jueves, 31 de octubre de 2013

Todos con Woody Allen


 Víctor Rey 
“En realidad prefiero la ciencia a la religión.  Si me dan a escoger entre Dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire.”  (Woody Allen)

La primera película que vi de Woody Allen fue allá por 1975  en el cine de la Universidad de Concepción. Inmediatamente me atrajo este multifacético director-actor que combinaba el humor, la reflexión psicológica, la religión, la relación de pareja, la crítica a la sociedad contemporánea, y la filosofía. Como enLa última noche de Boris Grushenko (1975), se suceden ciertos diálogos característicos del tipo: “Todos los hombres son mortales. Sócrates era mortal. Por tanto, todos los hombres son Sócrates. Lo que significa que todos los hombres son homosexuales”.
De esa época también se incluyen El dormilón (1973), Bananas (1971), censurada en varios países en su momento por su contenido político -Allen interpreta al líder revolucionario de una imaginaria república suramericana-, y Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo (y nunca se atrevió a preguntar) (1972), estrenada con retraso, por la censura de nuevo. Se pueden conocer también sus guiones e interpretaciones de sí mismo en películas como la muy premiada Annie Hall (1977), con cuatro oscares: al mejor guión original, mejor director, mejor película y mejor actriz principal (Diane Keaton); y Hanna y sus hermanas (1986), también galardonada con tres estatuillas de Hollywood: guión, actor secundario (Michael Caine) y actriz secundaria (Diane Wiest).
También cabe destacar sus películas consideradas de culto, Sombras y niebla (1992) e Interiores (1978), inspiradas en sus idolatrados cineastas europeos Fellini y Bergman. Además se destacan en el cineasta Allen con todas sus obsesiones y en su constante viaje entre la comedia y el drama, sus eternas dudas, risas e incertidumbres en Delitos y faltas (1989), con la culpa como gran protagonista, o Alice (1990), donde Mia Farrow es una excusa para tratar la personalidad femenina.
Zelig (1983) o La rosa púrpura de El Cairo (1985) son otros de los títulos  que nos acercan al multifacético y premiado Allen.
En España lo admiran tanto, que el Ayuntamiento de la ciudad  de Oviedo le ha construido una escultura en bronce, 15 centímetros más alta que él, realizada por el artista asturiano Santarúa. “Es como yo, ha captado mi angustia vital”, dijo, atónito, el cineasta cuando conoció su réplica en bronce. Su otro yo, al que todas las noches le roban las gafas, rememora los paseos del cineasta por la ciudad “deliciosa, exótica, bella y peatonalizada” que piropeó Allen, quien, con “su irónica sensibilidad”, dijo el jurado, “ha establecido un puente de unión entre las cinematografías americana y europea, en beneficio de ambas”.
Su vida ha estado permanentemente desenfocada. Se empeñó en ser artista y de culto, se le metió en la cabeza escribir historias raras y jugar con los tabúes de una manera un tanto malabar, cambiarse el nombre y elegir uno más en concordancia con su espíritu de clown que de rabino. Así fue como Allen Stewart Konigsberg pasó a ser Woody Allen, el icono que en lugar de calmarnos los males nos los evidencia, si no con un ataque de hipocondría histérico, desnudándonos las vergüenzas con retratos descarnados de la especie, con ese sistema milimétrico de trabajo que tiene, y que alterna magistralmente el drama y la tragedia con su don innato para la comedia.
Por ambos caminos, por el trágico y el cómico, Allen ha conseguido su sueño, aunque éste delate un aspecto más de su estado de traspié permanente: “Por fin soy un cineasta europeo”. Sus tres últimos títulos componen la etapa londinense. En Match point y en Cassandra’s dream ha desarrollado la tragedia de aroma shakesperiano, mientras que en Scoop, ha dado rienda suelta a su vena cómica para contar la historia de un periodista que hace un alto en el camino en su viaje al otro mundo y regatea con la muerte para dar una exclusiva, de la que se entera después de su entierro, a una joven colega que debe aprovecharla. En la refrescante Scoop, todo un catálogo satírico sobre los tics británicos más dignos de guasa, vuelve a aparecer Allen como actor -interpretando a un mago- junto a la bellísima Scarlett Johansson. La actriz, en pleno auge de su carrera, le ha cogido gusto al estilo Allen y repite con el director después de su arrebatadora aparición en Match point. Ambos se entienden bien. “Me apetecía hacer una comedia con Scarlett”, asegura el cineasta.
Antes de comenzar su etapa londinense, Allen hizo dos películas más con productores independientes en Estados Unidos. Una de ellas, Melinda y Melinda, fue una auténtica vuelta de tuerca en su carrera. La historia de dos mujeres idénticas, una de ellas muy feliz y otra tremendamente desgraciada, representaba un alucinante desnudo creativo arriesgado, un experimento del que está orgulloso y que presagiaba la obra maestra posterior, la genial Match Point; otra etapa, otro camino que además le saca de donde no había salido en décadas. “Melinda y Melinda lleva dentro lo que para mí es una batalla creativa constante entre la comedia y la tragedia”. Pero no es la única dicotomía que todavía no ha resuelto. Otra es su identidad. Quizá por eso, su fascinación va en aumento, porque a los 77 años sigue sin encontrar respuestas. “Le decía que he conseguido lo que soñé, ser un cineasta europeo. Pero yo me siento al tiempo muy norteamericano. Me gustan los Hermanos Marx, el béisbol y el baloncesto, y también el jazz”.
Esa contradicción, otro de sus aspectos desenfocados, le convierte en una especie de marciano universal que nos observa y nos retrata con una precisión de rayo extraterrestre, a la altura de otros genios que él admira y que persigue, como Fellini o Ingmar Bergman -en Scoop hay un homenaje a El séptimo sello nada más empezar, cuando un muerto quiere sobornar a la dama de la guadaña-, o como Luis Buñuel, que también fue genial en su exilio mexicano. “Les admiro porque su arte es universal. La gente es la gente, y puedes hacer Match Point en Nueva York, en Londres y en París. Al fin y al cabo, las personas de hoy no son tan diferentes; sobre todo en las grandes ciudades, que tienen teatros, restaurantes, museos, donde viven a toda velocidad, son cosmopolitas, sofisticadas, como en Barcelona. Por eso intento que mis historias cuadren en todas partes”.
No crean que los grandes honores, los merecidos reconocimientos, alteran mucho la forma de vida tranquila y alejada de los bullicios que lleva Woody Allen desde siempre en Manhattan, esa isla que él ha retratado como un pintor expresionista y un poeta, como un escritor y un psicoanalista con habilidades para las descripciones sutiles, convirtiendo su ciudad en un fetiche y en una especie de meca para sus admiradores. Le cuesta vivir sin los lugares a los que acude regularmente, sus templos favoritos: “El Madison Square Garden, donde voy a ver el baloncesto; Central Park, el West Village [donde Allen, de joven, se ganaba la vida como cómico en los bares], la avenida Madison”.
Sea como sea, en Nueva York y fuera de allí, él siempre se ha sentido borroso, como ese personaje suyo que interpretaba Robin Williams en Desmontando a Harry, un poco fuera de lugar y como de otra época, fantasmal. “Todo el mundo que conozco desea haber vivido en otro tiempo y ser otra cosa de la que realmente es. Yo ahora pienso que hubiera sido un gran novelista en otro siglo”, dice el artista, sin que ese hecho tampoco parezca que le preocupe mucho.
Su estilo no es de esta época tampoco.  El cine que hace, para que se comprenda bien la auténtica dimensión que lleva encima, hay que verlo más de una vez. “Entiendo eso, asumo que mis películas son muy densas. Tienen mucho diálogo, los personajes son auténticos neuróticos, las relaciones entre todos son muy complicadas”, afirma.  Es algo que ha tenido presente y que le ha marcado desde siempre o más, desde que pasó de sus hilarantes películas de gags y parodia, las de la primera época de Toma el Dinero y Corre, Bananas, El Dormilón o La Ultima Noche de Boris Grshenko, hasta la segunda etapa de su carrera, con Annie Hall y Manhattan, junto a esas películas de sombra oscura, como Interiores, Septiembre y Otra Mujer, y aquellas en las alcanza el climax de su estilo, como en Hannah y sus Hermanas o Maridos y Mujeres, para después renegar un poco de si mismo y buscar algo más en la mezcla de géneros, algo en lo que deslumbra y fascina con filmes como Balas Sobre Brodway; la tiernisima y desarmante Poderosa Afrodita, donde juega con el teatro griego, o la gamberra adaptación de su estilo al mundo del musical, en Todos dicen I love you.
Se acaba de estrenar su última palícula en Argentina y en solo cuatro días 150.000 espectadores vieron Blue Jasmine.  Este film se inscribe en la línea de volver a su venerado Ingmar Bergman.
Si en Interiores, la crisis de un matrimonio maduro pone en cuestión los valores de las tres hijas adultas, en Septiembre, a lo largo de un fin de semana en una casa de campo, el reencuentro de una madre avasallante con una hija apocada, desnudará un secreto guardado por años. La verdad tan temida se cuela por resquicios inesperados en La Otra Mujer.  Alguien escucha lo que no debe y comprueba que su delicado equilibrio se derrumba.  La protagonista de Blue Jasmine es ahora Cate Blanchett, una mujer de fortuna perteneciente a la clase alta neoyorkina, quien de pronto deberá enfrentar su bancarrota y el fracaso de su matrimonio.
En Crímenes y Pecados, Allen va más allá.  Se encarga de mostrarnos que en la vida real un asesinato puede quedar impune. Un célebre oftalmólogo, apremiado por su amante embarazada que amenaza con contarle todo a su esposa, contrata a un matón para que la despache.  Nadie lo descubre y el profesional sigue su vida como si tal cosa.  Antes, en diálogo con el personaje de Woody – un cineasta que pierde en todos los frentes- le ha subrayado que en la vida de todos los días, no llega la caballería para ordenar los tantos como en el cine.
Más de una vez, Allen ha apelado a la magía (Alice, Sombras y Niebla) para preservar a sus criaturas o a esa magía que es el cine, como En la Rosa Púrpura del Cairo. Más allá de sus travesusras habituales, cuando Woody Allen deja por un momento ese muñeco neurótico que le sale tan fácil y se sitúa detrás de la cámara para hablar en otro registro, lo que de veras muestra es el paraíso perdido y un entorno que no conoce la piedad.
Jasmine vuela de Nueva York a San Francisco y esas idas y venidas se narran también como un viaje en el tiempo. En el transcurso de ese itinerario la protaginista cambia y nadie mejor que Cate Blanchett para denotar esas inquietantes mutaciones. Es fácil asociar el cine de Allen con la comedia, pero en realidad, todo lo que expone en sus deliciosos divertimentos, es muy serio y va al fondo de la condición humana.  Cuando abandona la sonrisa, claro, se nota más.

sábado, 26 de octubre de 2013

 ENTREVISTA A WALTER RISO

El “apego”, una adicción de hoy

En diálogo con Clarín Mujer, el psicólogo describió las causas, los síntomas y los efectos de una conducta característica de la época: el apego patológico.
Sissi Ciosescu / Especial para Clarín MUJER
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Una de las principales causas de sufrimiento, en esta época, surge del apego a las personas o cosas. Vivimos en un mundo de “pegantes”, incapaces de aceptar que “nada es para siempre”. ¿Qué es el apego? Se lo preguntamos al psicólogo Walter Riso, en su última visita a Buenos Aires, con motivo de su libro “Desapegarse sin anestesia. Cómo soltarse de todo aquello que nos quita energía y bienestar” (Emecé).
“El apego es una vinculación mental y emocional, generalmente obsesiva, a objetos, ideas, personas o sentimientos, originada en la creencia de que ese vínculo proveerá, de manera única y permanente, placer, seguridad o autorrealización. Lejos de que así sea, somete a la esclavitud y a la pérdida de la identidad, en tanto uno se funde con el ‘pegante’ que lo domina”, dice Riso, quien cruza ideas del budismo zen con la terapéutica cognitiva. Y continúa: “Lo que define el apego no es tanto el deseo sino la incapacidad de renunciar a él, que no es otra cosa que renunciar al placer. Para los orientales, esto es una forma de adicción; para los occidentales, una manifestación de cariño por alguien, y reservamos la palabra adicción para las drogas o el alcohol. Ciertas dependencias conductuales no están vistas como patologías y resultan socialmente aceptables”.

Las pistas del apego
A las personas que amamos, a la aprobación social, a las posesiones materiales, a la moda, a la belleza, a las compras, a las ideas, a la virtud, a las emociones, a querer hacerlo todo bien, al trabajo, al pasado y la autoridad, a Internet o al dinero. No hace demasiado tiempo que aceptamos la ludopatía -como la adicción al juego- o hablamos de shoppingadicts o deworkaholics. La lista se escribe con adicciones clasificadas pero hay varias fuera de registro, como la dependencia a la moda, a la belleza o al poder.
¿Cómo advierto que estoy “pegoteada” a la belleza? Puedo mentirme diciendo que cuido mi imagen, argumentar que soy como un auto al que mando al taller todos los años. Chapa y pintura, tunearlo un poco y cambiarle los amortiguadores por allá. Pero si el quirófano es mi segundo hogar, el gimnasio mi lugar en el mundo y la peluquería mi paraíso terrenal, habría que reflexionar y mirarse en el espejo. ¿Y si no me doy cuenta? Según Riso, hay cuatro pistas claras:
1) Un deseo insaciable hacia algo o alguien.
2) La pérdida del autocontrol frente al estímulo (por eso el apego corrompe, porque nos lleva a negociar con nuestra dignidad).
3) Un malestar exagerado cuando no podemos estar con el objeto o sujeto del apego, una descomposición como la abstinencia que siente un drogadicto, aunque sin químicos.
4) La persistencia en la conducta, a sabiendas de que es inadecuada y finalmente nefasta.
El desapego es lo opuesto; una relación no obsesiva que se nota cuando uno está preparado para la pérdida. Si lo tengo bien y sino también. Es un vínculo sin miedo, sin posesión, sin identificación; donde se es emocionalmente independiente: “A uno no se le ocurre pensar que su vida no tiene sentido si no tiene ese objeto o sujeto vinculantes. ‘Te amo pero puedo seguir adelante sin ti. Me va a doler, pero sigo’. Todas las letras de los boleros son altamente peligrosas para la salud mental: ‘Sin ti, no podré vivir jamás’ o ‘Es un castigo que no estés conmigo’. Si creo que no puedo vivir sin otro, soy un esclavo y ya tengo un amo, decían los griegos. Por eso el apego es una patología de la libertad. Cuando estás desapegado, sos libre, no pertenecés, participás con el otro”, diferencia Riso.

Causas del apego
Según Riso, hay tres puertas de entrada al apego, y en esto coinciden tanto la investigación de línea dura como las corrientes espirituales:
1) El placer. Hay gente muy vulnerable al placer, más que hedonistas, son infantiles frente al placer. Tienen inmadurez emocional y baja tolerancia a la frustración. Es un infantilismo cognitvo que los lleva a hacer berrinches si no tienen su chupete.
2) El sentido de “impermanencia”. Vas por una calle y si ves un precipicio frenás porque sabés que te vas a caer: tenés incorporada la ley de la aceleración de la gravedad. Pero no nos ocurre lo mismo con la ley de la impermanencia, que es que las cosas pasan: este reloj va a ser chatarra dentro de 10 años; dentro de 100, todos los que estamos vivos vamos a estar muertos. Todo pasa y se transforma, nada es permanente. No saberlo es padecer lo que los budistas llaman la ignorancia básica. Si uno entendiera que las cosas son prestadas, que se acaban y son de paso, ni la muerte de un hijo te podría dañar… Pero busco señales y fuentes de seguridad compensatorias: ando con el salvavidas puesto todo el día para salvarme, en vez de aprender a nadar. Para compensar un déficit personal, busco a un hombre fuerte si soy débil y me apego a él, porque me da seguridad, siendo que la seguridad no existe.
3) La compulsión a crecer, a querer ser más; es la ambición desmedida. "No es que fijemos metas y al alcanzarlas las disfrutamos; es que queremos más: el auto, el yate… Ese crecimiento personal no es sostenido, en el sentido que parto de mis capacidades reales; quiero más y más. Y en Occidente la gente lo aplaude. Eres ambicioso, eres exitoso. Y eso se convierte en una fuente de apego”, dice Riso.

¿Cómo desapegarse?
En su libro, Riso propone varios ejercicios, pero el primer paso consiste en reconocer el apego y el segundo es querer el cambio y creer que cambiar te va a hacer pasar de un sufrimiento inútil a un sufrimiento útil.
“Para salir del sufrimiento hay que sufrir -continúa Riso-. El alejamiento es un duelo pero te va a hacer crecer y luego de seis meses puede lograrse. Durante el proceso hay una etapa de reflexión donde se distingue entre pasión armoniosa y pasión obsesiva: la diferencia es que con la obsesiva llegás a la meta con gastritis o insomnio porque, al llegar, lo que te interesa es el resultado. Con la armoniosa, vas apreciando el proceso, que es motivación intrínseca: la felicidad no está en la estación sino en la manera de viajar. Me despreocupo del resultado y disfruto el proceso.

Pero, ¿todos podemos “desapegaranos”?
“Sí, jamás atendí a un paciente que no pudiera desapegarse. Hay apegos culturales y, otros, genéticos: el apego a comer, dormir, estar vinculados a otros. Pero cualquier apego ‘normal’ se puede distorsionar: el apego a tomar agua puede volverse potomanía, o sea, eso de andar todo el día con la botellita bebiendo. Los vínculos ‘normales’ pueden transformarse en apegos. Cuando se llega a una situación límite, entonces aflora la valentía y el enfermo quiere curarse. Se advierte lo inútil y lo absurdo de ese apego. Otra técnica es fortalecerse: soy adicta al chocolate, compro uno, lo huelo y lo tiro. Me pruebo, compruebo mi resistencia. La frase mágica es ‘puedo vivir sin ti’. Cuando descubro eso, viene el cambio. Hay gente que necesita más o menos tiempo”, concluye Riso.

sábado, 19 de octubre de 2013

¿Espiritualidad o Religión?

 Jaume Triginé
Son muchas las personas que se describen de condición no religiosa, si bien se confiesan espirituales. Quizá sorprende tal tipo de declaración y se cuestiona la lógica de esta aseveración al no percibirse una diferencia semántica en ambos términos. ¿Es posible considerarse espiritual sin una práctica religiosa? A la luz de las evidencias y de los conocimientos antropológicos, psicológicos e incluso neurológicos; la respuesta es afirmativa.
El ser humano es espiritual. A sus dimensiones cognitivas y emocionales cabe añadir la dimensión espiritual. Es la singularidad humana. Solo el ser humano rebasa los límites de la psicología animal y se abre y orienta a la trascendencia. Solo el hombre va más allá del reduccionismo biológico por cuanto sus conductas no pueden ser explicadas, tan solo, en términos de respuesta instintiva a los estímulos del entorno.
Es la singularidad del ser humano la que ha permitido la emergencia del yo. La emergencia tiene que ver con la aparición de nuevas realidades a partir de los elementos simples que las componen. Las partículas elementales dan lugar a los átomos, los átomos a moléculas, las moléculas y macromoléculas a células. Las células a organismos pluricelulares. Del cerebro complejo surge el psiquismo del que emerge el yo consciente y su potencialidad de trascender su propia realidad y la del universo que le circunda. De los individuos emerge  la sociedad, el lenguaje y la cultura.
La aparición de la conciencia reflexiva es el resultado de cientos de miles de años de evolución. Con anterioridad, los seres vivos que deambulaban por nuestro planeta nacían, vivían y morían sin tener conciencia de sí mismos. No podían elaborar una explicación (mítica en sus inicios, científica después) de su posible origen, su razón de ser en el mundo o su destino más allá de los límites de la vida biológica hasta que se produce el gran salto del emerger de la conciencia.
En algún lugar o en varios lugares, como sugieren los numerosos fósiles que van siendo hallados en distintos lugares, surge la especie humana y, con ella, la autoconciencia, la finitud, la mortalidad, la ansiedad… y las facultades de orden superior que hacen del hombre un ser singular: el pensamiento reflexivo, la memoria, el lenguaje, el arte… También las manifestaciones de su capacidad de trascendencia: arte rupestre, tumbas…; instrumentos, herramientas, armas…; objetos de ornamentación… El hombre trasciende su materialidad o, en otros términos, de su organicidad surge la conciencia y su orientación trascendente o espiritual.
Hoy hablamos de inteligencia espiritual como una modalidad cognitiva más. El filósofo F. Torralba la describe de este modo: «cuando afirmamos que el ser humano es capaz de vida espiritual en virtud de su inteligencia espiritual, nos referimos a que tiene capacidad para un tipo de experiencias, de preguntas, de movimientos y de operaciones que solo se dan en él y que, lejos de apartarle de la realidad, del mundo, de la corporeidad y de la naturaleza, le permiten vivirla con más intensidad, con más penetración, ahondando en sus últimos niveles».
La espiritualidad es intrínseca al ser humano. Y por ello muchas personas no religiosas se consideran espirituales. Cosa distinta son las configuraciones de la trascendencia que se han concretizado históricamente y continúan concretizándose en diferentes formas religiosas y espiritualidades. Las religiones aparecen como formas culturales, en unos espacios y tiempos concretos, en las que se manifiesta y expresa la dimensión del espíritu. A su vez, las opciones religiosas quedan determinadas por los referentes culturales y la propia psicología de la persona.
Forma parte de la lógica que, en este momento postmoderno caracterizado por el retroceso de las instituciones religiosas tradicionales, la tendencia al individualismo, la atomización, el aislamiento…, surjan nuevas maneras de practicar la fe, nuevos grupos y subgrupos desvinculados de las iglesias históricas o creyentes sin pertenencia eclesial.
No es de extrañar que en un momento en el que la emoción y el sentimiento están marginando la razón, la reflexión, el análisis… aparezcan colectivos con un predominio de lo emocional. Los sociólogos de la religión nos describen muy bien estos fenómenos. En unas recientes declaraciones, Joan Estruch, catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona, se expresaba en estos términos: «La religión no se acaba, se transforma. Las instituciones religiosas, las iglesias entran en crisis, pierden peso; pero proliferan movimientos y corrientes religiosas que no transitan por los canales institucionales».
Las religiones, por sus anclajes en modelos sociales pretéritos y su incapacidad adaptativa a los presupuestos de la denominada sociedad de la información y del conocimiento, interesan cada vez menos. Ahora bien, el interés por la espiritualidad crece y se extiende. Así, se amplía en número de personas cuyo camino espiritual se realiza al margen de las religiones tradicionales. Unos transitan por caminos estéticos (música meditativa, contemplación, danza…); otros porcaminos humanistas (ideas filosóficas, compromiso social…); también por caminos ecológicos (consideración de la naturaleza como teofanía o manifestación de lo sagrado, más cerca del panteísmo que de la consideración de Dios como creador). Son las llamadas nuevas espiritualidades laicas, como lo son también en nuestro contexto occidental, el esoterismo, las prácticas psicológicas deautoayuda o la fascinación por las técnicas como el yoga, la relajación, la meditación… vinculadas a la espiritualidad oriental. En nuestra actual sociedad en la que, como resultado de la globalización, confluyen todas las grandes tradiciones la práctica de la espiritualidad es cada vez más heterogénea.
Es en este contexto, más espiritual que religioso, donde debemos expresar nuestra fe y convicciones. Quizá un camino de aproximación sea conocer en qué posición espiritual se encuentra la persona con quién dialogamos, qué le ha llevado hasta ella (desencanto respecto de las instituciones, falta de credibilidad del relato, fascinación por lo nuevo…) y, a partir de este conocimiento, compartir por qué camino transita nuestra propia espiritualidad: la del seguimiento a Jesús de Nazaret.

martes, 15 de octubre de 2013

La Redención llega a la Cultura

Alfonso Ropero Berzosa
 LUPA PROTESTANTE
La salvación es un concepto amplio que abarca realidades tan diversas como el pecado, el hombre, Dios, la sociedad, el mundo. Comúnmente se habla de la salvación del alma, dando por entendido que se realiza mediante el perdón de los pecados gracias a la fe en Cristo como Salvador del mundo. La persona salva entra en una nueva y directa relación con Dios, con el prójimo y con sí mismo. Es una relación transformante —una nueva creación— que regenera sus ojos para ver y comprender las verdades de la revelación y abre su corazón a una esperanza y un futuro iluminado por la fe. La regeneración no se reduce a los aspectos “espirituales” de la persona, afecta a todo su ser: mente, voluntad y sentimientos. La salvación se entiende en su cabalidad cuando se equilibran los elementos positivos con los negativos. Es decir, el arrepentimiento y el dolor por el pecado no deberían ocultar el acontecimiento transcendental de la gracia que renueva sin destruir la naturaleza. La gracia elimina el pecado, en cuanto elemento patógeno de la naturaleza, pero la naturaleza no es destruida sino llevada a su perfección. El corazón redimido es puesto en el camino del amor a Dios y al prójimo por encima de su tendencia centrífuga al egoísmo; la razón redimida se eleva por encima de las tinieblas de los prejuicios e “ídolos tribales” en pos de la verdad plena que se encuentra únicamente en Dios y tira de ella; la voluntad redimida es liberada de ataduras y esclavitudes que le impiden el ascenso a lo mejor y más propio de sí mismo que se cifra en la comunión con Dios.
Las iglesias evangélicas han sido, y son, muy activas en la labor de testimonio y evangelismo, centrados en la salvación del individuo, del alma de la persona, ignorando otras dimensiones de la persona, que forman parte integrante de ella, como es su capacidad cultural; capacidad cultural que se manifiesta en el cultivo de la tierra y la domesticación de los animales; en el arte en todas sus formas; en las letras y el pensamiento; en la ordenación racional y técnica de lo que le rodea y en el gobierno de la sociedad. Si las iglesias quieren ser fieles a su misión de alcanzar a toda la persona y promocionarla así a realizar lo mejor de sí misma en el encuentro y experiencia redentores con el fundamento último de su ser, con el salvador de su existencia perdida, con la fuerza que le impele a ser cuando da todo por perdido, tienen que comenzar a integrar la cultura en la fe.
La cultura como rasgo distintivo del hombre
Antes de nada me gustaría hacer tres precisiones fundamentales sobre la cultura y su naturaleza, qué es y qué la hace posible, de modo que podamos captar aquellos elementos que la hacen susceptible de ser interpelada por el evangelio.
Primero, la cultura, no la técnica, es lo que nos diferencia de los animales. Si fuese por técnica los animales nos superarían con diferencia. No la inventan, nace con ellos; no consiste en herramientas externas, la llevan incorporada: garras, corazas, colmillos, pieles térmicas, automoción, vuelo, camuflaje, orientación. El ser humano nace indefenso, incapacitado para valerse por sí mismo. Nace como un aborto, sin completar. Al nacer, el cerebro no está totalmente cerrado, está abierto, como un signo de apertura a impresiones y conocimientos siempre nuevos; como una vida que tiene que formarse a sí misma y completarse en la transcendencia.
Segundo, no hay pueblos incultos en el planeta, por más “primitivos” que sean. Hasta los más aguerridos y violentos, han reconocido el valor de la cultura. Los asirios, que han pasado a la historia como un pueblo rematadamente cruel, dieron muestras de un arte muy logrado[1]. En el palacio de Asurbanipal en Nínive, se encontró en el siglo XIX, año 1847, los restos de una de las bibliotecas más grandes de la época. En total 22.000 tablillas, la colección más completa que se conoce de escritura cuneiforme. En ellas pueden encontrase los temas más diversos: gramática, diccionarios, listas oficiales de ciudades, tratados de matemáticas y astronomía, libros de magia, religión, ciencias, arte, historia y literatura. Una de las obras más famosas de esta biblioteca es el Poema de Gilgamesh, considerada como la obra narrativa más antigua de la humanidad.
Tercero, la cultura guarda relación con el ocio, el tiempo libre. Por eso comienza propiamente con la revolución agraria. Anteriormente el hombre estaba demasiado ocupado con la supervivencia como para desarrollar algo más que un rudimento de cultura. La revolución agraria produce por primera vez en la historia excedentes de alimentos, no demasiados, pero suficientes como permitirse el lujo de dedicar unos cuantos hombres al saber, liberados de realizar las faenas del campo y el trabajo manual para dedicarse a actividades intelectuales. Al principio serán sacerdotes, personajes que no sólo tenían que ver con la religión, con el rito y las ceremonias, sino con la administración y el calendario que regulaban el monto de las cosechas e indicaban las mejores fechas para plantar. Con ellos se originó la astronomía.
La filosofía, uno de los grandes logros del espíritu humano, fue posible gracias a una masa de esclavos que permitía a una élite pasarse todo el día dedicados a actividades relacionadas con el pensamiento y la reflexión sobre la naturaleza y el origen de las cosas. El pensamiento, el arte de raciocinar, el diálogo filosófico, exigen tiempo libre, ocio suficiente para dedicarse con provecho a esos menesteres. En la Grecia antigua  había una población mayoritaria de esclavos, un 75%, que realizaban las actividades manuales y el trabajo físico despreciado por los ciudadanos. Esto explica la existencia de un tiempo de ocio que permitía a los griegos —algunos de ellos— a dedicar sus mejores horas a teorizar y discutir con otros ciudadanos.  Es interesante notar que la palabra griega para «ocio» es la misma que nosotros usamos hoy en español para «escuela». En griego “ocio” se dice sjolé, con el significado de “ocio” principalmente, pero también de “paz”, “tranquilidad”, “estudio”, “escuela”.
Ocio frente a trabajo
El lado negativo de esta actividad cultural y de escuela de pensamiento es el alto costo humano que esto suponía. El que un tercio de la población pudiera llevar una “vida feliz” descansaba sobre las tres partes restantes de trabajadores manuales. Esto no estaría mal si no hubiese habido otro remedio y si se reconociese el sacrificio de esa gran parte de la población sacrificada para que otros pudieran tener ocio y hacer escuela, pensamiento, retórica. Pero no fue así. Las personas dedicadas al trabajo manual, al cultivo de los campos, a la edificación de los viviendas, a la confección de vestidos, etc., eran esclavos, condenados a una vida de esfuerzo y fatiga, lo que, de paso, explica la ausencia del conocimiento científico que tuviese que ver con la técnica, ya que todo trabajo manual se consideraba indigno de un hombre libre.  Por si fuese poco, los esclavos eran tenidos por menos que personas, de naturaleza inferior, sólo un poco superiores a los animales. Para muchos esclavistas griegos, el esclavo no merecía ni un nombre, en general un apodo bastaba y mejor si tenía relación con el lugar de procedencia. “Braceros” se llamaban antes en España a los trabajadores a jornal, como si sólo fueran “brazos”, no mente, corazón, voluntad, es decir, personas.
Desde el punto de vista ético, por no decir cristiano, es verdaderamente triste el desprecio que las élites han manifestado por el pueblo trabajador que con su sudor y su sacrificio hace posible la vida cómoda de los que están arriba.
Como dice el desgarrador poema de Miguel Hernández sobre el “Niño yuntero”.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Encima, este pueblo que se afana y desloma sobre la tierra, es descalificado como bruto e ignorante. A los que así hacen habría que contestarles con esa parte de la canción popular “La gota fría”, cuando dice:
¿Qué cultura, que cultura va a tener/si nació en los cardonales?
Y léase por cardonales todas aquellas situaciones que impiden o dificultan el acceso a la cultura a una gran masa de individuos.
Los cristianos creemos que el hombre ha sido creado creador, como Dios que lo ha hecho a su imagen y semejanza. Cierto que el pecado ha trastornado el orden de la creación, pero no hasta el punto de borrar esa imagen y semejanza de Dios que el hombre es. Aun en ruinas, el ser humano evidencia su antigua grandeza, su dignidad inigualable. No hay restos de ningún gran edificio de la antigüedad que no nos impresione con la majestad que vemos en ellos y que imaginamos que tuvo.
Digo todo esto para que entendamos bien que la educación y la cultura es unacuestión social, con las consecuencias prácticas que esto tiene, de modo que si queremos un cristianismo culto, instruido, hay que invertir en ello, es decir, en la formación y educación del pueblo cristiano[2].
Racismo cultural
Y lo digo también para contrarrestar las teorías racistas que hablan de la supremacía de unos pueblos sobre otros en cuestiones de cultura, inteligencia y aptitudes para la educación y la ciencia. Como si hubiese unos pueblos nacidos para mandar y otros para obedecer. Unos para enseñar y otros para ser enseñados. Unos para producir y otros para consumir.
Ciertamente hay desigualdades culturales entre los pueblos, pero las hay porque hay desigualdad social, no intelectual. Porque hay gobiernos que no gobiernan para el bien del pueblo, sino de las élites. No existe pueblo, por más atrasado que se encuentre en la escala de valores de los poderosos de esta tierra, que no tenga un potencial cultural igual al de cualquier otro pueblo. Valores casi siempre cifrados en términos económicos.
Hasta el llamado hombre de las cavernas, con esa mirada de bruto, escondía en su alma el genio de un artista. La gruta de Lascaux, en el suroeste de Francia, es considerada por los expertos como la “Capilla Sixtina” de la prehistoria ya que en ella se encuentra uno de los yacimientos de arte mas importantes en pinturas rupestres del paleolítico, de hasta hace 20.000 años. Otro tanto se puede decir de Altamira, ubicada en Cantabria el norte de España. Allí podemos observar las dotes de observación artística de aquellos primitivos habitantes habituados a la dura vida de la caza de animales salvajes. A pesar de los milenios transcurridos, sus pinturas siguen causando admiración por el aprovechamiento de los materiales y el conocimiento detallado de la anatomía animal. Eran artistas tan capaces y tan grandes como Miguel Ángel, por eso se considera a Lascaux la Capilla Sixtina del Paleolítico.
Aptitud universal para la cultura
Retrocedo tanto en el tiempo para que nos demos cuenta de las posibilidades intelectuales, artísticas y culturales que tiene el hombre, todo hombre, en cuanto criatura creadora, evidencia de un alma espiritual que lo eleva sobre los condicionantes materiales y que, en cuanto el Evangelio promueve salvación y promoción de la persona a imagen y semejanza de Dios —cual se refleja en la vida de Jesús—, el cristianismo tiene que incluir forzosamente un programa educativo que eleve el nivel cultural de la gente, que no es sino otra manera de cultivar el espíritu.
Cuando reparamos en estos datos extraídos de la vida natural y de la revelación divina,  no podemos mirar con indulgencia a aquellos que menosprecian a ciertos pueblos y los consideran atrasados e incapaces de progreso cultural, como si hubiera algo inherente a ellos que los incapacita, en lugar de pensar que es una cuestión social y política, donde también se manifiesta un claro ejemplo de injusticia.
Es cierto que a lo largo de la historia ha habido pueblos que se han habituado más a la guerra o al comercio que a la cultura, y que esos hábitos, convertidos encostumbres, han condicionado las disposiciones de mucha gente.
En nuestro contexto cristiano y latinoamericano, existe la creencia generalizada de que nuestro pueblo es un pueblo poco apto para la cultura, y menos todavía para la cultura libresca. En parte es cierto. El ejemplo de sus dirigentes ha contribuido poco en esta dirección. Pero no interpretemos una situación coyuntural con una determinación impuesta por la naturaleza.
Algunos cristianos han interiorizado estos prejuicios y se acogen a algunos textos bíblicos para indisponernos, o en el mejor de los casos, dispensarnos, del duro oficio del saber, el investigar, de la educación.
-       Que si los apóstoles no fueron hombres instruidos,
-       Que si Dios ha enloquecido la sabiduría del mundo
-       Que si el mismo Jesús no era un hombre de letras, que no asistió a ninguna escuela reconocida en su día.
Este último punto es bastante delicado y sensible, pues todo cuanto afecte a la imagen de Jesús nos afecta directamente a nosotros, en cuanto seguidores de él, que no sólo buscan seguir sus pasos, sino imitar su persona, ser semejantes a Él, identificados con Él.
Jesús y la Sabiduría
Jesús es una personalidad compleja, a quien muchos quieren reducir a sus categorías favoritas.  Como genio religioso que fue, si así puede decirse, manifiesta una riqueza multiforme que es imposible abarcar con unas pocas notas. De ahí esa combinación no siempre fácil de conciliar y comprender racionalmente expresada en el credo niceno y constantinopolitano, y que viene a decir que Jesucristo es verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios; que es verdadero Dios y verdadero hombre.
Dentro de la polifacética personalidad de Jesús, muchos pasan por alto o ignoran su carácter de Maestro de Sabiduría, en lo mejor de la tradición judía sapiencial, tal como evidencian el uso de parábolas y sentencias, típicas de los autores sapienciales, de los sabios de Israel. Hay quien prefiere la imagen del Jesús carpintero, sin educación formal. Pero Lucas nos recuerda que Jesús crecía en estatura y en sabiduría (Lc. 2:40,52); sentado entre los doctores de la Ley, escuchando y formulando preguntas, en la actitud de cualquier alumno inquieto (v. 46).
Robert Aron hace ver en su libro Los años oscuros de Jesús (Taurus, Madrid 1963) que José debió llevar a Jesús a la sinagoga de su pueblo, sinagoga que era a la vez lugar de plegarias y de estudio. “En ella, a lo largo de treinta años, ha sentido en la libertad de los oficios y de las frases, madurar su predestinación. A las sinagogas, igualmente en Nazareth que en otros lugares, a lo que ha venido en el curso de su ministerio, es a aportar sus interpretación personal a la Ley.  Es aquí donde ha aprendido a conocer a los fariseos, tan desacreditados después y que tuvieron, sin embargo, el mérito de haber sido los iniciadores del culto sinagogal, que salvó al monoteísmo en los períodos de dispersión y de persecución, que sirvió de inspirador a las primeras comunidades cristianas y cuya vitalidad se prolonga hasta nuestros días” (ob. cit., pp. 88-89).
La imagen de un Jesús campesino de mirada cretina, que algunos científicos británicos quisieron hacernos pasar por la imagen verdadera de Cristo, me parece aberrante y ridícula[3].
“Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar. La reina del Sur se levantará en el juicio con esta generación, y la condenará; porque ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar” (Mt. 12:41-42; Lc. 11:31).
El apóstol Pablo llama a Jesús sabiduría de Dios, “el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Cor. 1:24,30).
“Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col 1:15-17, que nos recuerda el texto de la Sabiduría, Prov. 8:22-30).
Integración del helenismo en el judeocristianismo
En la gran iglesia misionera de Antioquía se dice que había “profetas y maestros” (Hch. 13:1). Hoy abundan los “profetas” y escasean los maestros. Es comprensible. Los primeros apelan a lo inefable y a su propia autoridad subjetiva, los segundos son más difíciles de imitar, de falsificar. Hay que estudiar, hay que adquirir conocimiento y demostrarlo. Exige un trabajo arduo, que muchos no parecen querer tomarse las molestias de hacer.
¿De dónde viene esta iglesia?  “Los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos. Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús” (Hch. 11:19-20).
Fueron los helenistas, aquellos que hablaban griego y conocían la cultura grecorromana, los primeros en entender y llevar a la práctica la misión a los gentiles, abriendo así las puertas al genio del cristianismo, su mensaje de reconciliación de todas las culturas y pueblos. Cuando hoy se habla de volver a las raíces judaicas, habría que anteponerles la vuelta a la cultura cristiana helenista y su capacidad de síntesis e integración en fidelidad al Evangelio.
La Ley de Dios se resume en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Amor que pone en actividad no sólo nuestras facultades emotivas, sino también las intelectivas: “amar con toda la mente”.
El olvido de estos dos elementos en el amor a Dios: corazón y mente, ha llevado al descrédito de la teología, que generalmente se ha dejado llevar por los aspectos intelectivos, académicos, a costa de los emocionales.
Invertir en cultura
Hay que ilusionar a la gente con la teología, que es don del Espíritu y ciencia divina. Para ello hay que comenzar a integrar mente y corazón. Poner mente en el corazón y corazón en la mente.
Las iglesias tienen que invertir más en educación. No pueden eludir esta cuestión, pues la nota característica del ser humano al que el Evangelio se dirige es un ser esencialmente cultural. No digamos somos pobres: se gastan cantidades ingentes de dinero para organizar actos al modo del mundo, alquilando estadios y trayendo estrellas del panorama religioso.
No lo olvidemos, la cultura es una cuestión social; la injusticia y la desigualdad social es el origen de la desigualdad intelectual. Esto se debe combatir por todos los medios. “Nosotros los latinoamericanos —decía José Martí—, hemos sido menos afortunados en educación que pueblo alguno”[4]. ¿No debería el cristianismo contribuir a remediar ese mal? El cristianismo nunca ha sido indiferente a la suerte de un pueblo, a sus luchas y tragedias. El cristianismo está por el desarrollo integral de la persona, por la promoción de la persona. Mediante la fe le devuelve la dignidad arrebatada por el pecado y por los poderes de iniquidad de este mundo, y le coloca en la senda de la verdad para que viva en libertad y progreso constante mediante al amor a Dios y al prójimo.
El cristianismo y la universidad
Los comienzos siempre han sido humildes: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Cor. 1:26-29). Pero es un hecho histórico bien establecido, que las primeras universidades europeas nacieron a la sombra de la iglesia, como consecuencia de la preocupación eclesial por la formación de sus ministros.
A partir del siglo IX, con el florecimiento de la vida monástica, empezaron a surgir escuelas cobijadas en los monasterios (particularmente los de Cister y los de Cluny). Se trataba de una institución docente para formar a sus monjes, aunque en bastantes lugares se añade una escuela exterior que recibía a otros estudiantes. La lista de las escuelas monacales de prestigio es interminable: Jarrow, York, San Martín de Tours, San Gall, Corbie, Richenau, Montecasino…
Paralelamente los obispos y los cabildos crean en las ciudades centros docentes similares a las que ya funcionaban en los monasterios. Cobran importancia sobre todo desde el siglo XI. Estas escuelas, llamadas episcopales, nacen a la sombra de las catedrales. Las de más renombre son las de Reims, Chartres, Colonia, Maguncia, Viena, Lieja… Las escuelas aportaron la tiza, el tablero, la filosofía secular, la teología, el tomismo, la escolástica, el neoplatonismo y el derecho. Las escuelas episcopales, al estar ubicadas en el centro de la ciudad, en las catedrales que se construían por doquier, establecieron un diálogo fluido con la sociedad, cosa que nunca hicieron los monasterios, debido a su clausura y lejanía.
Tanto las escuelas monásticas como las episcopales compartían un mismo programa de estudios: la enseñanza de las siete artes liberales: el trivio (gramática, retórica y dialéctica) y el cuadrivio (aritmética, geometría, astronomía y música).
Hacia el siglo XII empiezan a enseñar maestros que no están vinculados a ninguna escuela monástica o episcopal determinada y nace el fenómeno de la “movilidad” estudiantil. Los centros pasan a ser promovidos directamente por los papas y los reyes.
Paulatinamente se sustituyen las escuelas monásticas por estos nuevos centros a los que se les denomina Studium Generale (estudio general). El adjetivo general indica que están abiertos a estudiantes de todas las nacionalidades y que se imparten todas las disciplinas científicas.
Fueron los Studium Generale de más competencia los que se convirtieron enuniversitas (universidades). El documento más antiguo en el que aparece la palabra universitas con este significado es del papa Inocencio III e iba dirigido al Estudio General de París.
Toda universidad admitía estudiantes y maestros de las distintas naciones y aspiraba a dar títulos que fueran universalmente valederos. Esta necesidad deuniversalidad hace que se recurra a autoridades universales como los papas y reyes para que expidan las “licencias”.
El primer centro de Estudio General que recibió el permiso para expedir licencias (convirtiéndose por tanto en Universidad) fue la de Bolonia en 1158 (Italia), fundada por el emperador Federico I Barbarroja, y procedía de la anterior escuela eclesiástica. Ésta a su vez se originó como fusión de la escuela episcopal y la teológica del monasterio camaldulense de San Félix.
El canciller de la escuela episcopal de Nôtre Dame auspició la formación de la segunda de las universidades, la de París, organizada alrededor de 1170. Gracias al apoyo papal se convirtió en el gran centro de enseñanza de la teología ortodoxa cristiana. La Universidad de París fue la mayor y más famosa de todas y por sus aulas pasaron figuras como San Alberto y Santo Tomás de Aquino entre muchos otros.
Un grupo de estudiantes ingleses formados en París se instalaron en las escuelas monacales de Oxford y organizaron los estudios conforme al modelo académico de la Universidad de París. El papa Inocencio IV la privilegia con una carta de 1254. Fue el nacimiento de una Universidad cuya fama perdura hasta el día de hoy: la Universidad de Oxford.
En el siglo XIII existía ya una docena de universidades propiamente dichas. Además de las tres mencionadas estaban la de Cambridge —a partir de una secesión de la de Oxford— en Inglaterra (1209), las de Palencia (1212) y Salamanca (1218) en España, las de Montpellier (1220) y Toulouse (1229) en Francia, y las de Padua (1222) y Nápoles (1224) en Italia. A finales del siglo XIII y principios del siglo XIV se fundaron universidades en Valladolid, Lisboa, Lérida, Coimbra, Aviñón, Orleáns y Perusa.
El mundo germánico y las regiones periféricas se recuperaron de su retraso con la fundación, por ejemplo, de las universidades de Heidelberg (1386), Colonia (1388), Cracovia (1397), Glasgow (1451) y Uppsala (1477). De este modo, hacia 1500 había unas sesenta universidades en Europa[5].
Varios historiadores señalan, como hecho bien curioso, que las primeras universidades en América Latina fueron  fundadas a pocos años del descubrimiento, cuando aún “se olía a  pólvora y todavía se  trataba de limpiar  las armas y herrar los caballos”[6].
La primera universidad erigida por los españoles en el Nuevo Mundo fue la de Santo Domingo, en la Isla Española (28 de octubre de 1538). La última fue la de León de Nicaragua, creada por decreto de las Cortes de Cádiz el 10 de enero de 1812. Entre ambas fechas sumaron 32 las fundaciones universitarias. En 1551se fundó la Universidad Real y Pontificia de México, hoy Universidad Nacional Autónoma de México, que no sólo es una de las más antiguas en el continente americano, sino  la de mayor prestigio académico en América Latina.
Portugal no creó ninguna universidad en el Brasil durante la época colonial: la Universidad Portuguesa de Coimbra asumió buena parte de las tareas que en los dominios españoles desempeñaron las Universidades coloniales.
El naciente imperio británico no otorgó importancia alguna a la fundación de universidades en sus dominios. En esto, España constituye una gran excepción entre las potencias coloniales, en lo que se refiere a la fundación de universidades europeas fuera de Europa” (Hanns-Albert Steger)[7].
En el mundo anglosajón, las hoy tan reputadas universidades de Harvard, Yale o Princeton también tuvieron comienzos muy humildes, al calor de las pequeñas escuelas ministeriales fundadas por la iniciativa privada de algunas iglesias protestantes.
Harvard, la institución más antigua de educación superior en Estados Unidos. Fue fundada en 1636 y obedece al nombre de su primer benefactor, John Harvard, cuya estatua preside el University Hall en Harvard Yard. John Harvard era un ministropuritano, calvinista, graduado en Emmanuel College, de la Universidad de Cambridge, exiliado en las colonias americanas por cuestión de conciencia. Yale fue fundada en 1701 como una colegio o escuela para la formación de pastores en la colonia. Princeton fue fundada en1746 como College of New Jersey, originalmente una institución presbiteriana, cuyo Seminario Teológico de Princeton (su fundación se remonta a 1812) ha jugado un papel muy importante en la teología reformada[8].
Las instituciones de enseñanza superior, las universidades, no deben ser una tarea ajena a la misión de las iglesias que comprendan que la integración de la cultura en la fe es una exigencia de la fe.  “Una fe que no se hace cultura es una fe que no es plenamente acogida, enteramente pensada o fielmente vivida»[9]. La fe que el cristianismo proclama es una fides quaerens intellectum, una fe que busca comprender, una fe que cree en la regeneración del corazón y también de la mente, una fe que no da la espalda a la inteligencia sino que la llama como su don más preciado.

[1] “A pesar de la crueldad que los inspira, hay que reconocer la perfección de su modelado y la grandiosidad épica de muchas de sus escenas, lo que les convierte en una de las más expresivas muestras del talento y del talante de los escultores asirios” (Pilar González Serrano, “Prehistoria y primeras civilizaciones”, p. 85, enHistoria Universal del Arte, vol. I. Espasa-Calpe, Madrid 2000).
[2] Ya decía José Ortega y Gasset, que “Todos los que reciben enseñanza superior no son todos los que podían y debían; son sólo los hijos de la clase acomodada”.La misión de la Universidad. Biblioteca Nueva, Madrid 2007, org. 1930 (Obras Completas, t. IV, pp. 313-353, Alianza Editorial, Madrid 1987).
[3] Científicos de la BBC, con la ayuda de un cráneo judío del siglo I hallado en Jerusalén y de tecnología gráfica digital de última generación, se encargaron de la cuidadosa tarea de su reconstrucción facial, labor llevada a cabo por el forense Richard Neave (Universidad de Manchester), que trató de acercarse a la cara original que tuvo el cráneo cubriendo con capas de arcilla la calavera. El resultado es el nuevo y sorprendente rostro de un Jesús con pómulos y nariz prominentes, cabello rizado y tez morena. Según Jeremy Bowen, antiguo corresponsal de la BBC en Oriente Medio y presentador de la serie titulada El hijo de Dios, para la que ha sido reconstruido el rostro, ésta podría ser la versión más fiel a la realidad.  El cráneo utilizado para la reconstrucción fue elegido por el arqueólogo Joe Zygas, miembro del grupo que inspeccionó el cementerio descubierto durante la construcción de la carretera en Jerusalén. Una vez comprobado que los esqueletos allí incluidos eran judíos por la forma en que estaban alineadas las tumbas y los objetos esparcidos por el terreno, el equipo de expertos fechó la excavación hacia el siglo I de nuestra era. Zygas escogió el cráneo que le pareció más representativo de un vecino de la época y sobre él trabajaron luego Neave y la BBC. El primero reprodujo sin problemas las cejas, la nariz y la mandíbula, que, según él, “vienen dadas por la forma misma del cráneo”. El pelo, la barba y el color de la piel fueron añadidos con ayuda de la BBC, basándose en las caras de Cristo pintadas hacia el siglo III en frescos conservados en Siria e Irak. “La arqueología y la ciencia anatómica arrojan más luz que el arte sobre el posible rostro de Cristo”, ha dicho Jean Claude Bragard, productor de la serie para la BBC en colaboración con el canal Discovery y France 3.
[4] Citado por M. Sánchez Gutiérrez y J. Dalama Bonachea, ” Identidad cultural latinoamericana desde la perspectiva de José Martí” en Contribuciones a las Ciencias Sociales, Abril 2012, www.eumed.net/rev/cccss/20/.
La llave del acceso de Latinoamérica al primer mundo, dice Andrés Oppenheimer, no la tienen sus ministros de economía, sino los de educación, el mejor plan para combatir la pobreza” (¡Basta de historias! La obsesión latinoamericana con el pasado y 12 claves para el futuro. Debate, Barcelona 2010).
[5] Los interesados pueden leer más en Hilde de Ridder-Symoens, ed., Historia de la Universidad en Europa. I. Las universidades en la Edad Media (Universidad del País Vasco, Bilbao 2008); Jacques Le Goff, Los intelectuales en la Edad Media (Gedisa, Barcelona 2008); Margarita Menegus y Enrique González, coords., Historia de las universidades modernas en Hispanoamérica. Métodos y fuentes (Universidad Nacional Autónoma de México, México 1995); Águeda Rodríguez Cruz, Historia de las Universidades Hispanoamericanas. Período hispánico, 2 vols. (Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá 1973).
[6] Cecilia Díaz, “Universidades indianas del período colonial” (Pontificia Universidad Católica Argentina. Facultad de Ciencias Sociales y Económicas. Noviembre de 2006). “La implantación cultural y el establecimiento de instituciones educativas superiores en América confieren un mayor relieve al siglo XVI, mostrando que la Iglesia, las órdenes religiosas y la Corona española, desde los primeros momentos, se preocuparon por América también desde el terreno de la instrucción y la formación” (P.M Alonso Marañón y M. Casado, “La vinculación de la Universidad de Alcalá con las Universidades Hispanoamericanas: Perspectiva histórica y proyección”. Universidad de Alcalá, UNED).
[7]Técnica y Universidad en Latinoamérica (Universidad Nacional Autónoma de México, México 1975), cit. por Carlos Tünnermann Bernheim, en “Breve historia del desarrollo de la universidad en América Latina”, en La Educación superior en el umbral del siglo XXI, pp-11-38 (CRESALC, Caracas 1996
[8] Véase A. Ropero, Los hombres de Princeton. Tradición y desafío. Ed. Peregrino, Ciudad Real 1994.
[9] Juan Pablo II, Carta autógrafa instituyendo el Consejo Pontificio de la Cultura, 20 de Mayo 1982, en AAS, t. 74, 1983, 683-688.