viernes, 25 de julio de 2014

El humor como expresión de salud psíquica y espiritual

Leonardo Boff



Todos los seres vivos superiores poseen un acentuado sentido lúdico. Basta observa a los gatos y los perros de nuestras casas. Pero el humor es propio sólo de los seres humanos. El humor nunca fue considerado un tema «serio» por la reflexión teológica, aunque es sabido que se encuentra presente en todas las personas santas y místicas, que son los únicos cristianos verdaderamente serios. En la filosofía y en el psicoanálisis tuvo mejor suerte.
Humor no es sinónimo de chiste, pues puede haber chiste sin humor y humor sin chiste. El chiste es irrepetible; repetido, pierde su gracia. La historieta llena de humor conserva siempre su gracia y nos gusta oírla muchas veces.
El humor sólo puede ser entendido a partir de la profundidad del ser humano. Su característica es ser un proyecto infinito, portador de inagotables deseos, utopías, sueños y fantasías. Tal dato existencial hace que haya siempre un desajuste entre el deseo y la realidad, entre lo soñado y su concretización. Ninguna institución, religión, Estado ni ley consiguen encuadrar totalmente al ser humano, aunque para encuadrarlo exista justamente cierto tipo de orden. Pero él desborda estas determinaciones. De ahí la importancia de la violación de lo prohibido para la vivencia de la libertad y para que surjan cosas nuevas. Y esto en el arte, en la literatura y también en la religión.
Cuando nos damos cuenta de esta diferencia entre la ley y la realidad ―véase por ejemplo, la esdrújula moral católica sobre la prohibición de usar el condón en estos tiempos en que abunda el sida― surge el sentido del humor. Dan ganas de reír, pues tiene todo tan poco buen sentido y es tanto hablar en pleno desierto, ya que nadie escucha ni observa, que sólo puede provocarnos humor. Esas personas viven en la luna, no en la Tierra.
En el humor se vive el sentimiento de alivio del peso de las limitaciones y del placer de verlas relativas y sin la importancia que ellas mismas se dan. Por un momento, la persona se siente libre de los superegos castradores, de las imposiciones que nos exige la situación y realiza una experiencia de libertad, como una forma de plasmar su tiempo, dar sentido a lo que está haciendo y construir algo nuevo. Detrás del humor existe la creatividad, propia del ser humano. Por más limitaciones naturales y sociales que haya, siempre hay espacio para crear algo nuevo. Si no fuese así, no habría genios en la ciencia, en el arte y en el pensamiento. Inicialmente son tenidos por «locos», excéntricos, anormales. Mucho tiempo después, una nueva mirada descubre la genialidad de un van Gogh, la creatividad fantástica de Bach, casi desapercibidas en su tiempo. Se dice de Jesús que los suyos vinieron a llevárselo, pues decían “está loco” (Mc 3,21). De San Francisco se dijo lo mismo: es un «pazzus», un loco, cosa que él aceptaba como expresión de la voluntad de Dios. Y era un santo lleno de humor y alegría hasta el punto de llamarlo «el fraile siempre alegre».
En palabras más pedestres: el humor es señal de que nos es imposible definir al ser humano dentro de un cuadro establecido. En su ser más profundo y verdadero es un creador y un ser libre.
Por eso puede sonreír y mirar con humor los sistemas que lo quieren aprisionar en categorías establecidas. Y el ridículo que constatamos en señores serios (por ejemplo, profesores, jueces, directores de escuela y hasta monseñores) que quieren, solemnemente y con aires de una autoridad superior cuasi divina, hacer a los otros ciegos y sumisos, o que obedezcan cual ovejas a sus órdenes. Eso también causa humor.
Estaba en lo cierto aquel filósofo (Th. Lersch, Philosophie des Humors, Múnich 1953, 26) que escribió: «La esencia secreta del humor reside en la fuerza de la actitud religiosa, pues el humor ve las cosas humanas y divinas en su insuficiencia delante de Dios». Desde la seriedad de Dios, el ser humano sonríe de las seriedades humanas con pretensión de ser absolutamente verdaderas y serias. Son nada delante de Dios. Y existe también toda una tradición teológica que nos viene de los Padres de la Iglesia Ortodoxa que hablan del Deus Ludens (Dios lúdico), pues creó el mundo como un juego para su propio entretenimiento. Y lo hizo sabiamente, uniendo humor con seriedad.
Quien vive centrado en Dios tiene motivos para cultivar el humor. Relativiza las seriedades terrenas, hasta los propios defectos y es un ser libre de preocupaciones. Santo Thomas Moro, condenado a la guillotina, cultivó el humor hasta el final: pedía a los verdugos que le cortasen el cuello pero que no le tocasen la larga barba blanca. San Lorenzo sonría con humor a los verdugos que lo asaban en la parrilla y los invitaba a darle la vuelta porque un lado ya estaba bien cocido, o san Ignacio de Antioquia, anciano obispo de la primera Iglesia, que suplicaba a los leones que viniesen a devorarlo para pasar más rápidamente a la felicidad eterna.
Conservar esta serenidad, vivir en estado de humor y comprenderlo a partir de las insuficiencias humanas es una gracia que todos debemos buscar y pedir a Dios.      

sábado, 12 de julio de 2014

Espiritualidad y religión: caminos de encuentros y desencuentros

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Durante mucho tiempo, en esquemas de pensamiento y sociedades antiguas lo espiritual, iba necesariamente ligado a lo religioso. Aún hoy día, y por ello, se hace imprescindible deslindar conceptos para alcanzar un correcto entendimiento. La Espiritualidad ha sido planteada históricamente como lo opuesto al cuerpo, la carne y la materia. Las heridas causadas por estos viejos dualismos, cuerpo- espíritu, carne- espíritu, materia-espíritu, están aún sin cicatrizar en la mentalidad tradicional. Tanto más espiritual se es cuánto menos contacto se tiene con lo material, la espiritualidad religiosa ha hecho gala de esta anticorporalidad. Hoy esto está cambiando, de este modo podemos definir Espiritualidad como: “Esa dimensión profunda del ser humano, que en medio de su corporalidad trasciende lo superficial y constituye la esencia de la vida humana con sus sentidos y sus pasiones “.  Actualmente, el monopolio religioso de la espiritualidad ya no es defendido ni por la propia teología, el concepto actual de espiritualidad la aleja cada vez más de la religión, puesto que ésta puede llegar también a ser vivida sin espiritualidad. Desde una perspectiva antropológica y cultural, podríamos decir que la religión es más bien una forma concreta, en la que la espiritualidad de siempre del ser humano, fue revestida a lo largo de una parte de nuestra historia.  En concreto con la revolución agraria, el hombre cambia su forma de vida, se sedentariza, aparecen entonces las primeras formas sociales y surge la religión, que asume una función programadora central, en el control de la sociedad y por tanto en la socialización del ser humano. Esta viene a constituirse en el software de la programación de los miembros de la sociedad. La religión afianza la identidad, la conciencia de pertenencia al grupo; con sus relatos organiza los conceptos del bien y del mal, para prevenir un posible caos ético. Y, sobre todo, la integración de la idea de autoridad y obediencia, como resortes de poder, imprescindibles para manejar y hacer viable este tipo de sociedad según los ámbitos y definimos, que la Espiritualidad es mucho más amplia que la religión y no es un subproducto de ella, ni una cualidad que la religión produce en sus adeptos. Muy al contrario, la religión es la que se puede considerar como una forma de muchas, en la que puede ser expresada esa realidad profunda que constituye la espiritualidad. Realidad que se da en todo ser humano antes de que este se adhiera a cualquier tipo de religión. Podemos decir que en nuestra sociedad actual, no existe crisis espiritual, y sí existe en las religiones tradicionales. La grave crisis religiosa hunde sus raíces en un proceso que se ha prorrogado durante los últimos siglos, y este hecho ya no solo afecta a la institución, sino también a las personas que tratan de vivir la fe con la mejor voluntad, sintiendo que algo muy profundo no marcha. Los miembros se distancian de la ortodoxia, y su moral no es aceptada, la imposición de normas éticas está siendo sustituida. En su conjunto tanto la estructura como el ambiente se sitúan en una crisis sin precedentes. Mientras la Espiritualidad se expande, la religión observa como su espacio se estrecha de modo que se perfila esencialmente en el ámbito del culto y las agrupaciones específicas. Es interesante destacar que la situación religiosa no viene dada por una quiebra moral en la sociedad, ni al materialismo, es el resultado de la negativa al cambio social producido a lo largo de cientos de años, a una nueva etapa histórica, bien distinta a aquella antigua sociedad agraria. Se esta fraguando un gran cambio, en el que se intuye la superación de las aptitudes religiosas de antaño, y comienza una nueva religiosidad, como ya se atreven a declarar grandes teólogos, el paso a “una Espiritualidad sin religión “más allá de la formas. No se hunde el mundo, como algunos vaticinan, sino que cambia. Hay muchas cosas en la religiones que están muriendo, y si esto ocurre, nada grave habrá pasado. La Espiritualidad, libre ya de tutela y represión, podrá volar en una libertad plenamente creativa, que ya viven muchos de aquellos que marcharon, no por falta de espiritualidad, sino precisamente por lo contrario, por una insatisfacción insoportable y a causa del espíritu que se respiraba dentro de la institución. Se trata de la vuelta a las fuentes, que no es sino recolocar la Espiritualidad en su lugar natural, la profundidad existencial de la persona. La Espiritualidad no es una dimensión religiosa, sino que forma parte de la plena realización del ser humano. No inhabilita al cuerpo, sino que le da fuerza, vida, sentido, y pasión, se trata de la realización plena del ser humano, su apertura a la naturaleza, a la sociedad, y a la contemplación.
Es tiempo de apertura, de darse cuenta de que el ser humano está dando un nuevo paso evolutivo, y este viene de la mano de esta Nueva Espiritualidad. También la ciencia moderna, muy concretamente la física cuántica, ha puesto sobre la mesa la posibilidad de un nuevo acceso a la espiritualidad desde la ciencia misma, y no es el mundo religioso el que lidera este paso, sino el científico, la microbiología del cerebro ha dado un salto revolucionario. Al igual que Coleman hace años lanzaba la propuesta de la inteligencia emocional, cuando solo se mencionaba el mero coeficiente intelectual como forma de valorar nuestra inteligencia, ahora encontramos científicos como Danha Zohar que lanzan el concepto de Inteligencia Espiritual, una dimensión psicológica y biológica con base cerebral, que evidencia la capacidad del ser humano para las vivencias y experiencias de sentido espiritual, y que tiene su localización cerebral en lo que se ha dado en llamar el Punto Dios. La Espiritualidad deja de ser un misterio sobrenatural, mostrándose incluso neurobiologicamente, como una capacidad concreta del ser humano, que si no es llevada a su realización redunda inevitablemente en un desarrollo incompleto del mismo. Son muchos los teólogos que observan y sugieren: ¿Será que algo tiene que morir para que nazca algo realmente nuevo?  La espiritualidad nada tiene que ver con la doctrina, con dogmas, ortodoxias, celebraciones y ritos, si bien estos pueden ayudar en algún momento. La espiritualidad es vivencia y es experiencia.  Así es que podríamos decir que la religión es excelente si logra llevarnos una y otra vez al camino espiritual, se convierte en un medio funcional y práctico, no manipula sentimientos, ni aterroriza, ni carga conciencias, ni atrapa adeptos, sino que solo es un cauce y nada más. Esto no es fácil, pero si es posible. Tal vez debiéramos probar la religión en la que vivimos, atrevernos a permanecer desnudos, sin ella durante algún tiempo, a ver qué pasa. Dejando de oír a los demás y prestando nuestra atención a lo que percibimos en nosotros mismos, dejar de oír letanías, sermones, discursos, frases hechas y usadas una y otra vez.  La espiritualidad sobrevive solo si hay gratitud, compasión y honradez, desarrollando nuestra capacidad de contemplación, de escucha atenta, de valores y de respeto.  La vida es una ocasión para crecer, para aceptar nuestros cansancios, nuestras limitaciones, nuestro envejecimiento, nuestra mortalidad.  Carl Jung decía: “Entre todos los pacientes de más de 35 años, no ha habido uno solo cuyo problema más profundo no tuviera que ver con su aptitud religiosa, en última instancia todos padecían por el hecho de haber perdido, lo que una religión viva ha dado siempre en todos los tiempos a sus seguidores. Y ninguno se ha curado realmente, sin recobrar la aptitud religiosa que le era propia. Esto es claro y no depende en absoluto de la adhesión a un credo determinado, ni de la pertenencia a tal o cual iglesia, sino de la necesidad de integrar la dimensión espiritual “. Se nos enseña a analizar la vida desde el punto de vista sociológico, jurídico, económico, tal vez hasta psicológico, pero es absolutamente necesario hacerlo desde el punto de vista espiritual. Muchas de nuestras angustias, dolencias y hasta enfermedades son causa directa de una espiritualidad no desarrollada, manipulada, reprimida y deformada. Además la espiritualidad se hace más bella aún, porque tiene mucho que ver con la piel y con la emoción del corazón. La espiritualidad verdadera asume todo lo que es radicalmente humano. El caminante, Jesús, asumió todo lo humano trabajo, llanto, tristeza, amor humano, ira, cercanía, entrega, compasión, ternura, amor Divino. Su frase: “Así en la tierra como en el cielo” nos muestra que todo forma parte de nosotros, ser humanos sin hipocresías, con luces y sombras, y nos muestra un mejor camino, que al final se convierte en el Único Camino, el del Amor. Porque el Amor nunca deja de ser y nos lleva a la Integración Absoluta y final, a esa Gran Casa a la que todos pertenecemos, aunque la denominemos de forma diferente. Si reservamos en nosotros espacio para lo espiritual, la transformación está servida, la llama interior no se apagará, habrá luz y calor que alcanzará de continuo a quienes nos rodean. Y entenderemos las inmensas razones que tenemos para vivir esta aventura humana. La integración debe ser alcanzada ya, no solo desde una visión trascendente sino desde esta casa común que habitamos hoy. La verdadera religión es la que nos lleva a cumplir, a vivenciar aquellas hermosas palabras de Jesús: “Benditos heredad el Reino. Porqué tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme y ellos respondieron: ¿maestro cuándo hicimos esto? Y el maestro dijo: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” La religión verdadera nos lleva a una vida activa, de unidad y de crecimiento, de compartir con el otro, ese prójimo que tantas veces oímos.
El Dalai Lama contestaba en una ocasión: “El objetivo de la práctica espiritual es transformar y perfeccionar el estado general del corazón y de la mente; para de este modo hacernos mejores personas”. Tengamos claro el hecho esencial del ser humano y la religión con la frase: El manto debe ser cortado para ajustarse a la persona, y no la persona cortada para ajustarse al manto. Jesús vivió en una sociedad en la que la religión no dudaba en ejercer esta violencia, fue este mismo hecho el que llevó al maestro a la muerte.  Jesús cortado porque no se ajustaba al manto. Así decía: “Fariseos hipócritas que cerráis el reino de los cielos delante de los hombres, pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando” La falsa religión, la que encadena al hombre, coloca una dura carga sobre su conciencia y hace de su vida un ritual, no dejando crecer el hermoso ser interior que somos. Solo el despertar cuando llega a la vida, es capaz de sacarnos de esta esclavitud, permanece atento a las señales del camino, todos tenemos ocasiones para la libertad.

viernes, 11 de julio de 2014

Algunos recuerdos de Karl Barth

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Cuando me presenté a Barth en 1961, y le dije que era de Costa Rica, Centroamérica, me dijo, “Ah, revoluciones, ¿verdad?”. Le expliqué que en Costa Rica hemos tenido un gobierno estable, a lo que respondió, “Ah, volcanes y terremotos entonces, ¿verdad?”. Le interesaban todos los países y estaba muy bien informado. Era muy enemigo del régimen de Francisco Franco.
Mis recuerdos son mayormente del coloquio inglés de Barth donde dialogaba con los estudiantes extranjeros (unos cien; tenia coloquios también en alemán y francés). Una vez un alumno comenzó su pregunta con, “¿Usted, como el teólogo más grande del siglo XX, qué piensa de …?”. Barth le respondio, “No hay teólogos grandes. Al pie de la cruz, todos somos párvulos” (en parte estaba citando a un autor de otro tiempo
Barth tenía un maravilloso sentido de humor. En un coloquio donde conversábamos sobre la creación, un profesor norteamericano (según recuerdo) hizo una pregunta algo larga sobre los dinosaurios. Barth respondió que no tenían nada que ver con el tema bíblico y la teología de la creación. El norteamericano cuestionó la respuesta de Barth, como manera errada de relacionar ciencia y fe, y más adelante en el debate, volvió a insistir en el tema de los dinosaurios. Evidentemente molesto, Barth exclamó, “¿Qué están haciendo todos estos dinosaurios en nuestra aula de teología? Me los saquen ya; llévenlos al zoológico donde deben estar”.
Me tocó dirigir el coloquio y escogió un pasaje de la Dogmática que juntaban dos problemas importantes, la predestinación y el juicio final. Hice un esfuerzo tremendo y Barth elogió el trabajo, aun dijo que no tenía respuestas para todos mis argumentos, pero me dijo que tenía una pregunta para comenzar. Me había basado fuertemente en San Juan 5:28-29, que los muertos saldrán de sus sepulcros a resurrección de vida o de condenación, pero no me había fijado bien en todo el texto, que dice “los que hicieron lo bueno” y “los que hicieron lo malo”. Barth me preguntó con simpática malicia, “Dígame, señor Stam, ¿Usted ha hecho lo bueno?”. ¡Me agarró fuera de base! Si digo que no, cae mi argumento o pierdo la salvación; si digo que sí, soy un fariseo soberbio y la salvación sería por obras. “Yo no”, le contesté, “pero Cristo por mí”. “Y sólo por usted”, “No, por todos los que han puesto su fe en él”.  “Entonces”, replicó él, “¿no sería salvación por las obras?”
Al final de la sesión, se acercó un alumno y le dijo “Ay, profesor, qué complicado esto, me duele la cabeza”. Estuve sentado al lado de Barth, vi que señaló al estudiante con su dedo y le dijo, “Usted ha quitado sus ojos de Cristo. Cuando fijamos la mirada en él, toda la teología es gozo porque es reflexión sobre la gracia de Dios”.  ¡Seguramente ese colega se lamentó de haber hecho ese comentario!
Una mañana estuve en la casa de Barth, y ese día Cullmann, desde el Concilio Vaticano en Roma, en vez de analizar el proceso conciliar envió a la prensa un fuerte ataque contra Bultmann. Le pregunté a Barth qué le parecía ese artículo y respondió: “Yo también discrepo con Bultmann y he escrito contra su teología, pero Cullmann siempre tiene a Bultmann frente a sus ojos. Yo prefiero ver a Bultmann por un espejo retrovisor, y fijar mi mirada en Cristo”.
Barth tenía una humildad muy propia de su condición. Cuando él disputaba con Agustín, Aquino, Lutero o Calvino, uno sentía que estaba presenciando un diálogo entre iguales. Pero a la vez no tenía pena en decir que no sabía algo o en pedir información. Más de una vez, preguntaba a los estudiantes alemanes, “¿Qué dice von Rad de eso?”, etc. Recuerdo otra ocasión cuando estábamos enfrascados en un pasaje complicado, y Barth preguntó, “¿Cómo tradujo Bromiley eso al inglés?” Es mucha humildad que un autor famoso tenga en cuenta a su traductor como criterio de interpretación de su propio escrito.
Recuerdo con gratitud otra bella experiencia con Barth. En febrero de 1964 me tocaban los exámenes orales del doctorado con  Reicke, Barth y Cullmann. A una serie de estudiantes estadounidenses les había ido mal y había mucho pánico.  Unos días antes  de la fecha de mis exámenes Barth me dijo, “Herr Stam, yo no voy a hacerte una cantidad de preguntas. para encontrar lo que tu no sabes; te voy a poner un tema y dejarte hablar, para que puedas mostrar lo que sí sabes”.  Eso me dio mucha tranquilidad y confianza y me fue superbien la experiencia.
Cuando regresé a nuestro Seminario en Costa Rica y me pidieron una charla sobre Barth, resumí mi impresión de su persona con tres palabras latinas: humanitas, humilitas, e hilaritas. Eso fue Karl Barth.
La personalidad de Barth era tan rica y creativa que se ha convertido en leyenda y sujeto de innumerables anécdotas apócrifas. Las historias, incluso éstas, crecen al ir contándose. Pero lo que cuento ahora son recuerdos que creo que son fieles. Sobre todo, son fieles a la personalidad del maestro.
(ver comentarios sobre Cullmann para más en cuanto a Barth)
[Barth: el ser humano en es único animal que se ríe, y que fuma]

jueves, 10 de julio de 2014

Israel o Palestina ¿Por quién oramos?

 
 
 
 
 
 
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Es muy frecuente, por muchas razones históricas, escuchar a cristianos evangélicos proferir frases y oraciones en favor de Israel cuando éste entra en conflicto con otras naciones. El tema es complejo, sin embargo quisiera exponer dos textos que se utilizan para respaldar esta tendencia.
1. Génesis 12:3 en la que Dios afirma que bendecirá a quienes bendigan a Abraham y que maldecirá a quienes lo maldigan. Debemos entender varias cosas de este texto. Lo primero es que Abram no fué judío ni fundó Israel. Su religión provenía de Ur de los Caldeos y su fe en Dios le fue tomada por justificación. Este texto nos habla de que Dios bendecirá a quienes bendigan a la persona de Abraham, no a un país o tierra. Por último, de Abraham surgen dos naciones benditas. Tanto Ismael como Isaac reciben la promesa del pacto. Ismael la recibe primero (Gén. 17:25) y de él se dice que fundará una nación (Gén. 21:13-21). Tenemos entonces que tanto Ismael como Isaac son bendecidos y fundan una nación cada uno. Debemos decir, también, que Abraham es el padre de 3 religiones: Judaísmo, cristianismo e Islam. Estrictamente hablando el texto nos dice que será bendito quien bendiga a Abraham. En todo caso, si fuera una nación ¿A cuál de las dos se refiere el texto? ¿No dice que serán benditas todas las naciones por medio de Abraham? (Gén. 22:18).
2. Salmo 122:6 en el que se nos solicita que roguemos por la paz de Jerusalén. Una vez más Jerusalén no es una nación, es una ciudad. Esta ciudad ha albergado siempre a personas de diferentes razas y naciones. Actualmente es la ciudad de las tres religiones monoteístas de origen abrahámico. Si oramos por Jerusalén, debemos orar por todas las personas que viven en ella, sean estas cristianas, judías o musulmanas. No debemos olvidar que hay cristianos en todos los países de mayoría musulmana. En Palestina, por ejemplo, hay una creciente población cristiana. El Salmo entiende, y nos insta a entender, que la paz de Jerusalén es el detonante de la paz en todo Medio Oriente. Para que haya paz en Jerusalén, debemos orar para que exista justicia y equidad para todas las personas que habiten en ella. Estrictamente hablando, el salmo no nos instruye a orar por una nación, sino por las personas que habitan en una ciudad.
En este breve comentario no pretendo decir que Israel debe ser exterminado, tampoco quiero afirmar que no oremos por los habitantes de Israel. Lo que creo que nos enseña la Biblia es a orar por todas las naciones. En el conflicto entre Israel y Palestina, Dios quiere que oremos por ambas poblaciones.
Existe un texto que describe el corazón de Dios que se esmera por liberar a todas las naciones. Este texto nos muestra un Dios que liberó a otros pueblos en épocas muy cercanas a la liberación de los hebreos de Egipto. Amós 9:7:
Hijos de Israel, ¿no me sois vosotros como hijos de etíopes, dice Jehová? ¿No hice yo subir a Israel de la tierra de Egipto, y a los filisteos de Caftor, y de Kir a los arameos?
El texto equipara la liberación de los hebreos con la liberación de los Palestinos (philistim) y de otros pueblos. El corazón de Dios es dar libertad tanto a Palestina como a Israel. Dios quiere que tengamos compasión por la humanidad. En el conflicto entre Israel y Palestina, Dios nos muestra su corazón de amor por ambos pueblos. Nuestra lucha es por la justicia de las personas, nuestra oración debe ser por la paz para las personas, nuestro anhelo debe ser el anhelo de Dios: paz, justicia y dignidad para todas las personas.

martes, 8 de julio de 2014

Zygmunt Bauman: “Vivimos en dos mundos paralelos y diferentes: el online y el offline”

Hemos llegado a un punto en el que pasamos más tiempo frente a pantallas que frente a otras personas y eso tiene efectos perturbadores que no solemos percibir, dice este pensador.
Zygmunt Bauman Zygmunt Bauman: “Vivimos en dos mundos paralelos y diferentes: el online y el offline”
En un mismo tono de voz e igual grado de expresividad, Zygmunt Bauman, el sociólogo más influyente de las últimas décadas, hace chistes sobre su sordera y reflexiona sobre la doble vida -online y offline- que, según él, define nuestra modernidad. “Venga de este lado –y señala el audífono escondido en su oído izquierdo- así puedo escuchar algo de lo que usted me diga y conversamos”, dice en una terraza de Lignano Sabbiadoro, el refinado balneario de la costa friulana, cerca de Udine, hasta donde Bauman vino a recibir el Premio Hemingway en la categoría Aventura del Pensamiento. Acaba de guardarse la pipa en el bolsillo. Tiene todavía en la mano dos encendedores y el paquete de tabaco Clan Aromatic, un blend de catorce tabacos diferentes elaborado en Holanda.
¿Qué aspecto de la vida moderna le hace perder el sueño últimamente?
Bueno, trato de simplificar y de encontrar un denominador común en lo que pienso y en lo que digo porque vivimos en un mundo problemático y lo que subyace en común en todas las manifestaciones de los inconvenientes de estos tiempos es la fluidez, la liquidez actual que se refleja en nuestros sentimientos, en el conocimiento de nosotros mismos.
Bauman ya era un sociólogo prestigioso cuando lanzó su concepto líquido -esa idea de inconsistencia que para definir el mundo que nos rodea aplicó a la vida, al amor y a la modernidad- que le valió notoriedad mediática y popular: “Elegí llamar ‘modernidad líquida’ a la creciente convicción de que el cambio es lo único permanente y la incerteza la única certeza –dice él-. La vida moderna puede adquirir diversas formas, pero lo que las une a todas es precisamente esa fragilidad, esa temporalidad, la vulnerabilidad y la inclinación al cambio constante”.
¿Seguimos dominados por la incertidumbre?
La incertidumbre es nuestro estado mental que está regido por ideas como “no sé lo que va a suceder”, “no puedo planificar un futuro”. El segundo sentimiento es el de impotencia, porque aun cuando sepamos qué es lo que debemos hacer, no estamos seguros de que eso vaya a ser efectivo: “no tengo los recursos, los medios”, “no tengo el poder suficiente para encarar el desafío”. El tercer elemento, que es el más dañino psicológicamente, es el que afecta la autoestima. Uno se siente un perdedor: “no puedo mantenerme a flote, me hundo”, “son los demás los exitosos”. En este estado anímico de inestabilidad, maníaco, esquizofrénico, el hombre está desesperado buscando una solución mágica. Uno se vuelve agresivo, brutal en la relación con los demás. Usamos los avances tecnológicos que, teóricamente deberían ayudarnos a extender nuestras fronteras, en sentido contrario. Los utilizamos para volvernos herméticos, para cerrarnos en lo que llamo “echo chambers”,un espacio donde lo único que se escucha son ecos de nuestras voces, o para encerrarnos en un “hall de los espejos” donde sólo se refleja nuestra propia imagen y nada más.
¿Dónde lo pasamos mejor, online u offline?
Hoy vivimos simultáneamente en dos mundos paralelos y diferentes. Uno, creado por la tecnología online, nos permite transcurrir horas frente a una pantalla. Por otro lado tenemos una vida normal. La otra mitad del día consciente la pasamos en el mundo que, en oposición al mundo online, llamo offline. Según las últimas investigaciones estadísticas, en promedio, cada uno de nosotros pasa siete horas y media delante de la pantalla. Y, paradojalmente, el peligro que yace allí es la propensión de la mayor parte de los internautas a hacer del mundo online una zona ausente de conflictos. Cuando uno camina por la calle en Buenos Aires, en Río de Janeiro, en Venecia o en Roma, no se puede evitar encontrarse con la diversidad de las personas. Uno debe negociar la cohabitación con esa gente de distinto color de piel, de diferentes religiones, diferentes idiomas. No se puede evitar. Pero sí se puede esquivar en Internet. Ahí hay una solución mágica a nuestros problemas. Uno oprime el botón “borrar” y las sensaciones desagradables desaparecen. Estamos en proceso de liquidez ayudada por el desarrollo de esta tecnología. Estamos olvidando lentamente, o nunca lo hemos aprendido, el arte del diálogo. Entre los daños más analizados y teóricamente más nocivos de la vida online están la dispersión de la atención, el deterioro de la capacidad de escuchar y de la facultad de comprender, que llevan al empobrecimiento de la capacidad de dialogar, una forma de comunicación de vital importancia en el mundo offline.
Si nos sentimos cómodos conectados, ¿para qué nos haría falta recuperar el diálogo?
El futuro de nuestra cohabitación en la vida moderna se basa en el desarrollo del arte del diálogo. El diálogo implica una intención real de comprendernos mutuamente para vivir juntos en paz, aun gracias a nuestras diferencias y no a pesar de ellas. Hay que transformar esa coexistencia llena de problemas en cooperación, lo que se revelará en un enriquecimiento mutuo. Yo puedo aprovechar su experiencia inaccesible para mí y usted puede tomar algún aspecto de mi conocimiento que le sea útil. En un mundo de diáspora, globalizado, el arte del diálogo es crucial. La diasporización es un hecho. Estoy seguro de que Buenos Aires es una colección de diversas diásporas. En Londres hay 70 diásporas diversas: étnicas, ideológicas, religiosas, que viven una al lado de la otra. Transformar esta coexistencia en cooperación es el desafío más importante de nuestro tiempo. Diálogo significa exponer las propias ideas aun asumiendo el riesgo de que en el transcurso de la conversación se compruebe que uno estaba equivocado y que el otro tenía razón. El mejor ejemplo lo ha dado su Papa, el Papa argentino: apenas asumió, Francisco concedió su primera entrevista a Eugenio Scalfari, decano de los periodistas italianos y ateo confeso, y a un diario anticlerical como esLa Repubblica.
¿La vida online es un refugio o un consuelo a esa falta de diálogo?
Hallamos un sustituto a nuestra sociabilidad en Internet y eso hace más fácil no resolver los problemas de la diversidad. Es un modo infantil de esquivar vivir en la diversidad. Hay otra fuerza que actúa en contra y es el cambio de situación en la regulación del mercado del trabajo. Los antiguos lugares de trabajo eran ámbitos que propiciaban la solidaridad entre las personas. Eran estables. Eso cambió hoy con los contratos breves y precarios. Las condiciones inestables, fluctuantes y sin perspectivas de carrera no favorecen la solidaridad sino la competencia. Estos dos factores no incentivan a la gente para el diálogo. Soy una persona ya mayor y creo que me voy a morir sin ver este problema resuelto.
Surgen en distintos lugares del mundo, sin embargo, procesos de autoorganización social desde abajo. Vecinos que se autogestionan para resolver problemas como la inseguridad o para recuperar la sociabilidad perdida. ¿Es una alternativa o un paliativo?
Lo que usted señala es muy importante. Es crucial para la actual situación porque todas las instituciones de acción colectiva que heredamos de nuestros ancestros, aquellos que desarrollaron las bases de la democracia moderna como el poder tripartito, el parlamento en las democracias representativas, las elecciones, la Corte Suprema, ya no funcionan adecuadamente. Todas estas instituciones tenían una única y misma idea en mente: establecer las reglas de la soberanía territorial. Pero vivimos en condiciones de globalización, lo que significa que nadie es territorialmente independiente. Ningún gobierno hoy puede decir que tiene pleno control de la situación porque se vive en un mundo globalizado donde los mercados, las finanzas, el poder, todo está globalizado. Entonces, aquellas instituciones que una vez fueron efectivas en establecer la independencia territorial para un mejor desarrollo del Estado moderno, hoy son inservibles para afrontar el tema de la interdependencia a la que nos enfrenta la globalización.
¿Los gobiernos son ciegos o necios al punto de no admitir la globalización?
Proponen soluciones locales a problemas globales. No se puede pensar con esta lógica. Es preciso desarrollar soluciones que renieguen de las fronteras territoriales del mismo modo que lo han hecho los bancos, los mercados, el capital de inversiones, el conocimiento, el terrorismo, el mercado de armas, el narcotráfico.
¿Y eso daría origen a las nuevas formas de autoorganización?
Surgen proyectos interesantes como Slow Food o Médicos Sin Fronteras. Jeremy Rifkin (economista y teórico social estadounidense) escribió un libro que se publicó el año pasado - The Zero Marginal Cost Society. The Internet of Things, The Collaborative Commons, and the Eclipse of Capitalism (El costo social cero. La Internet de las cosas, los bienes comunes colaborativos y el eclipse del capitalismo)- donde señala que una nueva realidad está emergiendo aún inadvertida por la opinión pública. Los mercados competitivos están siendo reemplazados por lo que él denomina “collaborative commons” , el bien común colaborativo, donde la gente no busca la ganancia personal sino la cooperación, reunir fuerzas y compartir. Compartir conocimiento, recursos. Compartir felicidad, compartir welfare .
¿Usted está de acuerdo?
No sabría decir si Rifkin tiene razón o no. El dice que la tecnología resolverá el problema, que lo hará por nosotros. Para mí eso es una reedición del determinismo tecnológico que no me gusta. Me resulta improbable sugerir que la cuestión esté resuelta y que el éxito de la transformación en curso esté preestablecido. Un hacha se puede usar para cortar leña o para partirle la cabeza a alguien: mientras la tecnología determina la serie de opciones abiertas a los seres humanos, no determina cuál de estas opciones al final será elegida o descartada. Qué puede hacer el hombre es tal vez una pregunta que puede dirigirse a la tecnología. Pero qué hará el hombre debe preguntarse a la política, a la sociología, a la psicología. La gente está buscando alternativas a las instituciones que no están funcionando. Hacen lo que nadie hará por ellos. Eso es innegable.
Artículo de Marina Artusa en Clarín

jueves, 3 de julio de 2014

PSICOLOGIA › LAS ENSEÑANZAS DE GILLES DELEUZE

“Pensar es resistir”

“Para Deleuze, el pensamiento es un conjunto de fuerzas que se resiste a la muerte. Si pensar es resistir, filosofía, política, crítica y clínica son un mismo movimiento. Lo esencial del pensar no está en el pensamiento sino afuera, en lo que fuerza a pensar.”
 Por Osvaldo Saidon

Más de diez años después de la muerte; 30 años desde que comenzamos a ser infiltrados, habitados por esa potencia que anunciaba el pensamiento de Deleuze. Más de diez años ya sin Deleuze publicando, dictando clases, respondiendo, comentando, y la potencia continúa. Diez años esperando que esta época seca que nos anunciaba poco antes de su muerte empiece a terminar. Diez años apostando a que la consistencia de lo minoritario se afiance. El foro mundial, Seattle, Génova, las luchas antiinstitucionales, los más diversos enfrentamientos a la hegemonía del Imperio en estos diez años, todos estos movimientos están atravesados, infiltrados por la filosofía de Deleuze, por su modo de intervenir, por todos esos devenires que ya hace más de treinta años venía anunciando.

Para Deleuze el pensamiento es el conjunto de fuerzas que se resiste a la muerte, ése es su vitalismo. Pensar es resistir, y entonces filosofía, política, crítica y clínica son un mismo movimiento. Es un funcionamiento donde lo esencial del pensar no está en el pensamiento sino afuera, en lo que fuerza a pensar. Es la vida tratada como campo abierto de los encuentros y la inevitable necesidad de pensarla que nos incitó a una clínica y a una política mas allá de todos los ismos, o las escuelas dominantes en las distintas coyunturas. Ernesto Hernández, colega colombiano traductor de innúmeros trabajos de Deleuze al español, dice: “Sentimos que se inaugura un nuevo género de relato en la filosofía, una nueva narratividad, pues con Deleuze la filosofía realiza la literatura, tanto como de Borges a Carroll la literatura realiza la filosofía”. Nosotros pensamos que esta filosofía nos habilita una clínica, que realiza una crítica, una narratividad que apunta hacia una vida artista, a una isla desierta, que se desprende de un territorio apoderado por una psicopatología puramente edipizante.

Justamente porque de fechas se trata, queremos referirnos al trabajo recientemente publicado de Deleuze, escrito en 1953, que se llama Causas y razones de las islas desiertas. Hace ya mas de 50 años, Deleuze anunciaba un estilo y una preocupación, la de expandir el desierto como geografía de la creación. Decía Deleuze: “Los hombres que llegan a la isla la ocupan realmente y la pueblan, pero en realidad si han llegado a estar lo suficientemente separados y a ser lo suficientemente creadores, no harán otra cosa más que otorgar a la isla una imagen dinámica de sí misma, una conciencia del movimiento que la produce, hasta el punto de que a través del hombre la isla tomara finalmente conciencia de sí misma como isla desierta y sin hombres”. Nos dice entonces que la isla, en la mitología y en la literatura, es un recomenzar. Y que se trata no de una creación sino de una recreación; basta con que todo comience; es preciso que se repita una vez acabado el ciclo de las combinaciones posibles. Ya están allí, en este texto de juventud y para ser recreados, conceptos como separación y origen, derivar y crear, corte y flujo, habitar y expandir el desierto.

¿Quiénes toman hoy el lugar de exigirnos el pensamiento, el de expandir el desierto? ¿Negri, Virilio, Prigogine Agamben? El había designado al número uno, el más veloz entre todos, el más militante, el más clínico. Murió antes del tiempo que necesitábamos todos para de una vez por todas rifar la prepotencia de lo simbólico, la frivolidad posmoderna, las recaídas estalinistas de los microgrupos llenos de certezas.

Y entonces, desde hace 30 años nuestra clínica ya no es más la misma, ni se parece siquiera a nosotros mismos. La habita un extraño, que no se confunde ni con un ideal del yo ni con un superyó, ni un pequeño ni grande otro. Es una extraña disconformidad con la academia, con la institución, con la transferencia. con la Iglesia, con la moral, con lo simbólico. Es el esquizo, es el psicótico, es el extraño, es el puto, es el judío, es el negro, es el niño, son todos esos extraños que comienzan a hablar, en un paradigma más estético que ético. Surge el escándalo ante las recaídas posmodernas de este pensamiento. Los representantes de la tradición académica critican las relaciones caóticas que propician estas nuevas voces; un recalentado humanismo intenta recordarnos la función social de las ciencias humanas. Hemos visto cómo detrás de estas propuestas se alimentan los intentos de recuperar los arcaísmos instituidos que ya no dan cuenta del acontecimiento que lo desborda por todos lados.

En la clínica concreta que hoy realizamos, vemos que el sufrimiento, la mortificación se nos presenta en formas que escapan a las tradicionales clasificaciones que emergen de las dos grandes categorías: las neurosis por un lado y las psicosis por el otro. Las “nuevas patologías” –pánico, adicciones, anorexia, bulimia– estaban de algún modo anunciadas en El antiedipo, donde Deleuze y Guattari nos convidaban a pensar el inconsciente y sus producciones a partir de la psicosis y no de la neurosis, como lo venía haciendo el psicoanálisis hasta ese momento. Mejor todavía, ya anunciaban un pensamiento entre un campo y otro: entre la neurosis y la psicosis, entre lo social y lo individual, entre Freud y Marx, entre el discurso de Lacan y el pensamiento del cuerpo de Melanie Klein. Todos estos “entre...” adquirían autonomía, inventaban nuevos sentidos pero no articulaban nada; inventaban un nuevo y extraño paisaje, un no lugar, un desierto.

Este extraño es el que habita a esos jóvenes que ante la llegada de lo intempestivo, de la velocidad, de la comunicación y la información en tiempo real, se derrumban en esas patologías de borde, sin consistencia, casi sin identidad; se automutilan, se accidentan, se suicidan, entran en la criminalidad con una frivolidad que nos deja aterrorizados. La clínica no puede quedarse en denunciar los cambios, en resentirse con la velocidad y lo intempestivo, en la añoranza de otras condiciones para el análisis. Debe generar contraefectuaciones frente a este desmantelamiento de las singularidades, esta homogenización de la banalidad, creando espacios para aprender a resistir inventando nuevos modos de subjetivación.

Nuestros dispositivos son burbujas de enlentecimiento (psicoanálisis y esquizoanálisis), espacios de experimentación de una multiplicidad productora de sentido (esquizodrama), construcción de grupúsculos instituyentes (análisis institucional), todos ligados a ese intento político clínico de recrear un pensamiento que expanda la alegría de la resistencia.

* Fragmento de un texto leído en el Coloquio de Homenaje a Gilles Deleuze, a los diez años de su muerte, en la Universidad Fluminense de Río de Janeiro.