generadoras de un conocimiento específico. En el época medieval , cuando predominaba un modelo social masculino, el saber de las brujas fue considerado amenazante, por lo que fue perseguido y destruido junto con ellas en las hogueras.
En el libro El retorno de las brujas, la filósofa Norma Blázquez Graf, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), especialista en ciencia y género, explica que, aunque la población femenina no tuvo acceso a la educación superior hasta el periodo transitorio del siglo XIX al XX, siempre ha generado conocimiento. Pone de ejemplo el saber de las brujas en la Europa de los siglos XIV al XVII y lo aterriza en un mundo contemporáneo, en el que la progresiva incorporación de las mujeres a la ciencia ha modificado las estructuras de las instituciones y el proceso creativo del conocimiento. En entrevista con La Jornada, la especialista aborda el contenido de su libro y subraya la contribución de la mirada crítica e innovadora de las mujeres al quehacer científico.
Parteras, alquimistas…
–¿Quiénes eran las brujas?
–Eran parteras, alquimistas, perfumistas, nodrizas o cocineras que tenían conocimiento en campos como la anatomía, la botánica, la sexualidad, el amor o la reproducción,  que prestaban un importante servicio a la comunidad. Conocían mucho de plantas, animales y minerales, y creaban recetas para curar, lo cual fue interpretado por los grupos dominantes del medievo como un poder del Diablo.
–¿Por ese motivo fueron perseguidas y condenadas a muerte?
–Sí, pero además porque las elites eclesiásticas, políticas y económicas, que se consolidaban en aquellos tiempos, comenzaron a desarrollar un modelo social muy masculino y consideraban que el saber que las mujeres tenían, especialmente en sexualidad y reproducción, representaba una amenaza. Las brujas comenzaron a almacenar conocimiento muy importante sobre el control de la reproducción y sabían preparar diversos abortivos. Este conocimiento implicaba la posibilidad de ejercer una sexualidad más libre, lo cual ponía en riesgo la hegemonía masculina y, por ello, los hombres expropiaron su conocimiento y las aniquilaron en las hogueras. Asimismo, la mayoría de estas mujeres vivían solas, en casas en el bosque, independientes, generaban sus propios ingresos y esto provocaba mucha desconfianza.
–¿Es cierto que eran viejas y feas?
–Eso es parte del mito y de los prejuicios de aquel entonces. Había brujas bellísimas y, por otro lado, en esa época una mujer de 40 o 50 años ya era considerada vieja. Por lo tanto, esos estereotipos responden más a que eran transgresoras y no a que realmente fueran viejas y feas.
–¿Resultaría muy aventurado afirmar que las brujas fueron las primeras mujeres científicas?
–Sí, porque las mujeres han generado conocimiento desde hace mucho tiempo y porque, además, no se puede considerar científico un conocimiento hasta la institucionalización de la ciencia en el siglo XIX, cuando ya se empezó a enseñar en las universidades. Sin embargo, en ese momento las mujeres no tenían permitido estudiar en las universidades y continuaban con la tradición de ilustrarse en los conventos, en los salones de té o en sus hogares, con el padre o el esposo. Luego, de manera gradual, la mujer se fue incorporando a la educación media y superior en áreas como enseñanza, enfermería o farmacéutica. Hasta llegar a la década de los 90 del siglo pasado, en que 50 por ciento de los universitarios ya eran mujeres.
Reacomodo en el siglo XXI
–¿En qué cambia la ciencia con la incorporación de las mujeres?
–Primero cambia en número; hoy 30 por ciento de los estudiantes de ciencias son mujeres. Por eso el “retorno de las brujas”, pues todas esas mujeres que aniquilaron en la Edad Media, que conocían del aborto, de la fertilidad o de la sexualidad, se reacomodaron en el siglo XXI y hoy ocupan espacios importantes, sobre todo en las ciencias naturales y en la salud. Segundo, cambian los espacios institucionales porque antes en las universidades no había ni baños para mujeres: ahora hay presupuestos y becas para proyectos de ellas; los límites de edad para becas se han tenido que extender al tener en cuenta al ciclo reproductivo de la mujer, y se han tenido que abrir guarderías.
“Tercero, las mujeres se hicieron nuevas preguntas y rompieron con el parámetro científico masculino, en el que todo aquello que no se adaptara a dicho modelo era carente o inferior. Por ello, durante mucho tiempo se pensó que las mujeres no tenían interés por la ciencia que eran menos inteligentes o que no tenían capacidad para razonar. Con su integración a la ciencia, se ha debido tomar en cuenta la otra parte de la humanidad, lo que significó una modificaron en los puntos de partida, las metodologías, la interpretación de los resultados y las teorías para la comprensión de la realidad.
Perpectiva de género crítica
–En su libro, desde una perspectiva de género crítica, afirma que el conocimiento científico no es siempre objetivo, neutro y universal. ¿A qué obedece tal aseveración?
–Quien genera el conocimiento es una persona que tiene estereotipos y prejuicios y, por lo tanto, sus preguntas e interpretaciones científicas dependen de su género, así como de su contexto social, histórico, cultural y político.
–¿Qué lugar ocupa la intuición femenina en la generación de conocimiento de las mujeres?
–Para el conocimiento científico eso no cuenta, pero las epistemólogas feministas dicen que hay que incorporar la intuición porque sí cuenta, sobre todo en las ciencias sociales, en las que el objeto de estudio no son cuestiones materiales, sino personas.
Fuente: La jornada