miércoles, 25 de marzo de 2015

En memoria de los 35 años del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero

  8  153 
 
  137
En el mes de febrero fui invitado por el Departamento de Teología de la Universidad Evangélica de El Salvador para dictar algunas clases a los alumnos de esta universidad centroamericana. Un día, el decano de la facultad de Ciencias Sociales, el Licenciado Ricardo Rivas y el Director del Departamento de Teología, Licenciado Marlin Reyes, me invitaron a visitar la Capilla donde fue asesinado Monseñor Romero, lugar que queda cercano a la Universidad. También me invitaron a visitar la Universidad Centroamericana (UCA) donde fueron asesinados seis jesuitas y dos mujeres, en noviembre de 1989. Realmente es impresionante recorrer este lugar sencillo que está dentro del Hospital para cancerosos La Divina Providencia. En este mes de marzo se cumplen treinta y cinco años del asesinato de Monseñor, ocurrido un 24 de marzo de 1980, que le llegó en el momento justo, como a Jesús, después de haber recorrido tres de pasión con su pueblo y como su pueblo de El Salvador.  Ahora se ha anunciado su beatificación para el 23 de mayo de este año. Mientras celebraba el sacramento de la reconciliación, una bala asesina atravesó la casulla y el corazón de Oscar  Arnulfo Romero.  El único “delito” que se le conoce al arzobispo de San Salvador es explicar el Evangelio, hacer oír su voz desde el incómodo papel de profeta de la verdad, y eso es cosa que forzosamente atrae la violencia de quienes no aceptan más soluciones que las impuestas.
Su “vida pública”, como arzobispo de San Salvador duró tres años, como la de Jesús y no dejó a nadie indiferente. Unos lo consideraban un profeta, un mártir, un luchador por la paz y el diálogo, un hombre de Iglesia; otros, por el contrario, veían en él a un revolucionario, un agitador de masas, un político frustrado que promovía la crispación, un personaje en busca de notoriedad social.
Esta figura emblemática de la Iglesia Latinoamericana sigue estando especialmente presente en la memoria y el cariño de los más humildes de El Salvador. El recuerdo de su asesinato trae a la mente una forma equivocada de solucionar los conflictos políticos y sociales, pero también atestigua la permanente tentación de recurrir a la violencia para resolver los problemas molestos.
El recuerdo de su asesinato, unido al de la muerte de Jesús proclama la certeza y la fuerza de la esperanza que vence cualquier desesperación e impotencia; desde la vida entregada del Señor Jesús pueden mantener su dignidad los hombres y mujeres que sufren las injusticias de los poderosos o la instrumentalización de quienes siguen dominando los resortes religiosos de la vida de los pueblos.
El Cristo crucificado iluminó la visión de Romero hasta que exhaló su último aliento. El 24 de Marzo de 1980, dentro de la capilla del Hospital de la Divina Providencia, dispararon sobre Oscar Romero y le mataron mientras celebraba la misa. Imitando a las de Cristo, la misma vida y muerte de Romero fueron una expresión sacramental del amor crucificado de Dios hacia el mundo, a favor del pueblo sufriente de El Salvador y de otros muchos. Su brutal asesinato seguirá sembrando semillas de esperanza y de vida para todos aquellos que luchan por una mayor justicia social y que profesan la fe en un Dios liberador, cuyo amor no puede ser extinguido ni siquiera por la muerte.
El eje principal en torno al cual giró la vida de Romero fue la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. En ésa línea, él creyó que había sido llamado a “sentir con la iglesia”, especialmente en la medida en que ella sufre en el mundo. Romero creía que la misión de la Iglesia consiste en proclamar el Reino de Dios, que es el reino de “la paz y la justicia, de la verdad y el amor, de la gracia y de la santidad… para conseguir un orden político, social y económico que responda al plan de Dios”.
En el fondo de estas palabras, él quiso encarnar la conversión que predicaba. Una vez le visitó un funcionario eclesiástico y le hizo saber que sus modestas habitaciones, en el Hospital de la Divina Providencia, no eran “adecuadas” para un arzobispo. Él estuvo de acuerdo y le explicó que, dado que la mayoría de sus fieles vivían en chozas de cartón, sus habitaciones resultaban comparativamente demasiado lujosas. Para Romero, la conversión significaba abrir la propia vida a los pobres, viviendo y caminando en solidaridad con ellos, no como alguien superior que les da limosnas, sino en calidad de hermano o hermana.
Él insistía en que “una Iglesia que no se une a los pobres, a fin de hablar desde el lado de los pobres, en contra de las injusticias que se cometen con ellos, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”. Algunos percibían esa actitud como una deformación de la misión de la iglesia y como una contaminación de la misma con la política, pero Romero contestaba.
Él creía que “la fe cristiana no nos separa del mundo, sino que nos introduce en el mundo”. Aunque se enfrentó de lleno con los desafíos políticos de su tiempo, él no fue simplemente un activista social, sino también un hombre de honda oración y meditación, que le ayudaron a mirar más allá y por debajo de la superficie de los acontecimientos, descubriendo las verdades más profundas de la realidad. A menudo, él suspendía las discusiones más intensas y acaloradas con sus consejeros, a fin de orar sobre las decisiones que debían tomar. Romero supo que sin Dios no es posible alcanzar la verdadera liberación. Él fue un testigo de que la justicia debe ocuparse de las dimensiones históricas de este mundo, pero nunca perdió de vista la dimensión trascendente de la liberación. En esa línea, él afirmaba siempre que sin Dios no puede hablarse de liberación. Ciertamente, “sin Dios se pueden alcanzar algunas liberaciones temporales; pero las liberaciones definitivas sólo pueden alcanzarlas los hombres y mujeres de fe”.
El legado más importante de su vida fue el ofrecimiento de su propia vida a favor del pueblo al que amaba. Romero pensaba que “el mayor testimonio de fe en un Dios de Vida es el testimonio de aquellos que están dispuestos a dar su propia vida”. Poco antes de su muerte, él afirmaba: “El martirio es una gracia que yo creo que no merezco. Pero, si Dios acepta el sacrificio de mi vida, quiero que mi sangre sea semilla de libertad y un signo de que esta esperanza se convertirá pronto en realidad. Que mi muerte, si es aceptada por Dios, esté al servicio de la liberación de mi pueblo y sea un testimonio de esperanza en el futuro”.
En ese mismo tiempo, unos días antes de su muerte, Romero insistía en lo siguiente: “Debo decirle que, como cristiano yo no creo en una muerte sin resurrección. Si me matan, yo resucitaré en el pueblo salvadoreño”. La fe de Romero en el Dios de la vida, aunque rodeada de amenazas de muerte, ha inspirado a innumerables personas que han luchado a favor de la justicia, incluyendo a Ignacio Ellacuría y a los otros cinco jesuitas y a las dos mujeres que fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989 en las dependencias de la Universidad Centroamericana.   Actualmente el Centro Oscar Romero se encuentra en el lugar donde ellos fueron asesinados.
Romero había sido un piadoso hombre de Iglesia, un sacerdote culto, amigo de la justicia, aunque alejado de la vida real de su pueblo. Pero unas semanas después de haber sido nombrado arzobispo, el 22 de febrero de 1977, uno de sus colaboradores, el P. Rutilio Grande SJ, fue asesinado por los escuadrones de la muerte. Ese acontecimiento transformó su vida y, desde ese momento hasta su muerte, a lo largo de tres años de intenso compromiso episcopal se convirtió en la voz de los que no tenían voz, denunciando los crímenes de la dictadura económica y social de su pueblo y anunciando de una forma muy concreta las exigencias y dones del evangelio, en sus homilías radiadas cada domingo a todo el país. De esa manera puso de relieve la presencia de Cristo en los pobres, empobrecidos y asesinados.
Romero se enfrentó a los desafíos políticos de su tiempo, pero no fue sólo un activista social, sino también un hombre de honda espiritualidad, de manera que sus tres años de “vida pública” vinieron a convertirse en sus años de “universidad cristiana”. En ese tiempo, en contacto con los oprimidos de su pueblo, denunciando la injusticia y violencia de los asesinos, pero siempre desde la paz de Dios, fue descubriendo y expresando el verdadero pensamiento cristiano. De esa forma vino a convertirse en testigo de que la justicia debe ocuparse de las realidades históricas de este mundo, manteniendo siempre la dimensión trascendente del evangelio. Así afirmaba siempre que sin Dios no puede hablarse de liberación, pero sin liberación no puede hablarse tampoco de Dios en sentido cristiano.
A lo largo de esos tres años intensos de episcopado liberador, Romero intentó que la sociedad no cayera en manos de la pura violencia y, sin embargo, en un sentido externo, él fracasó, pues le asesinaron los poderes oficiales de la violencia. Más aún, tras su muerte, el país por el que vivió (El Salvador) vino a caer en una gran guerra civil. A pesar de eso o, quizá mejor, por ello mismo (a través de su martirio), Romero ha ofrecido uno de los testimonios mayores de vida cristiana en el siglo XX. Él mismo afirmaba, poco antes de morir, sabiendo que podían asesinarle en cualquier momento (pues nunca aceptó escoltas o medidas extraordinarias de seguridad, que la gente del pueblo no podía permitirse), que el mayor testimonio de fe en un Dios de Vida es el testimonio de aquellos que están dispuestos a dar su propia vida.
Desde esta perspectiva, Mons. Romero aparece como uno de los grandes pensadores cristianos del siglo XX. Así pudo decir: “Como cristiano, yo no creo en una muerte sin resurrección. Si me matan, yo resucitaré en el pueblo salvadoreño”.

lunes, 23 de marzo de 2015

La espiritualidad como necesidad en las sociedades de hoy

  1  35 
 
  33
En las sociedades de hoy la espiritualidad constituye una necesidad de primer orden.  El  quiebre del conocimiento objetivo es uno de los factores más importantes. De ahí que si los contenidos genuinos de las religiones pasadas van a tener aún valor e importancia para nosotros, ello ha de ser como experiencia espiritual, como conocimiento y valor totales y gratuitos, sin fondo ni forma. En otras palabras, podremos vivir todo lo religiosamente genuino que nuestros antepasado vivieron bajo la forma religiosa, pero sin creencias. Esta es la única forma en la que las religiones podrán “sobrevivir” en nuestras sociedades de conocimiento, como espiritualidad o cualidad humana profunda.
El conocimiento actual operando en base a postulados, funcional y pragmático como es, necesita de la espiritualidad como fin y objetivo último en términos de calidad humana y por tanto ya presente para individuos y sociedades ahora y aquí. Lo necesitamos como sociedades y como individuos, lo necesita el propio conocimiento, incluso en aquello que tiene de más pragmático y de más operativo. Porque sin una capacidad para imaginarse, pensar y concebir la realidad más allá de toda posibilidad pragmática, lo pragmático se siente y el resultado es limitado en su propio ser pragmático. Y esto, dejando aparte la frustración que produce, es un límite contradictorio con una sociedad que vive y tiene que vivir de la innovación y producción continua de conocimiento. De hecho, así lo están sintiendo ya los científicos punteros. Se diría que éstos, para pensar en términos cada vez más “realistas” la realidad, sienten la necesidad de pensarla de manera “no realista” o espiritual que, en el fondo, es la forma más realista.
La ética es simplemente necesaria, aún con espiritualidad. Como ambas se ubican en dimensiones diferentes, una en la dimensión funcional de la vida, la otra en la dimensión de la gratuidad, la ética es sumamente necesaria. Sin los fines y objetivos que la ética representa y en función de los cuales define el actuar humano, individual y social, la sociedad como proyecto humano resulta inviable. Pero no basta. Por naturaleza y función la ética es procesual, apunta siempre a un futuro que opera como horizonte y se desplaza como éste, y en este sentido nunca puede ser realización plena y total en el presente. Sí, la ética no es realización plena y total aquí y ahora, y el ser humano, una vez que la ha descubierto, aspira a esta realización aquí y ahora, de manera que no se realiza si no la logra. Y esta es la realización que le ofrece la espiritualidad. De ahí que, además de la ética y juntamente con ella, sea necesaria la espiritualidad.
La espiritualidad como necesidad comienza a ser real tan pronto se la descubre, si no antes, con el mismo comienzo de las sociedades de conocimiento. En otras palabras, la atención y respuesta que demanda es impostergable, tiene que comenzar con su propio descubrimiento. No se trata de un aporte deseable en caso de querer hacer individuos y sociedades perfectas, pero sin el cual individuos y sociedades pueden vivir confortablemente –si se desarrollan primera y prioritariamente otros recursos y capacidades, como el mismo conocimiento y la técnica–, y si no confortablemente, al menos con problemas y conflictos en un grado o nivel tolerables, tal como siempre parece haber sucedido en el pasado.
La espiritualidad, que la naturaleza y función del nuevo conocimiento hace surgir como una dimensión cuyo cultivo es individual y socialmente necesaria, tiene que estar presente desde ya en la construcción de la sociedad de conocimiento y ello de una manera transformadora. Y a lo primero que tiene que afectar es al propio conocimiento, redimensionándolo y enmarcándolo dentro del marco total que ella constituye y significa. Un reto muy sentido pero nada fácil de descubrir y formular en sus concreciones, dado que el mismo supone descubrir la articulación posible y deseable entre espiritualidad y funcionalidad, entre dimensión absoluta del ser humano y dimensión relativa, y la relación entre ambas, aunque muy importante y necesaria, es indirecta, no directa, como por lo demás entre el arte y todo lo que es técnico y funcional.
Como se ve, no se trata de la necesidad de una revolución más, ésta ya no basta, sino de una transformación o, mejor aún, mutación antropológica. Es el ser humano el que hay que cambiar para cambiar su relación con la realidad e incluso ésta. Por ello la espiritualidad es transformadora y liberadora, la única fuerza realmente transformadora y liberadora. La única a la altura de la necesidad y de los retos que de un tiempo a esta parte estamos experimentando. Desde este punto de vista la creación de condiciones para que la misma se dé, ya que el hecho en sí de darse no puede ser objeto de nada,  debiera ser política de Estados, de todos los Estados del mundo y si la hubiera de la autoridad que los representara a todos.
Redimensionando y enmarcando el conocimiento que hoy tenemos como matriz posibilitadora de vida, la espiritualidad tiene que transformar todo lo demás, en esa relación sin embargo indirecta que es la suya con la realidad que llamamos funcional, esto es, en función de la vida. Creación hacia dentro de sí misma y transformación hacia fuera son las dos funciones que deben ser connaturales, sí así se nos permite hablar de función y connaturalidad donde no hay tal, a la espiritualidad desde que es tal. Como realización máxima del ser humano que es, ella está llamada a ser la mayor fuerza transformadora de toda la dimensión cósmica y humana, incluida en ésta la dimensión cultural, social y política. Y tiene que serlo desde un principio, desde el propio conocimiento que, por así decir, la hace visible como necesidad y como reto, no después y como un complemento. Aunque reconociendo que conocimiento y técnica, como toda la construcción de lo funcional a la vida, son realidades autónomas que en su dimensión deben construirse de acuerdo a sus posibilidades. La función de la espiritualidad será de inspiración y fuerza, de identificación a la vez que de distancia, de realización y transformación.
En cuanto a la capacidad transformadora de la espiritualidad, ya lo hemos expresado, no hay otra humanamente superior. Plena y totalmente desinteresada, no tendrá otro interés que el de la propia realidad a vivir y transformar y lo hará con toda la plenitud y el ser que es. La espiritualidad en sí misma no tiene proyecto propio y sí una cualidad que le hace la fuente humana de compromiso por excelencia: la de identificarse en la unidad con la realidad que descubre como la realidad es, en su ser más profundo, y la de poder de mantenerse distante de aquella que la realidad tiene de no tal.

miércoles, 11 de marzo de 2015

 EL SER TE INVITA A REFLEXIONAR TEOLOGICAMENTE EN UNA SOCIEDAD DE CONSUMO


“La teología no va a cambiar la sociedad, pero sin teología no cambiará”


Víctor Rey

El cristiano siempre tiene el desafío de reflexionar su fe en el contexto donde le corresponde vivir, en su lugar y su tiempo.  Para esto es necesario la lectura atenta de la Biblia, pero también la lectura de su realidad, descifrar y discernir “los signos de los tiempos”. Para discernir debe reflexionar, leer, meditar y contemplar.  O como lo dicen algunos: ver, juzgar y actuar.  Considero que la literatura especializada nos ayuda mucho y en general las artes nos proveen de herramientas muy útiles para hacer un buen diagnóstico de la realidad.

El Servicio de Estudios de la Realidad (SER), no es un programa tradicional de estudios teológicos.  Aunque incorpora estudios bíblicos, historia del cristianismo, religiones comparadas, etc., es un curso de estudios teológicos interdisciplinario, que incluye elementos de diferentes áreas del conocimiento humano vistas desde la perspectiva de una cosmovisión cristiana.  Emplea una variedad de metodologías, que incluye tanto la observación de la realidad de la vida diaria como la lectura de literatura variada como novelas, ensayos, poesía, cine y música, e intenta integrar todo esto en una visión coherente de la vida bajo una visión cristiana.  El programa lleva al estudiante a examinar su vocación y trabajo, su vida familiar, su lugar en la sociedad y su participación en la iglesia cristiana.  La expectativa del SER es que en sus estudios encuentre elementos que le ayuden a hacer tanto un aporte distintivamente cristiano en su campo profesional como una contribución a la vida de su comunidad u organización.  Esa es la razón por la cual el SER aborda estos aspectos e invita a los estudiantes a tener una vida rica de diálogo con la Biblia y los aportes que nos entregan las Ciencias Sociales y cuestionar junto a otros estudiantes la forma de ser más pertinentes y coherentes como discípulos de Jesús.

Uno de los temas más desafiante es el que se refiere a la Sociedad.  Personalmente me he enriquecido mucho con las lecturas de estos textos, pero quiero agregar  mis pensamientos a este tema en relación a dos libros que he leído este último tiempo, escritos en dos países diferentes y con un tema común de actualidad.  Los dos autores tienen una formación diferente y su concepción del mundo también lo es, pero el diagnóstico que hacen del tema es coincidente.  Me refiero primeramente al libro, “La Ciudad” del francés Jacques Ellul y a “El consumo me consume” del chileno Tomás Moulián.  A partir de estos dos autores quiero esbozar una reflexión sobre el tema del consumo.

Hoy constatamos el crecimiento acelerado del tipo de sociedad de consumo, la cual se inicia en el siglo XVIII.

El fenómeno de las migraciones internas es cómplice del aumento vertiginoso, en todo el mundo, de una civilización urbana cuyo rasgo sobresaliente es la absolutización de los productos de la tecnología.

Prácticamente toda la humanidad hoy participa en la vida de la ciudad.  Como lo ha señalado Jacques Ellul: “Estamos en la ciudad, aunque vivamos en el campo, puesto que hoy el campo es solo un anexo de la ciudad”. (Pág. 147  La Ciudad.  Editorial La Aurora, Buenos Aires. 1972).

Su afirmación percibe el carácter global de la “mentalidad de consumo” que caracteriza a la sociedad urbana, tanto en los países desarrollados como en países subdesarrollados.

La sociedad de consumo es un engendro de la técnica y el capitalismo.  Los medios de comunicación masivos juegan un rol importante en esta situación, ya que son utilizados para condicionar a los consumidores a un estilo de vida en que se trabaja para ganar, se gana para comprar y se compra para valer.  Como vuelve a decir Jacques Ellul, “el estilo de vida es formado por la publicidad”.

La publicidad está controlada por gente cuyos intereses económicos están ligados a aumento de la producción y este a su vez depende de un consumo que solo es posible en una sociedad en la cual vivir es poseer.  La técnica se pone así al servicio del capital para imponer la ideología del consumo.  Esta al servicio del capital, no al servicio de los hombres y las mujeres.

En consecuencia, los hombres y mujeres se convierten en seres unidimensionales- un tornillo de una gran maquinaria que funciona según las leyes de la oferta y la demanda-, es la causa principal de la contaminación ambiental y crea una inmensa brecha entre los que tienen y los que no tienen a nivel nacional y entre los países ricos y los países pobres a nivel internacional.  Esta brecha continúa creciendo.  Pese a los avances tecnológicos y una expansión industrial que no tiene precedentes en la historia humana.  Hoy el mundo subdesarrollado está más lejos que nunca de la solución a sus problemas.

La sociedad de consumo ha impuesto un estilo de vida que hace de la propiedad privada un derecho absoluto y coloca el dinero por encima de los hombres y las mujeres y la producción por encima de la naturaleza.  Esta es la forma que hoy toma donde el sistema en el cual la vida humana ha sido organizada por los poderes de destrucción.  El peligro de la mundanalidad es este: el peligro de un acomodamiento a las formas de este mundo malo con todo su materialismo, su obsesión por el éxito individual, su egoísmo enceguecedor.


Aquí vale la advertencia del apóstol Pablo en Romanos 12:2, “No vivan ya de acuerdo con los reglas de este mundo, al contrario, cambien de pensamientos para que así cambie toda su vida.  Así llegaran a saber cual es la voluntad de Dios, es decir lo que es bueno, lo que le agrada, y lo que es perfecto”.

jueves, 5 de marzo de 2015

¿Qué es el desarrollo humano?

Foto: United Nations
Foto: United Nations
En 2015 se cumplirán veinticinco años desde que el primer Informe sobre Desarrollo Humano diera a conocer una nueva forma de abordar el progreso y el bienestar humano. Y aunque ya es habitual el uso de la expresión “desarrollo humano”, la comprensión del concepto es diferente en diversas partes del mundo. Así pues, con motivo del vigésimo quinto aniversario de los informes sobre desarrollo humano, nos gustaría destacar qué idea de desarrollo humano es la que promueve nuestra Oficina.
El concepto de desarrollo humano surgió de los debates globales que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XX sobre de la relación  entre  crecimiento económico y desarrollo. A principios de los años 60, empezaron a surgir voces que reclamaban “destronar” al Producto Interno Bruto (PIB): el crecimiento económico se había convertido en un objetivo que cumplir y en un indicador del progreso nacional en muchos países[i], y ello a pesar de que el PIB no fue concebido para medir el bienestar[ii]. En los 70 y los 80, los debates sobre el desarrollo plantearon un enfoque alternativo que trascendiera al PIB, primero poniendo un mayor énfasis en el empleo, luego en el crecimiento redistributivo, y por último en la satisfacción de las necesidades básicas de las personas.
Estas ideas allanaron el camino para el enfoque del desarrollo humano, que busca el aumento de la riqueza de la vida humana en lugar de la riqueza de la economía en la que los seres humanos viven. Se trata de un enfoque centrado en crear mejores oportunidades y posibilidades de elección para todas las personas. Veamos cómo confluyen estas ideas en el enfoque del desarrollo humano:
Los individuos: el enfoque del desarrollo humano se centra en mejorar la vida de las personas, en lugar de creer que el crecimiento económico llevará de forma automática a mejores oportunidades para todos. El crecimiento económico es un importante medio para el desarrollo, pero no un fin en sí mismo.
Las oportunidades: el desarrollo humano consiste en dar a las personas más libertad y más oportunidades para vivir una vida que valoren. En la práctica, esto significa desarrollar las capacidades de las personas, y darles la oportunidad de poder usarlas. Por ejemplo, educar a una niña le proporcionará habilidades, pero de poco le servirán si no tiene acceso al empleo en el futuro, o si dichas habilidades no son las requeridas en el mercado laboral local. En el siguiente diagrama se muestran los aspectos del desarrollo humano que son esenciales (es decir, que son una parte fundamental del desarrollo humano), y aspectos que son más contextuales (es decir, que ayudan a crear las condiciones para que las personas prosperen). Tres aspectos esenciales del desarrollo humano son vivir una vida sana y creativa, adquirir conocimientos y tener acceso a los recursos que proporcionan un nivel de vida digno. Hay muchos más aspectos importantes, sobre todo los que crean las condiciones necesarias para el desarrollo humano, como son la sostenibilidad medioambiental y la igualdad entre hombres y mujeres.
Dimensiones del desarrollo humano
Para agrandar, hacer clic en la imagen

Los elementos básicos del desarrollo humano, una vez conseguidos, ofrecen oportunidades para progresar en otros aspectos de la vida.
Las posibilidades de elección: el desarrollo humano consiste, fundamentalmente, en tener más posibilidades de elección. Se trata de ofrecer oportunidades a las personas sin insistir en que las aprovechen. Nadie puede garantizar la felicidad humana y las elecciones que hacen las personas son sus propias decisiones. El proceso de desarrollo (desarrollo humano) debería proporcionar al menos un ambiente en el que las personas, individual y colectivamente, desarrollen plenamente sus potencialidades y tengan una oportunidad razonable de vivir unas vidas productivas y creativas que les satisfagan.
El enfoque del desarrollo humano, desarrollado por el economista Mahbub Ul Haq, se apoya en el trabajo de Amartya Sen sobre las capacidades humanas, a menudo formulado en términos de si las personas cuentan con las opciones de“ser” y “hacer” aquello que desean en su vida[i]. Veamos algunos ejemplos:
Ser: contar con una buena alimentación, protección, salud.
Hacer: trabajo, educación, voto, participación en la vida en comunidad.
La libertad de elección es central: alguien que elige pasar hambre (durante un ayuno religioso, por ejemplo) es muy diferente del que está hambriento porque no puede comprar comida.
En un momento en el que la comunidad internacional está intentando definir una nueva agenda de desarrollo que entrará en vigor después de 2015, el enfoque del desarrollo humano sigue siendo útil para articular los objetivos de desarrollo y mejorar el bienestar de las personas asegurando un planeta equitativo, sostenible y estable.


[i] El profesor Sen recibió el Premio Nobel de Economía en 1998 por su trabajo sobre la economía del bienestar.
[i]Kennedy, Robert. (1968). Conferencia en la Universidad de Kansas, Lawrence, Kansas, el 18 de marzo de 1968
[ii]Simon Kuznets, creador del PIB, se opuso expresamente a que se lo usara para medir el bienestar. Kuznets, Simon. National Income, 1929–1932. Congreso de EE.UU. Doc. del Senado nº. 124–73, en 7 (1934).

Este blog ha sido originalmente publicado en la web de la Oficina del Informe sobre Desarrollo Humano (HDRO, por sus siglas en inglés). HDRO y la Revista Humanum colaboran habitualmente en la difusión de contenidos sobre desarrollo humano en español.
Traducción a cargo de Fernando Collado, voluntario en línea de la ONU.